El pasado 18 se conmemoro el 79° aniversario la Revolución de Octubre que, a la vuelta de tres años, supo de un largo y duro interregno. De vuelta a 1958, con decididos ímpetus de actualización, sobrevive, de un modo u otro, en el imaginario de los venezolanos como una exitosa experiencia que concluyó con el siglo al cumplirse a cabalidad el programa puntofijista. Se trata de un gran acontecimiento histórico, porque Venezuela nunca más volvió a ser la misma, al incorporar a la población en los procesos políticos democráticos. La bandera de la libertad se enarboló aquel 18 de octubre de 1945, como se hizo el 19 de abril de 1810 y el 5 de julio de 1811, aunque para las nuevas generaciones esta fecha sea de poco significado.
Antigua y, a veces, inútil es polémica donde muchos se centran en la fortaleza y la popularidad reales que exhibía Acción Democrática antes del 18 de Octubre, pero surgen tesis que la cuestionan. Una, la de su minoridad, que está fundada en los resultados de las elecciones municipales de octubre de 1944, al ganar apenas dos distritos en todo el país y fracasar, en el Distrito Federal, con candidaturas como las de Rómulo Gallegos, Juan Pablo Pérez Alfonzo, Andrés Eloy Blanco, Luis Beltrán Prieto, Gonzalo Barrios, Luis Lander y Augusto Malavé Villalba, tanto como fracasaron Jóvito Villalba o Lorenzo Fernández, abanderados de otras organizaciones (Dávila: 36, nota 26). Estos comicios fueron de gran relevancia, junto a los de las Asambleas Legislativas, pues moldearían el Congreso que seleccionaría al jefe de Estado, en abril de 1946. Y, la otra tesis, la de una aplastante mayoría, monopolio de la oposición que constituye una exageración que traiciona todo afán histórico.
Las exageraciones minorista y mayorista confirman la necesidad de inflar las posiciones que -a favor o en contra- generaron los acontecimientos revolucionarios, y una postura más equilibrada nos lleva a aceptar que el caudal de ese partido era considerable, mas no monopólico, aunque el mitin a casa llena en el Nuevo Circo, difícilmente imitable por otras referencias políticas, corroboró la apreciación que tuvieron los militares aliados del partido. En el marco de las citadas elecciones, la coalición gubernamental tampoco logró copar totalmente los espacios, pues, respecto al Distrito Federal, el oficialismo obtuvo el 60,33% de las votaciones, frente a 34,10% de Acción Democrática y 5,57% de las candidaturas independientes, derivando en un número de concejales que para la coalición PDV-UPV fue de 77,32%, frente a 13,66% de independientes y 9,02 de AD.
Por supuesto, vale la pena comentar que las cifras se revirtieron en muy poco tiempo, con motivo de las elecciones para la constituyente, la presidencia de la República y cuerpos deliberantes. Acotemos, si fuese cierto que AD tenía 25.000 militantes, antes de llegar al poder, número considerado la población electoral de entonces, expuso un porcentaje que hoy resultaría suficientemente atractivo para cualquier organización. De modo que sería una necedad alegar la condición microbiológica de la organización.
Convengamos que las jornadas del 18-O evidenciaron una definitiva “aversión a los partidos tradicionales”, como el Liberal Amarillo o el Liberal Nacionalista que intentaron infructuosamente revivir desde la muerte de Gómez, imponiéndose un modelo distinto de partido de extraordinaria potencialidad, posteriormente influyente, encarnado por Acción Democrática, en “una empresa que hacía exigencias personales extremas de disciplina, dedicación y honestidad y, al mismo tiempo, solicitaba algún cultivo intelectual de parte de sus seguidores”, dirá Humberto Njaim, politólogo libre de toda sospecha adeca.
Estudiar la historia y recordar el 18 de octubre, para los venezolanos es parte importante para entender el presente, porque en política la historia nos puede ayudar en muchos aspectos: a concienciar el contexto actual, ayudar en la formulación de políticas menos caprichosa y personalista, intentar no repetir errores, así como también a evaluar mejor lo que ha funcionado en el pasado, buscar los aciertos que dieron éxito, y nos llevaron al mejor camino democrático. Por eso la historia no es un bien en sí misma: debe ser rigurosamente evaluada y aplicada. En resumen, quiero insistir en la necesidad de conocer la historia, pues ella es el conocimiento que persiste como el salvavidas de nuestro futuro. Es necesario formar políticamente a los responsables de mantener la democracia, es decir, a los políticos y ciudadanos, pues el conocimiento nos ayudará a resistir el embate de un fracaso doloroso y no deseado.
@freddyamarcano
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