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¿Decidimos nuestra vida o seguimos el guion de otros?

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Nuestras elecciones están afectadas porque a menudo vamos por caminos dictaminados por distintas variables y sin usar nuestro libre albedrío

Libertad personal: ¿Realidad o una ilusión de control?

Ser libres de pensar y de decidir se refiere a la capacidad de elegir entre diferentes cursos de acción sin que estén determinadas por los demás, u otros factores culturales, sociales, políticos, religiosos o económicos. El cuestionamiento del libre albedrío hoy en día es un verdadero debate internacional. La pregunta clave es si ¿realmente nosotros tomamos decisiones propias o si simplemente seguimos un guion impuesto por quienes controlan la información global? Si nuestras elecciones están condicionadas por las informaciones que asimilamos en redes, medios y los algoritmos que moldean nuestras percepciones, ¿sería auténtico nuestro libre albedrío o en la realidad estamos actuando bajo la influencia de un sistema diseñado para dirigirnos? ¿Hasta qué punto nuestras decisiones son nuestras, y no el reflejo de un control masivo invisible?

El libre albedrío

La ciencia es una base sólida y necesaria para la toma de decisiones conscientes, ya que proporciona datos verificables y fomenta el pensamiento consciente. Sin embargo, no es suficiente por sí sola para sustentar plenamente el libre albedrío. Esto se debe a que nuestras decisiones no solo dependen de hechos objetivos, sino también de valores subjetivos, principios éticos, y nuestra interpretación individual del mundo que en buena medida depende de nuestras creencias, nuestra convivencia y nuestras emociones.

La libertad personal en consulta

Contexto: Elena, una profesional española de 30 años, busca ayuda psicológica debido a conflictos recurrentes con su esposo relacionados con sus posturas sobre temas sociales y políticos. Aunque se considera muy informada gracias a su actividad en redes sociales, su visión es rigurosa y vehemente, lo que ha generado tensiones en su matrimonio. El psicólogo es un profesional de 45 años, con un enfoque empático y orientado a la reflexión crítica.

Psicólogo: Buenos días, en qué puedo ser útil…

Elena: Mira, estoy aquí porque no sé qué hacer. Últimamente, cada vez que hablo con mi marido de cualquier tema importante, acabamos discutiendo. Él nunca está de acuerdo conmigo, y eso me enfurece. Dice que soy demasiado radical, pero yo sé que tengo razón porque estoy muy informada. ¡Leo las redes sociales todos los días!

Psicólogo: Entiendo, Elena. Parece que te sientes frustrada y quizá incomprendida por tu esposo. Pero, dime, ¿qué pasa exactamente en esas conversaciones? ¿Qué tipo de temas generan conflicto?

Elena: Todo. Política, sociedad, economía… No importa. Él siempre parece querer llevarme la contraria. Me dice que yo no veo «el panorama completo», pero no es verdad. Estoy al tanto de todo lo que pasa. Sigo cuentas en redes sociales que informan en tiempo real y sé perfectamente lo que ocurre.

Psicólogo:
¿Y qué ocurre cuando tu esposo comparte su punto de vista?

Elena: Pues eso, que me enfado. Me da rabia que cuestione lo que digo. Yo tengo muy claro cómo son las cosas, y él siempre parece dudar. Encima, me suelta que soy demasiado cerrada o que debería leer otras cosas. Pero, sinceramente, ¿para qué? Yo ya sé lo que pienso, y además todo lo que leo confirma que tengo razón.

Psicólogo: Elena, permíteme preguntarte algo. Por lo que cuentas, parece que confías mucho en la información que consumes, ¿verdad?

Elena: Sí, claro. Sigo cuentas de gente que sabe lo que dice y está bien informada. No como esos medios de los que mi marido me habla, que están manipulados.

Psicólogo:
Entiendo. Y, ¿alguna vez has reflexionado sobre cómo esas redes sociales eligen qué contenido mostrarte?

Elena: ¿Qué quieres decir? Yo veo lo que sigue todo el mundo.

Psicólogo: No exactamente. Las redes sociales utilizan algoritmos que personalizan el contenido que ves. Es decir, lo que aparece en tu feed está influido por lo que ya te gusta o por lo que sueles leer. Esto crea lo que se llama una burbuja de filtro, donde solo te llegan opiniones y puntos de vista que confirman tus creencias.

Elena: ¿Estás diciendo que no estoy bien informada?

Psicólogo: No estoy diciendo eso, Elena. Pero es posible que la información que consumes sea limitada, no porque tú lo elijas, sino porque los algoritmos están diseñados para mostrarte solo aquello que te resulta más cómodo o interesante. Por eso, a veces nos cuesta ver otros puntos de vista o entender por qué alguien, como tu esposo, piensa diferente.

