Vicepresidente regional para Cuba de la Comisión de Libertad de Prensa de la SIP, el periodista Henry Constantin Ferreiro remueve el avispero desde la ciudad de Camagüey, donde dispara dardos certeros contra el régimen del presidente Miguel Díaz-Canel, a la vez que arenga a los cubanos a que salgan las calles y se hagan escuchar.
Desde su revista La Hora de Cuba y su página personal de Facebook, no deja tema sin tocar. Todo es relevante. Desde la plaga de mosquitos en un barrio de Camagüey o la postergada ley de protección de los animales, a la supuestamente exitosa cosecha de papas. Pero, sobre todo, campean las denuncias de represión a las protestas, de presos políticos, de injusticias criminales emanadas del Estado y que él nunca deja pasar.
«Las redes han cambiado por completo el panorama de la lucha por los derechos humanos en Cuba, la libertad de expresión y el periodismo independiente», dijo Constantin en diálogo con La Nación desde Camagüey.
-A juzgar por tus denuncias parece que la represión contra activistas, periodistas y ciudadanos particulares está muy activa en Cuba. ¿Creció en estos últimos años?
-Siempre hay represión en Cuba. Es complicado decir si crece, disminuye o se mantiene igual. Pero hay un hecho real y es que más cubanos se han aventurado a expresarse, sobre todo gracias a las redes sociales. Eso ha hecho también, al haber más cubanos expresándose, que pueda haber más represión, o que se pueda constatar más. Por otro lado en estas últimas dos o tres semanas sí ha habido incidentes sin parangón con respecto a los derechos humanos. Por ejemplo, la policía mantuvo sitiada una casa donde un grupo de artistas, periodistas y activistas en huelga de hambre exigían la libertad de uno de los artistas de ese movimiento. Eso provocó a su vez una cascada de reacciones que no se habían visto antes.
-¿Quiénes fueron los que reaccionaron?
-En primer lugar un gran número de artistas empleados del Estado, de los que no tienen problemas con las autoridades, que tienen sus galerías y conciertos, y que se expresaron a favor de estos muchachos. También hubo reacciones nunca vistas de la Iglesia Católica. Hay una carta, que debe andar por las 500 firmas, donde firmaron decenas de monjas y sacerdotes solidarizados y pidiendo que cesara la represión, que se respetaran opiniones diferentes. Todo terminó con una invasión, la casa fue invadida, los agentes estaban disfrazados de médicos con el pretexto del coronavirus. El coronavirus también se ha mezclado para introducir situaciones que no se habían visto antes.
-También hubo una protesta frente al Ministerio de Cultura.
-Fue otra cosa inédita, a fines de noviembre. Eso sí que no había ocurrido antes. Unas 200 o 300 personas, la mayoría jóvenes, artistas o profesionales, se plantaron allí todo el día pidiendo hablar con un ministro para que cesara la represión a los artistas, que cesaran los ataques mediáticos contra la gente de la casa de San Isidro, en La Habana Vieja. Tanta gente exigiendo algo contra el Estado, que yo recuerde no había ocurrido.
-¿Cuál es el rol de las redes sociales en las protestas?
-Las redes han cambiado por completo el panorama de la lucha por los derechos humanos en Cuba, la libertad de expresión y el periodismo independiente. Y lo han cambiado para bien. Yo viví las dos épocas, la época en que no había redes y a mí me expulsan de la universidad de periodismo en Santiago de Cuba y yo no supe qué decir, a quién decírselo ni qué hacer. Se lo contaba a mis amistades y ya. Ahora todo es dinámico con el tema de Facebook y WhatsApp. Y el tema de las transmisiones directas lo está usando el activismo con mucho éxito. Todo este asunto de San Isidro fue reportado en directas por los muchachos allá adentro, pudimos ver cómo vivían, qué hacían ahí adentro, cuándo les tocaban la puerta. Eso generó una solidaridad enorme. Estas cosas refuerzan mucho también al propio activista o periodista, porque aunque siente represión, siente a miles de personas dándole apoyo, al menos espiritual, y eso genera a la vez reacciones en cadena. Todas estas reacciones de los artistas, de la Iglesia, tiene mucho que ver con que las redes han permitido que nadie diga ‘yo no lo vi’. Todo el mundo se entera, lo sabe, puede sacar conclusiones y opinar.
