Eduardo Noda vive desde hace 18 años en Madrid, ciudad donde el lunes murió una persona por coronavirus cada 16 minutos. Tiene una semana encerrado en el apartamento donde reside con sus padres, a quienes sacó de Venezuela hace dos años, y una compañera de piso. Actualmente no trabaja.
Después de casi dos décadas en la capital española, le sorprende la ciudad que recorre cuando por necesidad debe salir a hacer las compras para mantener a su familia. «Madrid es una mezcla entre un feriado, con domingo y toque de queda. Persiste una sensación de soledad tremenda que se rompe una vez al día cuando todos nos asomamos al balcón a aplaudir, principalmente, a los trabajadores de la sanidad. Ese gesto me emociona y nos emociona mucho. Porque es el momento en el que te topas con tu vecino, de balcón a balcón, que aplaude como tú, para rendirle honor a quien honor merece. Y aquí incluyo, también, a los que trabajan en los supermercados, a los que reponen los alimentos, a quienes traen la compra a tu casa, asumiendo el riesgo que eso implica. Todos son héroes, verdaderos héroes», comenta emocionado el periodista de 42 años de edad.
Noda siente miedo. Mucho. Vive con sus padres, de 72 y 81 años de edad, y con una amiga trasplantada. Su padre sufre de párkinson. «Creo que estaría más tranquilo si viviera solo. Los apartamentos en Madrid no son grandes, las dimensiones del piso no nos permiten separarnos lo suficiente uno del otro, de allí que el temor se amplifica. Yo soy alérgico y asmático, pero la verdad no me importa. Me da pánico ser un positivo y contagiar a quienes viven conmigo. Tengo un cuadro familiar complicado».
Reconoce que, pasada una semana, él, sus padres y su amiga no sienten hastío por estar encerrados. Al contrario, cada uno se ha dedicado a ordenar papeles, asuntos pendientes. «En mi caso, hago cursos online y, como me gusta la repostería, le he dedicado el tiempo que antes no tenía. Y así se me pasan las horas muy rápido. Para mis papás sí es más complicado el encierro porque la monotonía aturde. Ver tele a veces cansa. Mi papá, por el párkinson, necesita moverse porque de lo contrario se le entumecen los músculos. Hace ejercicios diarios con una suerte de pedales. Tiene que estar en constante movimiento», destaca. Su madre, dice, extraña hacer la compra en el supermercado, salir a caminar, tomar sol, ver gente. «Eso la frustra».
Con su padre, campeón de dominó del Hogar Canario Venezolano, juega partidas diarias. «Las voy documentando en fotos. No sé cómo llegaremos al día 15 o 20. A lo mejor nos tiramos las piedras», ríe Noda.
Mantener el civismo
Desde hace una semana es el único que sale a hacer las compras. Y lo ha hecho solo una vez. Dice que por su zona, Legazpi, no hay situación de desabastecimiento aunque sí la ansiedad de personas por hacerse de papel higiénico, que no se encuentra en todos los lugares. «A veces compro más de lo que debo, pero para no tener que volver a salir pronto. Lo quiero evitar».
Por su sector no ha visto colas en supermercados, en contraste con la desesperación que muestran los noticieros de la televisión. «La gente por mi zona se lo ha tomado con más calma. En medio de esta situación de alarma creo que el civismo es vital», enfatiza.
Noda se pregunta cómo llegó España y básicamente Madrid –la ciudad más afectada del país- a esta situación. «Por qué no vimos lo que estaba pasando en Italia, ya allí sabíamos que no era una simple gripe, como la querían vender. No se entendió desde un principio la gravedad del asunto. Me hago muchas preguntas como ciudadano», expresa. Cree que vendrán momentos más difíciles, que no se ha llegado al pico de enfermos. Al día de hoy, según datos del diario El País, España registra 767 muertos y 17.147 contagiados, con un promedio 3.431 infectados por día. «Me pregunto cuánto tiempo más estaré sano».
El aislamiento, dice el caraqueño, le ha servido para valorar el contacto social, el abrazo, el beso que le das al otro. «Por más que te guste la soledad, que la aprecies, nadie podría asumir que un encierro obligado por tanto tiempo es positivo».
Espera que esta crisis deje lecciones. Ve un futuro incierto en el que habrá emergencia económica. «Espero que no sea como la crisis de 2008, quiero pensar que esto es coyuntural y que saldremos rápido de esta situación. Hoy todavía padecemos lo estragos de lo que nos dejó aquel tiempo. Me aferro a que esta situación será distinta. De lo contrario, los gobiernos no habrán aprendido nada. El ciudadano no puede volver a pagar los platos rotos», opina.
Aún es muy temprano para determinar si el gobierno ha tomado las medidas acertadas, porque nadie, ningún país, se preparó para esto. «Nadie previó la dimensión de lo que estamos viviendo. Pero esto no le quita responsabilidad al gobierno en la gestión de la crisis económica, y eso lo vamos a ver con el paso del tiempo».