Elena: ¿Y cómo afecta eso? Yo siento que tengo las ideas muy claras.

Psicólogo: Tener ideas claras no es malo, pero si solo escuchamos un tipo de información, puede ser más difícil cuestionarlas o moderarlas. Esto también puede intensificar nuestras emociones, como la rabia o la ira, cuando alguien, como tu esposo, tiene una visión distinta.

Elena: Eso es exactamente lo que pasa. Me enfado tanto que acabo diciendo cosas de las que luego me arrepiento. Pero no puedo evitarlo, me irrita que no me dé la razón.

Psicólogo: La frustración que sientes es comprensible. Nuestras emociones suelen intensificarse cuando sentimos que alguien no está de acuerdo con algo en lo que creemos profundamente. Pero, Elena, ¿crees que sería posible explorar otras fuentes de información para intentar entender por qué tu esposo ve las cosas de otra manera?

Elena: No lo sé… Me cuesta mucho imaginar que pueda cambiar de opinión.

Psicólogo: No se trata de cambiar de opinión, sino de ampliar tus perspectivas. Tal vez, si te permites explorar otros puntos de vista, podrías encontrar un terreno común con tu esposo, y eso podría reducir las tensiones entre vosotros.

Elena: ¿Y cómo hago eso?

Psicólogo: Un buen comienzo sería diversificar las fuentes de información. Leer o escuchar opiniones de expertos con perspectivas diferentes, incluso si no estás de acuerdo al principio. Además, podríamos trabajar aquí en estrategias para manejar tu frustración durante esas conversaciones. La clave no es convencer a tu esposo ni que él te convenza a ti, sino encontrar un espacio donde ambos puedan dialogar sin que las emociones se desborden.

Elena: Vale, creo que puedo intentarlo. Quizá leer algo distinto no me haga daño… Pero ¿cómo controlo esa rabia cuando él empieza con sus argumentos?

Psicólogo: Podemos trabajar juntos en técnicas para gestionar la ira, como ejercicios de respiración o aprender a detenerte antes de reaccionar. Además, podemos explorar cómo comunicarte con él desde la empatía, mostrando interés por sus ideas y compartiendo las tuyas de manera que no se sientan como ataques.

Elena: Eso podría ayudar… La verdad es que no quiero seguir discutiendo con él. Me importa mucho, pero a veces me siento tan atrapada en estas discusiones.

Psicólogo: Y eso ya es un gran paso, Elena: reconocer que quieres mejorar la relación y estás dispuesta a reflexionar. Trabajaremos juntos para que puedas sentirte más libre en tus ideas y fortalecer tu relación con él.

Elena: Gracias. Al menos me llevo algo en qué pensar.

Psicólogo: Por último, Elena, llegará el momento en que propondré una reunión contigo y con tu esposo para tratar el tema y buscar un punto de equilibrio…

Reflexión final del caso

Elena enfrenta una situación común en la era digital: el impacto de las “burbujas de filtro” y la manipulación emocional en redes sociales sobre las relaciones personales. Este caso resalta la importancia de la autoconciencia, el pensamiento propio y la gestión emocional para enfrentar la manipulación psicológica sutil de las redes sociales y mejorar las relaciones personales. Reconocer este fenómeno y trabajar en habilidades de regulación emocional y apertura al diálogo son pasos claves para mejorar la comunicación con su esposo y recuperar un equilibrio en sus interacciones.

¿Qué condiciona al libre albedrío?

La consulta de Elena nos indica que existen factores que nos limitan la libertad de ser y de pensar. A nivel biológico nuestros instintos, la genética y predisposiciones neuroquímicas influyen en nuestras decisiones. 

El entorno o medio ambiente donde nos desenvolvemos, la cultura, la sociedad y las experiencias de vida modelan nuestras predilecciones y condicionan nuestros pensamientos y decisiones. 

Además, estamos influidos por nuestras emociones. Muchas decisiones se toman bajo estados emocionales que afectan la percepción de las opciones disponibles, y a nivel inconsciente, o actuando en conducta automática con base en nuestras motivaciones, creencias y deseos, tomamos decisiones sin estar conscientes a plenitud.

¿Realmente ejercemos el libre albedrío?

Podemos decir que sí, pero en un marco condicionado. Aunque nuestras decisiones están influenciadas por distintos factores, el acto consciente de reflexionar, elegir y responsabilizarnos por nuestras acciones sigue siendo el ejercicio de libertad más importante que tenemos. 

