Este es el título de una de las obras maestras del escritor cubano Alejo Carpentier. En ella narra, a través de la voz del esclavo negro Ti Noël, el tránsito que sufrió Haití al pasar a convertirse, de colonia francesa gobernada por blancos, en una nación negra regida por el primer monarca coronado del Nuevo Mundo. La lucha por la libertad y lo difícil que puede llegar a ser poner fin a prácticas de sometimiento de unos pueblos sobre otros; la creencia de los negros en los poderes licantrópicos de Mackandal, que representa el mestizaje y la transculturación y su sucesor Bouckman en la lucha revolucionaria. Todo ello escrito en la concepción de lo real maravilloso, cercana al realismo mágico que puede considerarse patrimonio latinoamericano heredado del surrealismo europeo.
Me vino a la memoria su lectura debido a las noticias recientes de Haití, en las cuales aparece un expolicía de apellido Cherizier, apodado Barbecue, el cual lidera una alianza de bandas que tienen bajo control a ese país, que de hecho no tiene gobierno reconocido actualmente y se encuentra sometido por seres que buscan el poder político basados en el odio hacia Occidente, los ricos y a la imposición cultural, exactamente el pensamiento de los negros que lograron crear el primer imperio en América con el monarca Henry Cristophe que se dirigía al emperador Napoleón Bonaparte en sus cartas encabezándolas: “De le Premier noir a le Premier blanc. Salut”. Presentes están como en el pasado la superstición, la violencia incluido el canibalismo y el trasfondo del vudú, lo mágico-religioso, la sensación permanente de irrealidad que se siente en ese país cuando se visita la fortaleza de La Citadelle, el castillo Babancourt o los restos de la réplica del palacio de Versalles que hizo Cristophe para su residencia personal, hasta en los relatos de cualquier ciudadano sobre testimonios de vacas o cabras que vuelan echando fuego por la boca. En Haití todo es creíble y mágico.
Transcurridos más de tres siglos desde los hechos recreados en lo narrado por Carpentier, pareciera que el tiempo efectivamente fuese circular como en 100 Años de soledad. Haití paso de serla isla denominada Esmeralda, por el verdor y la frondosidad de su vegetación, primer productor de caña de azúcar en la época colonial, tener después de Estados Unidos el ejército mejor formado que permitió a uno de sus próceres, Petion, dar ayuda militar a Bolívar en la expedición de los Cayos, invadir y ocupar dos veces República Dominicana y retar a la armada francesa, hasta que con el transcurrir de gobiernos dictatoriales y populistas del siglo pasado y el presente convertirse en una nación arruinada, devastada, saqueada e ingobernable con todas las calamidades posibles para su población sin que haya sido producto de ninguna guerra.
Dar explicaciones sobre lo que condujo a este país a la actual situación catastrófica e igualmente aportar soluciones efectivas a su sempiterna crisis ha sido labor de la comunidad internacional durante décadas. Haití ha sido objeto de atención por parte de la oficina de operaciones de mantenimiento de la paz de Naciones Unidas en diversas misiones, la Organización de Estados Americanos, grupos de países amigos –Venezuela, entre ellos- prácticamente todo el espectro de la ayuda humanitaria global coordinados por el Programa de la ONU para el Desarrollo llegando a liderar el monto más alto de ayuda per cápita en el mundo. Los informes del Banco Mundial y el PNUD explicaban en sus anuarios que el fracaso en recuperar ese país se debía a la baja capacidad de absorción de la ayuda humanitaria, lo cual era un eufemismo para significar la brutal corrupción de los gobernantes e incluso de las ONG que estaban en el terreno.
Sin pretender dar explicaciones a este fenómeno que en estos momentos demanda con urgencia la actuación de la comunidad internacional, me parece pertinente comentar un asunto que estaba en proceso durante el tiempo en el cual fui jefe interino de la Embajada de Venezuela en Puerto Príncipe hace 25 años. Como miembro del grupo de países de la ONU para la resolución de la crisis política regularmente daba entrevistas en la prensa y televisión haitiana. En una oportunidad me preguntaron, sin que fuese la temática de la conversación, cómo funcionaban en Venezuela las OP –organisations populaires-, que existían en ese país recién creadas bajo la idea y supervisión de Fidel Castro para apoyar al régimen tutelado por Aristide. Yo me reí y le aseguré a la periodista que nosotros no teníamos eso. Sin embargo, al poco tiempo de estar Chávez en el poder empezaron a crearse los círculos bolivarianos que finalmente devinieron en los colectivos. Aunque con igual propósito, un poco distinto ha sido el legado cubano en ese país ya que dichas organizaciones, transformándose en bandas criminales abiertamente, lograron tanto poder en un Estado ingobernable después del asesinato en 2019 del presidente Moise, que hoy controlan el territorio y hasta los agentes cubanos disfrazados de médicos, entrenadores, técnicos y asesores debieron retornar despavoridos a su país.
La solución al caso haitiano no será fácil y requerirá largo tiempo. Por lo pronto, está en la atención de los países de la región y fuera de ella. Naciones Unidas tiene a través del Consejo de Seguridad y el PNUD un rol fundamental, al igual que como de costumbre Estados Unidos. El Caribe debe tomar medidas, con el mismo entusiasmo que emplea para solidarizarse con Guyana, en auxilio su país vecino y hermano también. Francia y Canadá con seguridad realizarán su aporte y esperemos que la nefasta influencia cubana haya cesado después de 30 años de “cooperación”.
En un próximo gobierno, Venezuela, en el marco de una reevaluación integral de su política exterior hacia el Caribe, debe asumir la situación de Haití como un caso especial por razones históricas y de expresión de los valores que vamos a recuperar de libertad, justicia y solidaridad internacional.
Esperemos que algún día un merecido homenaje póstumo a Carpentier sea la recuperación de los protagonistas de sus grandes obras como lo son El siglo de las luces y El reino de este mundo. Que Cuba y Haití retomen la senda de la paz y el progreso debe ser un compromiso del continente. Por lo pronto que Ayiti cherie deje de ser El horror de este mundo.
A la memoria de Irma Antonini Paredes, quien fuera embajadora en Haití y mi mentora en la Cancillería venezolana.
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