-¿Qué hace el régimen para contrarrestarlo?
-Las reacciones del régimen son las obvias. Cada vez que detectan que en algún perfil de la gente vigilada, como soy yo por ejemplo, hay algún comentario de apoyo de una persona que trabaja para el Estado, lo van a ver. El otro día un muchacho que estudió conmigo hizo un comentario de tres palabras en un video que yo compartí en la semana, solo tres palabras, y lo citaron en su centro de trabajo para hablar sobre eso. La reacción más evidente es la de los trolls, que en Cuba se llaman «ciberclarias» (claria es el nombre antillano del pez gato, que en Cuba es una plaga, come de todo y es feo). Son trabajadores del Estado con la consigna de atacar lo que suene contrarrevolucionario en las redes. También están los actos de repudio. A Iliana Hernández, una periodista que estuvo en la casa con los artistas, le hicieron el acto de repudio más grande que se haya visto desde 2012 o 2013. Prácticamente dos cuadras de personas traídas de instituciones estatales. Los llevaron para gritarles consignas y ofensas.
-¿Qué son esos actos de repudio?
-Es algo parecido a lo que en la Argentina llaman escrache, con la diferencia de que en Cuba los convoca, los organiza y los custodia el Estado, con policías, con trabajadores del Estado, y a veces incluso con vecinos de la persona a la que quieren hacerle esta especie de bullying público. Los funcionarios les dicen qué consignas hay que gritar, y qué hay que decirle a la persona. Básicamente casi todo redunda en que son mercenarios al servicio de Estados Unidos, que son apátridas, y que «viva Fidel’ y que «la revolución es grande». A veces les ponen música. Ha habido veces en que artistas de renombre han ido a tocar frente a la casa, y otras en que incluso han ido niños de las escuelas.
-Así que te escrachan, te van a buscar o te atacan en las redes.
-Sí. Pero en cuanto a las reacciones positivas, las redes no solo generaron solidaridad sino también un aumento del activismo de mucha gente. A mí se me han acercado personas porque me han visto en las redes sociales, para colaborar en el medio que dirijo, La Hora de Cuba. Hay gente que va perdiendo poco a poco el miedo porque se acostumbra a perderlo en Facebook y después piensan: «Bueno, ya que dije estas cosas en Facebook, las voy a decir en la vida real».
-¿Cómo ves el país a mediano plazo?
-Es un panorama muy interesante, más optimista de lo que hemos tenido en los últimos cinco o seis años, por completo. Hay muchísima gente con disgusto y con capacidad de comunicar, de transmitir. Y el Estado se complica la situación porque tiene varias crisis. La perenne crisis económica, que el coronavirus ha acentuado. Está la crisis de liderazgo de Díaz-Canel, a quien nadie quiere, nadie venera, nadie aprecia demasiado, ni siquiera sus propios partidarios. Y está además todo este clima de descontento nacional, no solo económico, no solo político, sino porque el país no acaba de avanzar hacia ningún lado. Entonces creo que es un momento en que hay que tener los ojos encima de Cuba. Porque a nosotros nos ha pasado este mes. No sabemos cuál va a ser la próxima gran noticia del día siguiente.
-¿A la larga el régimen se puede abrir a sí mismo, se puede reformar?
-Estas personas no tienen capacidad de cambio, son personas filtradas para ascender por sus incapacidades y no por sus capacidades. Y quienes tienen el corazón del régimen tienen mucho que temer, que son los familiares de Raúl Castro y dos o tres amigos cercanos de su generación que tienen poder y mucho miedo. No creo que por sí solos den ningún paso. Creo que necesitan una mezcla de garrote y zanahoria. De promesa y a la vez de presión, fuerte, intensa, venga de donde venga, de adentro, del costado, no importa. Ellos han demostrado otras veces que pueden abrir cosas en Cuba, que pueden eliminar barreras, que pueden intentar cambios. Cuando se los presiona a la vez lo suficiente. Y bueno, también cuando se les dan garantías de que eso no representa su fin. Son personas que tienen mucho miedo por lo que hicieron. No saben hacer otra cosa que no sea represiva, no saben lo que es el diálogo.
Por: Ramiro Pellet Lastra