No siempre podemos controlar las circunstancias externas, pero sí nuestra actitud hacia ellas. En ese sentido, el libre albedrío puede ser más una cuestión de grado que de absolutos: es posible que no seamos completamente libres, pero tenemos capacidad para influir en nuestro destino.

La idea del libre albedrío —esa habilidad humana de elegir libremente entre distintas alternativas— es para nosotros el concepto más admirable y esplendido de la humanidad

La psicología: ¿Libertad condicionada?

Desde el enfoque psicológico, el libre albedrío puede entenderse como la capacidad de un individuo para actuar intencionalmente, pese a las influencias de su entorno, sus emociones y su herencia biológica, cultural y social. No obstante, esta potencial facultad está lejos de ser absoluta. Primero Sigmund Freud, (1856-1939) introdujo el primer concepto de que nuestras decisiones están influenciadas por procesos inconscientes que moldean nuestras percepciones y comportamientos. Más tarde, la psicología conductista, liderada por Burrhus Frederic Skinner, fue más lejos, al argumentar que el comportamiento humano está controlado por el entorno. John Broadus Watson (1878-1958) un psicólogo estadounidense, reconocido como el fundador de la escuela conductista en psicología, era un fuerte defensor de la idea de que la conducta está determinada casi por completo por el ambiente. Su extrema afirmación refleja esta postura: “Dadme una docena de niños sanos y bien formados… y garantizo que puedo tomar a cualquiera de ellos y entrenarlo para que sea cualquier tipo de especialista que yo desee: doctor, abogado, artista, mendigo o ladrón». Al final, Watson trabajó en la industria publicitaria, y fue pionero en el uso de la psicología para diseñar campañas publicitarias que apelaban a las emociones y asociaban productos con estímulos positivos.

Igualmente, el ruso Ivan Pavlov (1849-1936) al que conocemos por su trabajo sobre el condicionamiento clásico: Su famoso experimento con el perro, en el que el sonido de una campana se emparejaba con la presentación de comida resultando en que los perros salivaran al oír el gong, mostró cómo las asociaciones pueden influir en el comportamiento. La reflexología expandió las ideas de Pavlov para aplicarlas al comportamiento humano, haciendo énfasis en los reflejos más complejos y su relación con el entorno social.

Manipulación psicológica intensiva

Los psicólogos consideramos que el término «lavado de cerebro» es sensacionalista y ya que no implica un control absoluto sobre la mente, existe una realidad como sería la influencia coercitiva o el control psicológico parcial. El cambio de creencias a menudo requiere colaboración de la persona, ya sea voluntaria o inducida, por parte de la persona influenciada. La manipulación psicológica intensiva existe, aunque su interpretación y alcance han sido objeto de debate tanto en el ámbito científico como en el cultural. El término, generalmente se refiere a procesos de modificación de conducta que buscan cambiar las creencias, actitudes o comportamientos de una persona, a menudo en contra de su voluntad, o al menos sin su plena consciencia.

En regímenes autoritarios, los medios controlados por el gobierno pueden presentar una única narrativa, limitando el acceso a perspectivas diversas, igual ocurre en algunos grupos militantes o religiosos denominados sectas.

Las redes sociales y las “burbujas de filtro”

En la actualidad, existen procesos de manipulación colectiva que utilizan estrategias psicológicas y tecnológicas para influir en la opinión pública, moldear creencias, generar comportamientos específicos y consolidar actitudes ideológicas o de consumo.

Los medios y las redes sociales pueden seleccionar, amplificar o censurar ciertos contenidos para dirigir la percepción de la realidad. Esto se ve en el uso de algoritmos que priorizan información que refuerza nuestras creencias previas con “burbujas de filtro”, un fenómeno de manipulación en el que los algoritmos de plataformas digitales, como redes sociales, motores de búsqueda y servicios de streaming, personalizan el contenido que una persona ve, según sus intereses, preferencias y comportamientos previos en línea. Esto crea un entorno informativo altamente selectivo donde el usuario solo está expuesto a puntos de vista, noticias o ideas que refuerzan sus creencias previas, mientras se excluyen otras perspectivas.

Plataformas como Google, Facebook, Instagram, YouTube y otras, utilizan algoritmos para analizar tus interacciones en línea, como los temas que buscas, los enlaces en los que haces clic, los videos que ves y los perfiles que sigues. Basándose en esta información, los algoritmos seleccionan y priorizan el contenido que consideran más relevante o atractivo para ti, ignorando lo que suponen que podría no interesarte. Aunque esta personalización es más cómoda y atractiva para el usuario al mostrar contenido para él «relevante», también excluye puntos de vista opuestos o información que no coincida con sus intereses o creencias. Como resultado, los usuarios quedan atrapados en una «burbuja” informativa que limita su exposición a otras perspectivas.

