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100 años de amor, de bondad y de entrega

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En 1923, en la población de Ejido, estado Mérida, Elio Rondón y Rafaela Pino contrajeron matrimonio. El 6 de septiembre de 1924 nació su hija mayor y le pusieron por nombre Ylda del Carmen Rondón Pino. Cada vez que se aproxima el 6 de septiembre, mi amada madre transmite una emoción semejante a la que puede irradiar una jovencita próxima a cumplir 15 años. Y es que desde que cumplió 90 años, considera que cada aniversario es el logro de una hazaña. Y efectivamente lo es, porque cumplir hoy 100 años en esas excelentes condiciones físicas, orgánicas y mentales es motivo de regocijo para todos. 

Son 100 años de amor, expresados en el más puro sentimiento a todas las  personas, pero fundamentalmente a sus seres queridos, padres, hermanos, sobrinos, esposo y de una manera singular a sus hijos. Son 100 años de bondad, siempre con la disposición de hacer el bien a toda persona que lo necesita sin importar de quien se trata. Son 100 años de entrega. Primero, le tocó ayudar en la crianza de sus 4 hermanos (Carlos Alberto, Fabio, Hugo y Enrique), luego en la elaboración de jugos y confites para la venta en el negocio de su padre. Posteriormente, en la atención integral a nuestro padre. Por si fuera poco,  el primer parto fuimos morochos, mi hermano (Gustavo Orlando) y quien escribe. Mi padre fue alumno, maestro y director de la misma escuela «Monseñor Jauregui» hasta el año 1952, cuando se convocaron las elecciones para la Asamblea Nacional Constituyente y que la dictadura se las robó, y por la fuerza de los fusiles cambió los resultados; mi padre, un demócrata de formación y de convicción, no podía quedarse callado y protestó enérgicamente el desconocimiento de la voluntad popular, lo que le valió la destitución del cargo. Un día de ese año, estábamos desayunando mi papá, mi mamá, Gustavo Orlando, Héctor Alonso y yo, cuando de repente, sin pedir permiso, entraron unos siniestros personajes de la Seguridad Nacional, tal cual hoy la llamada Operación Tun Tun y se llevaron detenido a nuestro padre. Fue confinado a un pueblito en el estado Yaracuy, Sabana de Parra; al año siguiente lo trajeron confinado a Lagunillas de Mérida y tenía por cárcel el grupo escolar Manuel Gual, de cuyas instalaciones no podía salir. Fue un período de mucha pobreza y nuestra amada madre tuvo que asumir el rol de padre y madre. Jamás puedo olvidar y cada vez que tengo oportunidad lo resalto: estábamos en la puerta de la casa donde vivíamos, yo estaba llorando, nuestros vecinos eran el Sr. Marcos Tulio Paredes y su esposa, doña María Edilia de Paredes, le preguntó a mi mamá ¿por qué llora el niño? Y le respondió: porque tienen hambre y no tengo que darles. Nos invitó a su casa y nos sirvió pan, queso y chocolate, Gustavo Orlando, Héctor Alonso y yo nos dimos un banquete. A mi mamá le daba pena, pero al final la obligaron a comer. Luego, nos mudamos a la casa de mis abuelos Elio y Rafaela. Mamá, para que no pasáramos hambre, comenzó a elaborar chicha, mazamorra, conservas de leche, de coco, dulce de higo en almíbar y rellenos, de toronja, de lechoza y los llevábamos donde el Sr. Baudilio Rodríguez,que era el propietario y atendía su negocio llamado La Bodega del Pueblo. Cuando se vendía la mercancía, mamá iba y hacía trueque por alimentos y víveres. Un día, mi madre estaba preparando el batido para hacer conservas de leche y cuando retiró la olla del fogón esta se volteó y el melao hirviendo le quemó gran parte del cuerpo. Su preocupación no eran sus quemadas sino cómo iba a generar recursos. En 1954, mi abuelo Elio Rondón habló con el Dr. Alfredo Dini Ruiz, quien se desempeñaba como secretario general de Gobierno de Mérida y como era su amigo, le solicitó la libertad plena de mi padre. A los pocos días fue aprobada la medida y nuestro padre estuvo de nuevo con nosotros. Y como el desamparado no ha nacido, mi tío Candelario Pino en sociedad con Máximo Rondón habían adquirido la franquicia para Mérida de Cervecería Polar y le ofrecieron a mi papá la gerencia, con la fortuna de que el primo hermano de mi mamá Luis Arturo Calderón Pino, mi inolvidable padrino, adquirió una casa en la Avenida 3 Independencia y no quería vivir solo. Le propuso a mi papá que nos mudáramos de Ejido y viviéramos con él, y así lo hicimos. En 1957 nos mudamos unas casas más arriba, y allí disfrutamos el amanecer más hermoso e inolvidable de nuestras vidas, cuando nos enteramos como a la 1:00  de la madrugada del derrocamiento de la dictadura de Marcos Pérez Jimenez el 23 de enero de 1958. De inmediato mi papá asumió la conducción de Acción Democrática en la Municipal El Llano del Distrito Libertador de Mérida. Luego ocupó los cargos de concejal, director de Educación del Estado, secretario general de Gobierno, gobernador de Mérida y por último presidente del Concejo Municipal del Municipio Libertador (equivalente hoy a alcalde. He mencionado a mi padre, porque conformaron un binomio inseparable e indisoluble, y estaría incompleta e irreal esta reseña si no resalto la exagerada condición de humildad y sencillez de mi madre. Puedo dar fe de que jamás pretendió inmiscuirse en los asuntos políticos o de gobierno, si acaso, abogar por alguien que merecía una beca o la ayuda de un trabajo, nunca acudió a las oficinas públicas o del partido donde mi papá despachaba, es más, creo que cuando le decían primera dama se sentía incómoda. Le encantaba -le encanta- que le dijeran Doña Ylda. A diferencia de hoy, que en la mayoría de los pueblos lo que la gente comenta con muy pocas y honrosas excepciones es: «Aquí la esposa del gobernador o del alcalde es la que hace los negocios o es la que manda». Cuando hice mi programa de televisión, La esquina caliente, con motivo de que cumplía 98 años, mi madre expresó: «Tengo que darle gracias a Dios en su infinita misericordia de que tengo a mis 10 hijos vivos. (Rafael Augusto, Gustavo Orlando, Héctor Alonso, Luis Américo, Maritza del Rosario, Germán Oscar, Antonio José,  José Antonio, Edgar Fernando y Carlos Eduardo)». Y hoy, cuando cumples 100 años y todos seguimos vivos, debo decirte que no tengo ninguna duda de que le echaste bolas de verdad y eternamente estaremos agradecidos de que junto a nuestro amado e inolvidable padre, Gustavo Amador López, nos hayan inculcado los principios y valores de amor, de bondad, de entrega, de prudencia, de humildad, de solidaridad, de honestidad, de templanza y de lealtad. Madre, a tus 100 años, nunca te has rendido, nosotros tampoco lo haremos, seguiremos en la lucha por Venezuela, por la democracia, por la libertad, por nuestras familias  y por usted. Bailaremos hasta el final. Imposible amarte más. 

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