Orlando Torrivilla es de San Félix, estado Bolívar. En estos días recuerda a Catuaro, el pueblo de su abuela, donde la Semana Santa significaba un momento de gran expectación para la vida de los pobladores. Se remonta a abril de 1982.
El aire se llenaba de misticismo. Un año más, anhelando las imágenes encerradas en la iglesia. Rebosaba luz de velas y aroma de cera derretida, impregnándola de un ambiente de solemnidad. Torrivilla cuenta a El Nacional sobre estos preciosos momentos.
Durante la Guerra de la Independencia, cuando la antigua iglesia fue destruida, el pueblo, ubicado en el municipio Ribero del estado Sucre, consiguió salvar las imágenes religiosas y pudo seguir celebrando las procesiones. Tras este episodio, las imágenes representaban una lucha significativa para aquellos que entraban. “Las veneraban, les rezaban, las besaban. En fin, el fervor sencillo de los creyentes de un pueblo con tradición antigua”, reflexiona Torrivilla.
Recuerda cuando en Catuaro caía la noche, el cielo estrellado mezclado con el olor de las arepas a la leña: “Las imágenes las cargaban en un vaivén, en una especie de baile al ritmo de tambores y violines; cada noche era distinta. Todos los feligreses llevábamos velas en un vasito de plástico e iluminábamos las calles con la luz de la fe”.
A día de hoy, a Torrivilla le cuentan que en Catuaro las procesiones se viven con la misma emoción, presente desde la colonia. Las imágenes siguen siendo custodiadas con ese toque de misterio que solo la gente del pueblo consigue dar a sus tradiciones. Mientras, de adulto le tocó emigrar a Granada, España, donde la Semana Santa se manifiesta con más intensidad, Catuaro vive en su mente, una joya de pasión religiosa, casi congelada en el tiempo.
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Semana Santa en Granada
“Llevo una vida normal”, dice Torrivilla, quien durante la Semana Santa cuida a sus hijos, aprecia la música y celebra estos días en familia.
“Lo único es que soy coherente con mis herencias religiosas y trato de comportarme de acuerdo con ellas. En Venezuela a veces iba de playa, pero siempre intentaba estar cerca de una iglesia para ir por la noche. Desde las calles andaluzas trasciende lo religioso. Me llega un influjo cultural”, afirma.
“Las carrozas son obras de arte, organizadas y majestuosas. La música parece la banda sonora de una película”, manifiesta sobre la Semana Santa española.
“Se llenan totalmente las calles. Hay que anticiparse y coger un buen lugar para ver de cerca”, continúa: “Es un gran honor participar, llevar un cirio o cargar con el salto del trono. Cuando llueve y no puede salir la procesión te imaginas el llanto de los españoles”.
En su nuevo hogar, el zigzag multicolor de los capirotes le recuerda a los nazarenos de Capacho, Táchira, donde pasó sus últimos años en Venezuela y donde estos son parecidos a los de España: “Pensando en ello, solo es un matiz entre mi país y éste. Algo parecido, pero más sofisticado”, dice.
“Aun así, sigo soñando con esos nazarenos de Capacho. Es extraña esta añoranza que me inunda al recordarlos o al recordar ser niño, una vez más en Catuaro con mi abuela”, agrega.
Explica que fue su abuela quien le inculcó ese entusiasmo de irse descubriendo a través de la Semana Santa. “El aprender cómo se componen los acólitos, las mantillas y los costaleros es algo que he llevado a España. Pero repito, es extraño estar aquí tan impresionado y a la vez tener mucha nostalgia por mis propias tradiciones: la fe sencilla y sentida del pueblo venezolano”, señaló.
La Semana Santa latina: viviéndola desde fuera
Cambiando el olor a arepas por las torrijas y el azahar que se descuelga de los naranjos, Torrivilla no es el único que vive este intercambio de experiencias. Eudo Riviera, sacerdote maracucho, afirma que en Andalucía, “la fe latinoamericana, tan próxima y cercana, es como agua fresca para los españoles”.
“El enriquecimiento es recíproco -asegura-, pero nosotros hemos puesto el toque tropical”.
Mientras estar fuera hace que uno valore la belleza de su pueblo, Riviera confiesa ser mucho más español de lo que pensaba: “La raíz de muchas costumbres venezolanas viene de la colonización andaluza y no las hemos perdido de vista. Yo, como maracucho, lo veo aún más. En Semana Santa, Maracaibo parece un barrio de Sevilla”.
Beatriz Rengifo, criada tanto en Colombia como en Sevilla, reflexiona sobre la diferencia al otro lado del océano, afirmando que los tronos en España son especiales porque se invierte más dinero en la iglesia: “El trabajo manual del palio alrededor, la orfebrería detallada sobre el manto con hilos de oro que lleva la Virgen María por detrás y todos los adornos que se le ponen al Cristo son realizados de una manera muy cuidada, muy artesanal”.
Describe a continuación la emoción de ver los pétalos que le lanzan a la Virgen, de escuchar los gritos de generosa y bienaventurada, y cómo hace que la gente vuelva a dedicarle tiempo año tras año.
Entre los que se esfuerzan por asegurar el éxito de las procesiones en España está la caraqueña Lisbet Aguilar, quien trabaja en Granada como directora de un coro infantil. Mientras de pequeña lamentaba la falta de procesiones en las calles de Caracas, afirma que los españoles llevan ensayando desde el año pasado: “¡Son tantos los pasos para levantar y bajar las imágenes! Estas son brutales, los arreglos tremendos. Te transportan de la tierra al cielo”.
Desde que llegó a España, Aguilar ha organizado el montaje del coro para Semana Santa y explica a El Nacional que no ha parado. “Aquí los españoles no lo toman como vacaciones como nosotros, se lo toman tan en serio, tan formal y con tanta entrega que te hace reflexionar: ojalá se pudiese hacer en mi país, que es tan católico, pero donde la gente lo deja pasar por alto”.
La vuelta a la normalidad: dos años de espera
El calor de los adoquines bajo los pies descalzos de los penitentes, la luz del sol que se desvanece en las sombras de los candelabros, el asombro del silencio junto con los alegres quejidos de la saeta son imágenes de la Semana Santa andaluza.
Sergio Quesada señala que este año realmente la ha sentido cercana: “A mí me encanta que las calles estén llenas, que estén cortadas y que tengas que dar la vuelta para ir al otro lado”, afirma.
“Hay vida normal, vida aburrida todos los días del año. Que de verdad las calles se pongan bonitas por una vez vale mucho. Le tengo un cariño especial”, dijo.
Aunque quienes han crecido en las calles de Venezuela y saboreado la Semana Santa española hubieran preferido un fervor católico más palpable, muchos de ellos nunca han dejado de apreciarla, sobre todo durante la pandemia.