En Facebook o Twitter, es más probable que veas publicaciones de amigos, páginas o grupos con los que interactúas frecuentemente, mientras se ocultan publicaciones de fuentes con las que no interactúas o que presentan opiniones diferentes a las tuyas.

Cuando realizas una búsqueda en Google, los resultados que ves pueden estar influenciados por tu historial de búsquedas, ubicación geográfica o preferencias pasadas, lo que podría excluir resultados relevantes pero diferentes a tus intereses previos.

En plataformas como YouTube o Netflix, los videos o películas que se te sugieren están basados en tus preferencias anteriores, lo que puede limitar la diversidad del contenido que ves.

Al estar expuesto solo a puntos de vista similares, es más probable que refuerces tus creencias previas y rechaces ideas opuestas, o no te enteres de otras noticias o perspectivas, lo que puede contribuir a la polarización ideológica. Las burbujas de filtro que se usan generalmente sin tu permiso racional, dificultan el acceso a información diversa, lo que puede limitar la capacidad de las personas para cuestionar sus propias ideas, o tomar decisiones informadas. De hecho, los usuarios quedan desconectados de puntos de vista o de realidades diferentes, lo que fomenta la creación de «mundos paralelos» informativos.

Otro problema es que las burbujas de filtro pueden ser explotadas para difundir desinformación o propaganda, ya que los algoritmos amplifican contenido que genera interacción, sin importar su veracidad.

¿Cómo romper las burbujas de filtro?

Cómo podemos salir de una burbuja de filtro: Lo primero es diversificar las fuentes de información. Luego buscar las noticias e información de diferentes plataformas, incluidas aquellas que representen creencias contrarias a las tuyas. Para ello desactiva la personalización automática. Usa las plataformas que permiten ajustar configuraciones para reducir la personalización del contenido. Igualmente, realiza búsquedas y lee publicaciones o investigaciones de fuentes con las que normalmente no estás de acuerdo para ampliar tus conocimientos.

Comprender cómo las plataformas personalizan el contenido puede ayudarte a identificar cuándo estás siendo “atrapado” por una burbuja de filtro. Son un producto del diseño de las plataformas digitales que buscan maximizar la interacción y mantener a los usuarios “enganchados”. Aunque pueden parecer inofensivas, tienen un impacto significativo en cómo percibimos la realidad y tomamos decisiones. Ser conscientes de su existencia y actuar para contrarrestarlas es esencial para preservar la diversidad informativa y fortalecer tu pensamiento personal.

La manipulación astuta de la conducta humana

Al repetir un mensaje de forma persistente, este se internaliza como una «verdad» irrefutable, un fenómeno conocido como el “efecto de mera exposición”. Caso común en la propaganda política o campañas publicitarias.

El miedo, la ira y la indignación son emociones que los medios y redes sociales usan para movilizar a las personas. Noticias alarmantes o campañas sensacionalistas suelen generar reacciones emocionales que dificultan el razonamiento propio como suele ocurrir en las campañas políticas en el caso de retratar a un oponente como una amenaza para la seguridad nacional.

Polarización y tribalismo

Las redes sociales fomentan la formación de comunidades que refuerzan sus propias creencias y rechazan a quienes piensan diferente. Los individuos sienten una fuerte identidad y compromiso con su grupo, ya sea étnico, religioso, político o ideológico. Esto puede llevar a la radicalización y a la incapacidad de considerar puntos de vista opuestos. Los usuarios de redes sociales tienden a consumir contenido que confirma sus prejuicios.

Plataformas como Facebook, Google, TikTok, o más reciente “una aplicación llamada “Red-Note”, conocida en China como Xiaohongshu o «Pequeño Libro Rojo». Es una plataforma social que permite a los usuarios compartir y explorar diversos intereses, tendencias y experiencias, todas recopilan grandes cantidades de datos sobre los usuarios y los utilizan para personalizar anuncios o mensajes políticos. Este proceso, conocido como microtargeting, permite influir en grupos específicos con mensajes diseñados para sus preferencias y vulnerabilidades. Asimismo, permiten la propagación de noticias falsas o distorsionadas, lo que crea confusión y refuerza narrativas convenientes para ciertos intereses. 

