El Llanero Increíble. Ese fue el calificativo que le otorgó Vinicio Romero Martínez en sus libros de historia. La gran hazaña realizada por el humilde llanero para merecerlo fue su gran transformación. Sobrevivir en el llano fue solo la proeza temprana de José Antonio Páez, luego la lucha entre el hombre con la sabana infinita, la angustia del batallar día a día con las bestias, con los caminos polvorientos, con el sol abrasador, con la inclemente lluvia, con el verdor y sequía, con la alegría, la desesperanza, el sin futuro y la tristeza. No es retórica lo expresado por nuestro más famoso axioma. “El llanero es del tamaño del compromiso que se le presenta”.
El Centauro. El Lancero de los Llanos. El León de Payara. El Taita. El Catire José Antonio. El héroe de Las Queseras. El primer presidente constitucional de Venezuela que esculpió en la historia su grito de “Vuelvan caras”. El Catire desde su nacimiento en un sencillo rancho de palma y bahareque, ubicado en un semibosque cercano al riachuelo de Curpa, antigua provincia de Barinas y cantón de Araure y hoy sitio cercano a la ciudad de Acarigua, ha enorgullecido a todos los portugueseños por sus proezas, su valentía y su sagacidad. Esa inteligencia propia de nuestro más representativo llanero siempre será motivo de admiración e inspiración para todos los nacidos en esta tierra.
Hace más de 200 años en La Blanquera, San Carlos, estado Cojedes, Simón Bolívar planificaba la estrategia para librar la Batalla de Carabobo del 24 de junio de 1821, estableciendo allí su cuartel general durante más de tres semanas.
El Negro Primero y su pelotón de lanceros usaban un pañuelo rojo que les cubría la cabeza como identificación rápida en las batallas. El general Páez y muchos otros oficiales usaban una prenda similar alrededor del cuello, sobre todo cuando por estrategia deberían unir ambas caballerías. ¡Bellaquerías llaneras!
Para este 13 de junio el burgomaestre del municipio Páez nos presenta un afiche de nuestro prócer independentista, con un rostro pálido y «afrancesado», perfectamente acicalado y rasurado, con mirada tierna, labios delineados y adornado con un inusual cintillo de seda rojo en su frente. La iconografía de Páez supera con creces a la del padre de la patria, quien jamás fue retratado. Sus rasgos están bien definidos desde cuando en 1828 con 38 años cumplidos fue retratado en uniforme de húsar por Robert Ker Porter. También existe un retrato del general Páez de Lewis B. Adams en 1838, como también el realizado por Martín Tovar y Tovar en 1874. Lo complementan, entre otros, el realizado por John J. Peoli en 1890, y una fotografía en blanco y negro a mediados del siglo XIX.
No me imagino la reacción del León de Payara al ver transformada su fisonomía de manera tan irrespetuosa, en ese afiche donde se promocionan las actividades por los 233 años de su natalicio.
Cómo han cambiado las cosas desde los tiempos de Hugo Rafael. El comandante hizo hasta lo imposible por demostrar que el Libertador era mulato o mestizo mandando al traste la genealogía de Simón de la Santísima Trinidad Bolívar y Palacios hasta lograr transformar su ADN, influenciado por el mendigo más orgulloso del planeta, Fidel Castro.
Entre nuestros valores ciudadanos olvidados en revolución está el respeto hacia nuestros semejantes.
Podemos aceptar que la ONU sustituya las 193 banderas por el arcoíris del colectivo LGTB en Nueva York. Podemos aceptar que diferimos en la definición de la existencia de sólo dos géneros. Masculino y femenino. Incluso podríamos aceptar como válida su definición de género: como la percepción personal que un individuo tiene sobre sí mismo, coincidan o no con sus características anatómicas, porque consideramos que eso podría calificarse como democrático, en un marco jurídico de libertades civiles.
Todos deben coincidir conmigo. Hay que respetar para ganarse el respeto. No me imagino a Jose Antonio Páez percibiéndose a sí mismo, cual vulgar imagen del josefino exiliado, que fue parte del absolutismo de José I. Respeten a los hombres corajudos de nuestra historia.
“…Era si como dios hubiese resuelto poner a toda prueba toda capacidad de asombro, y mantuviera a los habitantes de Macondo en un permanente vaivén entre el alborozo y el desencanto, la duda y la revelación, hasta el extremo de que ya nadie podía saber a ciencia cierta dónde estaban los límites de la realidad. Era un intrincado frangollo de verdades y espejismos”. Gabriel García Márquez, Cien Años de Soledad.