El pasado sábado 16 de noviembre de 2019, enormes muchedumbres colmaron y rebasaron las dimensiones de varias cuadras de diversas ciudades del país para atender la convocatoria de nuestro presidente Juan Guaidó, para mostrar nuestro rechazo al régimen y expresarle a Maduro nuestro repudio a su pésima gestión y la voluntad de continuar, sin desmayo, la lucha por la libertad y la democracia hasta que él y sus secuaces se vayan para siempre de Venezuela.
Una muchedumbre llena de vitalidad, alegría, fe y esperanzas que, con su participación, le gritó a Venezuela y al mundo que está hastiada de Maduro y sus sandeces; cansada de un gobierno que no resuelve ningún problema, sino que los agrava y que está dispuesta a concretar, mediante la forma que sea, un cambio en la manera de hacer política y conducir los destinos del país. Un verdadero huracán por el cambio conmovió las deterioradas calles de Caracas, la otrora “sucursal del cielo”. Música, pancartas, banderas multicolores, ingeniosas consignas, mujeres, hombres, ancianos, jóvenes, niños, caminaron impetuosamente al unísono, acicateados por una auténtica y férrea voluntad de dar por terminada una pésima gestión de gobierno, de ponerle fin a tantos años de totalitarismo, división y exclusión, de odios, de insultos, de corrupción rampante e impune, de ineficiencia, de irresponsabilidad con el país, de indolencia, de desaciertos y desatinos. Los que tomaron las calles, estremecieron la ciudad y entusiasmaron a todos sus habitantes reforzándoles la convicción de que ahora el tiempo histórico no le pertenece a Maduro, que ese ciclo está llegando a su fin y que luminosas perspectivas para todos se abren con la asunción al poder de un nuevo gobierno, presidido por un hombres jóvenes, dinámicos, modernos, comprometidos con un futuro mejor y resueltos a intentar reconstruir a Venezuela, a partir de los escombros que nos deja la era chavista-madurista.
Pero no podemos olvidar que ese entusiasmo y convicción por el cambio debe ser concretado con la unidad de todas las fuerzas disidentes. Que con la misma alegría que participamos en la caminata y la concentración, debemos continuar haciendo el esfuerzo para contribuir a edificar una fuerte y vigorosa fuerza unitaria. Pero deseos no “empreñan”, como dice la conseja popular. A partir de ahora, nuestra verdadera y real cita con la historia es jugarnos el todo por el todo, es la concreción de nuestro compromiso con nosotros mismos y con el país; es darle sentido de realidad a la oportunidad que se nos abre, es el momento de cumplir las promesas que nos hemos hecho de no dejar perder la República; es el momento de salvar la República y darle un destino mejor. Es nuestra apuesta por el futuro y no podemos perderla. Debemos estar y estaremos en el lugar exacto en el que se toman las decisiones individuales que comprometen el futuro de toda una nación, amenazada por una visión de poder absoluto, a la que no le interesa la suerte del país, sino acumular más poder en las manos de quien no lo merece.
Si queremos un país nuevo, debemos luchar por tenerlo y nadie nos puede relevar en ese compromiso. El futuro es nuestro.