Esto hace que las personas se vuelvan más receptivas a creer en teorías de conspiración, o mensajes manipulativos. Un caso conocido es que increíblemente millones de personas creen que la Tierra es plana, una idea que es promovida por una organización denominada “Flat Earth Society” en Internet y las redes sociales. Solamente en Brasil 11 millones de brasileños son “terraplanistas”, y quizás alguna de estas al leernos dejara de hacerlo porque decimos que la tierra no es como una tabla, sino un astro redondo como la ciencia lo demuestra.

Gobiernos autoritarios como el de Corea del Norte o China controlan los medios y las redes para mantener una narrativa oficial y limitar la disidencia.

Las marcas utilizan estrategias publicitarias para crear necesidades artificiales, asociando productos con emociones positivas como éxito o estatus social.

Grupos extremistas utilizan redes sociales para reclutar seguidores, difundiendo mensajes que apelan al miedo, la injusticia percibida o el sentido de pertenencia.

Afortunadamente, no todas las personas son igualmente susceptibles. La educación que nos induce a cuestionar, al acceso a información variada y a la reflexión consciente pueden reducir estas manipulaciones. En sociedades abiertas con diversidad de medios, es más difícil consolidar una narrativa única.

La manipulación psicológica intensiva a través de los medios y las redes sociales no es un control absoluto, pero sí un fenómeno real que altera nuestras emociones, sesgos y hábitos de consumo informativo. La clave para resistirse radica en desarrollar un propio pensamiento, diversificar las fuentes de información y ser conscientes de cómo las tecnologías pueden modificar nuestra percepción de la realidad. En un presente donde la manipulación está a un clic de distancia, la autonomía mental es más importante que nunca. ¿Estamos realmente pensando por nosotros mismos o siguiendo el guion que han diseñado para nosotros, otros? La respuesta está en nuestras manos.

Las religiones y el libre albedrío

Las primeras religiones comenzaron a explorar la idea del libre albedrío. Algunas de las primeras referencias aparecen en el zoroastrismo que es una de las religiones más antiguas. Enseña que los humanos tenemos la libertad de elegir entre lo que denomina las fuerzas del bien —Ahura Mazda— y el —Angra Mainyu—, las del mal.

El judaísmo introduce el libre albedrío en la relación entre los seres humanos y Dios. En textos como el Deuteronomio (30:19), se enfatiza la capacidad del hombre de elegir entre la vida y la muerte, el bien y el mal.

La filosofía occidental también abordó el tema desde tiempos antiguos. Reflexionaron sobre la capacidad del ser humano para actuar de manera racional y ética, y desarrollaron la idea de la elección deliberada de cada ser humano —prohairesis—, indicando que los humanos tienen la capacidad de actuar con conocimiento y propósito. Las religiones probablemente introdujeron el concepto como parte de su enseñanza moral y espiritual. Mientras que la filosofía griega lo desarrolló de forma más sistemática, especialmente a partir de Sócrates, Platón y Aristóteles. 

La Iglesia Católica enseña que los seres humanos tienen libre albedrío porque fueron creados a imagen y semejanza de Dios. Este libre albedrío permite elegir entre el bien y el mal. Según su credo, aunque Dios es omnisciente y sabe lo que ocurrirá, no impone su voluntad sobre las decisiones humanas. En el judaísmo, el libre albedrío es un concepto fundamental. Los seres humanos tienen la capacidad de tomar decisiones y son responsables de sus acciones ante Dios. La Torá y los textos rabínicos enfatizan que cada persona puede elegir entre el bien —yetzer hatov— y el mal —yetzer hara—, siendo recompensada o castigada según sus elecciones. Aunque el Islam reconoce la soberanía de Dios —Allah— sobre todas las cosas, muchas escuelas teológicas dentro del Islam, como los mutazilíes o los asharíes, afirman que los humanos tienen cierta medida de libre albedrío. El Corán destaca que los humanos son responsables de sus actos, lo que implica la existencia de la capacidad de elegir. El hinduismo reconoce el libre albedrío como parte del karma, donde los individuos tienen la capacidad de elegir sus acciones en el presente para modificar la siguiente vida. Las enseñanzas budistas destacan la importancia de la intención —cetana— y el esfuerzo correcto como componentes del camino óctuple, lo que implica un grado significativo de libre albedrío. Muchas tradiciones espirituales modernas, como el Espiritualismo, el New Age y el universalismo unitario, enfatizan la capacidad del ser humano para tomar decisiones libres como una expresión de su crecimiento espiritual. Estas creencias suelen incorporar la idea de que cada individuo es responsable de crear su realidad y destino. En la fe bahá’í, el libre albedrío es esencial. Se enseña que los seres humanos tienen la capacidad de elegir entre el bien y el mal y que el propósito de la vida es usar esta libertad para acercarse a Dios mediante actos virtuosos.

