Muchos salieron de Venezuela en busca de una vida mejor en un país que creían más tranquilo. Sin embargo, acabaron atrapados en medio de una crisis en Bolivia, donde no imaginaban que revivirían una situación que les recordara lo padecido en su tierra.
«Nuestro país está destruido. No tenemos esperanza de volver, pero no sabemos dónde estamos peor, si aquí o en Venezuela«, lamenta Ingrid Guillén. Esta caraqueña recaló en La Paz el pasado 4 de octubre, un par de semanas antes de que en Bolivia se desencadenara una de las mayores crisis de su historia reciente.
Guillén es uno de los miles de venezolanos que han abandonado su país desde 2013, dejando atrás una Venezuela destruida por la hiperinflación, el desempleo y la escasez de productos básicos y medicinas.
Llegó a Bolivia con tres niños, después de que el padre de sus hijos decidió quedarse en Caracas. La venezolana ahora vende caramelos en el centro de La Paz, su única fuente de ingresos lejos de su tierra.
Esperanzas truncadas
La mujer reprime las lágrimas mientras cuenta a EFE que su salario como asistente de un ingeniero del régimen de Nicolás Maduro no llegaba para dar de comer a su familia.
«Un sueldo semanal en Venezuela está en dos dólares. ¿Quién sobrevive con eso?», denuncia.
No imaginaba que sus esperanzas de encontrar estabilidad se iban a ver truncadas en un país como Bolivia, líder de crecimiento económico en Suramérica durante muchos años consecutivos.
Poco después de que Guillén llego a La Paz, Bolivia se vio sumergida en una profunda crisis luego de las denuncias de fraude en las elecciones del pasado 20 de octubre.
Una situación que desembocó el pasado 10 de noviembre en la renuncia del presidente Evo Morales forzada por las Fuerzas Armadas, en medio de un grave conflicto que suma 33 muertos en actos violentos.
Dificultad para conseguir visado
Antes de que estallara la crisis, obtener un visado de trabajo ya era complicado para un extranjero. El proceso era costoso para muchos, alrededor de 400 dólares, y los largos trámites.
La llegada de un gobierno interino y la reestructuración en la administración provocó que esa burocracia se complicara todavía más, denuncian quienes la padecen.
«A mí me concedieron refugio, pero el permiso venció hace dos días y tengo que dejar el país«. Así explica a Emily Martínez, venezolana que llegó hace 2 meses a La Paz con su marido y un niño de 2 años.
Vende chocolate en los alrededores del Mercado Camacho, uno de los focos comerciales de la ciudad, y responde a EFE mientras no le quita ojo a su hijo, que dormía en una manta extendida en medio de la calle.
Denuncias de xenofobia
«Queremos ir a Perú. Hace seis años Venezuela empezó así y esto es peligroso. Tratamos de estar lejos de las marchas, porque a algunos compatriotas los han golpeado, acusándolos de activismo político», denuncia.
Después de las movilizaciones en defensa de Evo Morales, aparecieron denuncias de la presencia de venezolanos en las protestas. Esa acusación ha desatado la susceptibilidad de algunos bolivianos.
El pasado sábado, la Asamblea Legislativa de Bolivia aprobó una ley para convocar nuevas elecciones a comienzos de 2020. En ese sentido, la intensidad de los conflictos disminuyó desde que al día siguiente se instaló una mesa de diálogo nacional, una circunstancia que a la población venezolana en el país le permite mirar el futuro con algo más de optimismo.
Bolivia, país de tránsito
La mayoría de venezolanos que viajan a Bolivia lo hace permaneciendo primero varios días, normalmente unas semanas e incluso meses en otros países.
«Indican que los requisitos de visado se han endurecido en países como Perú y Ecuador, y por eso buscan Bolivia como tránsito para entrar en Argentina o Paraguay», apunta en una entrevista con EFE Elizabeth Zabala, coordinadora de Movilidad Humana de Pastoral Cáritas Bolivia, asociación que asiste a venezolanos.
Cáritas se ha convertido en una organización de referencia en La Paz para todo venezolano que llega y la mayoría, en sus primeros días de estancia en Bolivia, acude para recibir atención social y orientación legal.
«Les roban por el camino y llegan en una vulnerabilidad terrible. Nosotros, en estos tiempos difíciles, enviamos mensajes a la comunidad para que los acojan, para que vean en Jesucristo la cara del migrante», resume Zabala.