El 24 de enero el presidente Caldera cumple 106 años de nacido, en su yaracuyano San Felipe. No quiero hablar de sus logros históricos como uno de los grandes fundadores de la democracia venezolana. Su inmensa y fructifera obra en su larga vida pública está allí, en la patria soberana y progresista que ayudó a construir sin cansancio, en buena parte del siglo XX.
Pero la ocasión es oportuna para referirme a él como persona y gran venezolano. Fui su secretario político y ministro en el segundo gobierno. Largos años pasé a su lado. No me arrepiento ni un día. Lo quise y quiero con toda mi alma y mi corazón.
Fue un hombre excepcional. Dos veces presidente de la República y garante en ambos periodos, de la Constitución y de su expresión práctica que son los derechos humanos.
De la democracia pluralista y de la República Civil.
Aprendí a trabajar con él, incluso antes de graduarme de abogado. Su disciplina tranquila y perseverante, sin sobresaltos, me enseñó que el trabajo era una bendición.
Fue un hombre de convicciones firmes y de trato afable. La leyenda de su soberbia era solo eso: una leyenda. En los años dorados del Escritorio Liscano, nunca lo percibí malhumorado; al contrario, siempre tenía una palabra amable para sus colaboradores.
¿Cuántas veces metí la pata en esos y otros tiempos ulteriores? Pero él no corregía con enojo sino tratando de que uno se diera cuenta de sus muchos errores. Una lección de vida que no se puede olvidar.
Su familia era su orgullo. Su esposa, doña Alicia Pietri, un tesoro de mujer, de madre y de luchadora a su lado, aunque los avatares de la vida política no fueran su preferencia. El Museo de los Niños da cuenta de su entrega independiente por la nación.
Cuando se perdieron las elecciones de 1983, y después de su noble reconocimiento, yo, que era muy secundario en aquel comando de campaña, tomé fuerza y le dije que quería quedarme con él. Y así fue. Años difíciles de oposición y gobierno, pero a su lado cada día.
No hay palabras para agradecer que haya podido vivir gran parte de mi vida junto a Rafael Caldera. Un titán de Venezuela y una figura reconocida en medio mundo. La democracia cristiana tiene con él una deuda impagable.
No habrá descanso para que las nuevas generaciones valoren a este venezolano afirmativo. Sí, hay mucha injusticia, mucha ignorancia, mucha mala fe con Rafael Caldera. Me duele pero no me altera. Su presencia en la vida venezolana, y la proyección de su futuro, es demasiado positiva. Lo afirmo como su modesto secretario y ministro. Viva el legado del presidente Caldera en toda Venezuela.
El periodismo independiente necesita del apoyo de sus lectores para continuar y garantizar que las noticias incómodas que no quieren que leas, sigan estando a tu alcance. ¡Hoy, con tu apoyo, seguiremos trabajando arduamente por un periodismo libre de censuras!
Apoya a El Nacional