Definitivamente, la mayoría de las creencias religiosas señalan que tenemos libre albedrio, pero ¿No es una contradicción que las religiones nos expliquen que Dios nos legó el libre albedrió y luego las normas de las iglesias no permitan ejercer la libertad de pensar y decidir porque contradicen las normas obligatorias creadas por las autoridades eclesiásticas? 

Tomemos el caso de un sacerdote católico: ¿Cómo puede ejercer su libre albedrío si está obligado a acatar órdenes de sus superiores por su juramento o voto de obediencia?

También los feligreses deben someterse a las normas del catecismo. ¿No es una contradicción? Pues, pensamos que sí, y es un tema ampliamente debatido. 

La clave está en cómo las religiones justifican esta dualidad porque según estas tradiciones, el libre albedrío no es libertad absoluta para hacer lo que uno quiera, sino la capacidad de elegir el camino correcto dentro de un marco moral o divino. Las normas no se perciben como restricciones, sino como una “guía” para ejercer el libre albedrío de manera ética y orientada hacia el bien… pero son ¡obligatorias!… 

Aunque puede parecer paradójico, las religiones argumentan que el libre albedrío no es incompatible con las normas divinas.

Pensamos que eres tú mismo apreciado lector, quien debe decidir si ejerces tu poderoso atributo —porque te lo otorgó la divina providencia del Universo— de pensar y decidir libremente.

Las sociedades y las decisiones democráticas

Luego de milenios marcados por la brutalidad de la esclavitud, los infortunios del feudalismo, del absolutismo monárquico, de autoritarismos, tiranías y dictaduras que incluyen las comunistas, la humanidad alcanzó un entendimiento fundamental: El sistema democrático es el que mejor protege y permite el libre albedrío. En una democracia, los ciudadanos tienen la libertad de elegir a sus líderes, expresar sus creencias y opiniones, así como participar activamente en las decisiones que afectan sus vidas, garantizando la pluralidad de ideas y el respeto por las diferencias. A través de constituciones y de leyes que garanticen los derechos fundamentales de los seres humanos como la libertad de expresión, el acceso a la información y la igualdad ante la ley, la democracia no solo reconoce la dignidad intrínseca de cada individuo, sino que también fomenta la autonomía para pensar, decidir y construir un futuro colectivo basado en el consenso y la justicia. Todo ello, dentro de un marco cultural, social, y legal que los miembros de una sociedad aceptan como límites de convivencia que regulen el libre albedrío de cada ciudadano en base a que la libertad de cada quién no disminuya la libertad de otros. 

La ciencia

Para nosotros —los librepensadores— la ciencia es, sin duda, una herramienta vigorosa para buscar y comprender la verdad objetiva sobre el mundo que nos rodea y el Universo que habitamos. Proporciona un marco para investigar y explicar fenómenos mediante el análisis y el método científico, la observación sistemática y la evidencia. La ciencia nos ofrece una comprensión basada en hechos verificables, lo que nos permite tomar decisiones más informadas. Las hipótesis comprobadas científicamente se convierten en teorías que eliminan las creencias falsas o mitos que pueden limitar nuestra libertad para decidir conscientemente. La ciencia fomenta el cuestionamiento y el análisis lógico, herramientas clave para evitar manipulaciones y tomar decisiones autónomas. Nos enseña a discernir entre evidencia sólida y opiniones subjetivas o sesgadas. Desde la medicina hasta la tecnología, la ciencia proporciona herramientas para mejorar nuestra calidad de vida y ampliar nuestras opciones, lo que puede aumentar nuestra capacidad de elección. Lo más importante es que no es dogmática porque al cuestionar ideas preconcebidas, la ciencia puede liberar a las personas de sistemas de pensamiento rígidos que limitan su capacidad de elección, permitiéndoles reconsiderar sus creencias.

A pesar de ello, aunque a ciencia es una base sólida y necesaria para la toma de decisiones conscientes, no es suficiente por sí sola para sustentar plenamente el libre albedrío. Esto se debe a que nuestras decisiones no solo dependen de hechos objetivos, sino también de valores subjetivos, principios éticos, y nuestra interpretación personal del mundo. El libre albedrío pleno requiere una integración de la ciencia con la ética personal y profesional para decidir qué es correcto, más allá de lo que es científicamente posible.

De igual manera, debemos sumar a la ciencia nuestras creencias y filosofía de vida para pensar y decidir en base a lo que significa ser libres, y cada uno de nosotros debe hacer uso de su conciencia y razonamiento para comprender y manejar apropiadamente nuestras emociones, prejuicios y motivaciones internas.

¿Libre albedrío en la política?

Cuando se asocia emocionalmente una creencia política con una amenaza constante, trae como consecuencia una respuesta automática de rechazo hacia cualquier crítica o cuestionamiento de esa creencia. Este proceso suele implicar manipulación psicológica y se puede explicar así: Las creencias políticas se vinculan con un sentimiento de peligro o miedo, como la idea de que cuestionar alguna de ellas podría «destruir a la sociedad», «perjudicar la seguridad nacional» o «traicionar los valores fundamentales». Esto activa una respuesta emocional intensa como miedo, ansiedad o ira. Con el tiempo, cada vez que alguien critica negativamente esa creencia política, el individuo automáticamente asocia el reproche con el peligro percibido. 

Esto provoca una reacción defensiva o de rechazo, sin analizar racionalmente el argumento. Al hacerlo, la persona puede experimentar alivio emocional, al evitar el conflicto o reafirmar su posición. Este paliativo refuerza el rebote automático, consolidando la asociación entre la crítica y la amenaza.

Veamos ahora cómo funciona en un caso: Un partido político podría asociar sus ideas con conceptos como «patriotismo» o «seguridad nacional» y, a la vez, describir cualquier crítica como una amenaza a la patria. Como resultado, las personas que adoptan esas creencias pueden reaccionar automáticamente con rechazo o enojo hacia cualquier cuestionamiento a esas ideas, ya que lo perciben como un ataque a las mismas y a su identidad o seguridad. Este proceso es común en contextos de polarización política y propaganda, donde el miedo o la amenaza emocional se utilizan para limitar la reflexión individual y fomentar lealtades inquebrantables. Los regímenes totalitarios han utilizado técnicas similares y más radicales usando el premio o el castigo.

La generalización emocional

Se utiliza para reforzar prejuicios o comportamientos manipulados. La generalización emocional ocurre cuando una emoción asociada a un objeto o experiencia específica se extiende a otras situaciones, personas o ideas similares, incluso si no están directamente relacionadas. Este mecanismo se emplea para reforzar prejuicios o manipular comportamientos, ya que amplifica las respuestas emocionales y limita la capacidad de reflexión consciente.

Se genera un discurso de odio, que conlleva una emoción intensa, como miedo, odio o desconfianza, hacia un grupo, idea o situación específica. Como sería el caso de un grupo social que pueda ser asociado con un evento negativo o peligroso. Así ocurrió con los nazis, quienes, movidos por una ideología de odio y manipulación política, señalaron a los judíos como los “culpables” de todos los males de Alemania. Los convirtieron en el enemigo público, despojándolos de su humanidad a través de una propaganda feroz, mentiras sistemáticas, y un aparato de control policial y militar brutal. Este discurso de odio escaló hasta el horror inimaginable del Holocausto, donde millones de vidas inocentes fueron exterminadas, víctimas de un sistema que utilizó el miedo y la desinformación para justificar lo injustificable. Es un recordatorio eterno de hasta dónde puede llegar la manipulación política cuando el odio reemplaza la libertad individual, la razón y la empatía. 

El comunismo en Cuba escogió a parte de la población como enemigos de su país, y por no ser comunistas los persiguió cruentamente mientras los llamaban “gusanos” y traidores a la patria. En las campañas políticas de Hugo Chávez en Venezuela, se evidenció cómo el lenguaje divisivo puede convertirse en una herramienta cruelmente astuta de manipulación política. Arbitrariamente, Chávez dividió al país entre los llamados “patriotas,” quienes eran sus seguidores, y los “escuálidos,” un término peyorativo para referirse a sus opositores. Esta estrategia no solo profundizó la polarización, sino que también sembró un odio social corrosivo, enfrentando a los ciudadanos y paisanos y debilitando la cohesión nacional. 

Lamentablemente, este no es un caso aislado ya que numerosos gobiernos autoritarios han empleado tácticas similares, alimentando el desprecio entre sus propios ciudadanos como mecanismo para consolidar su poder, a costa del tejido social y la estabilidad de sus naciones. 

Lo peor es que la emoción negativa inicial se extiende a cualquier cosa que se relacione, aunque sea de forma vaga, con ese grupo o idea. Esto puede incluir personas con características similares, símbolos asociados, o incluso términos relacionados. Cada vez que la emoción se activa, se refuerza el prejuicio o conducta, dificultando que la persona cuestione o reevalúe sus creencias o sea tolerante.

Tomar el control

Teorías contemporáneas, como las de la psicología positiva y la terapia cognitivo-conductual, rescatan la noción de la gestión humana. Si bien aceptan que factores biológicos y sociales influyen en nuestras decisiones, enfatizan que las personas pueden desarrollar habilidades como la autorreflexión y el autocontrol para ejercer un mayor grado de libertad en sus elecciones y decisiones. La capacidad de reinterpretar los eventos, cambiar creencias limitantes y establecer propósitos claros en la vida son evidencias de que el ser humano tiene, aunque limitada, su autonomía. La capacidad de reflexionar, aprender de la experiencia y desarrollarnos conscientemente nos otorgan un margen de libertad que, aunque pequeño, puede ser significativo.

Tomemos el caso de un individuo que crece en un entorno violento. Podría estar condicionado por esos eventos para reproducir esa conducta. Pero, a través de la reflexión y el aprendizaje, podría desarrollar la capacidad de romper ese ciclo. Esta posibilidad sugiere que, aunque no somos completamente libres, sí podemos dirigir nuestra vida hacia un destino que consideremos más auténtico y significativo.

El debate sobre el libre albedrío no solo es teórico, sino que tiene implicaciones prácticas en campos como la ética, el derecho y la psicología. Si aceptamos que nuestras decisiones están influenciadas por factores fuera de nuestro control, ¿hasta qué punto podemos responsabilizar a las personas por sus actos? Y, al mismo tiempo, si creemos en la posibilidad de cambio y en la capacidad humana de mejorar, ¿no deberíamos promover herramientas y espacios que ayuden a las personas a ejercer ese libre albedrío aunque sea limitado?

Como psicólogos, creemos que el libre albedrío es tanto una realidad como un ideal. No es un don absoluto, sino una capacidad que debemos construir y fortalecer. En un entorno social, político, económico, e informativo donde tantos factores buscan controlarnos, nuestra mayor tarea es cultivar nuestra libertad interna, pensar sobre nuestras acciones y, en lo posible, elegir siempre con conciencia y propósito.

El libre albedrío y el propósito de ser feliz

La relación entre el libre albedrío y la felicidad plantea una pregunta: ¿Podríamos ser más libres si el propósito de nuestra vida fuera ser felices?… Pues sí… Si el propósito de la vida fuese ser feliz, podríamos argumentar que el libre albedrío sería más factible, ya que enfoca las decisiones, porque la felicidad como objetivo nos invita a priorizar los escenarios y objetivos que contribuyan a nuestro bienestar, descartando aquellas que nos alejan de él. Este enfoque otorga claridad y reduce la influencia externa ya que al centrarnos en nuestra felicidad, dejamos de actuar únicamente para cumplir expectativas sociales, culturales o familiares. Nos liberamos, al menos parcialmente, de condicionamientos externos que limitan nuestras decisiones. Por otro lado, promueve la resiliencia. Aunque el sufrimiento es inevitable, el propósito de ser feliz nos enseña a aligerar la carga emocional, reinterpretar las adversidades, y encontrar sentido en cada reto o problema. 

No obstante, el libre albedrío pleno sigue estando limitado por factores biológicos, psicológicos y sociales. Aunque la búsqueda de la felicidad puede ayudarnos a ejercer mayor autonomía, nunca será absoluta. Siempre habrá condicionamientos biopsicosociales que influirán en nuestras decisiones, pero ejercer nuestra libertad de pensamiento, es una acción que aunque limitada siempre valdrá la pena.

Tomemos en cuenta que la verdadera libertad no radica únicamente en perseguir la felicidad, sino en asumir la responsabilidad de nuestras elecciones. Esto implica aceptar que ser feliz no siempre significa evitar los problemas, sino estar conscientes de cómo manejamos nuestras emociones, nuestros vínculos y nuestras metas.

Aprendamos del caso de una persona que puede pensar y decidir sacrificarse temporalmente —como trabajar arduamente, o cuidar a un ser querido— en pos de un propósito más elevado que, aunque no proporcione felicidad inmediata, contribuirá a una vida más plena y llena de bienestar, alegría y del deber cumplido. Este acto de decisión, basado en valores y en la proyección a largo plazo, es una expresión genuina del libre albedrío. Si deseas profundizar sobre este tema o consultarnos, puedes escribirnos a [email protected]. Que la Divina Providencia del Universo nos acompañe a todos. Nos vemos en la próxima entrega…

María Mercedes y Vladimir Gessen, psicólogos. Autores de Maestría de la felicidad, Qué cosas y cambios tiene la vida y ¿Quién es el Universo?

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