El camino a la Cumbre de las Américas de 2022 es campo minado. La gobernanza democrática a lo largo y ancho del continente ya se encontraba bajo presión incluso antes de que la golpeara la pandemia el año pasado. El impacto del covid-19 ha acentuado tendencias preocupantes que incluyen la polarización social; la subordinación de los poderes Judicial y Legislativo al Ejecutivo; el movimiento de millones de desplazados internos, migrantes y refugiados; la actuación de actores no estatales minando la seguridad pública y el monopolio del Estado sobre el uso legítimo de la violencia; los efectos devastadores del cambio climático sobre una de las regiones biológicamente más mega-diversas del planeta; la ruptura de la correa de transmisión entre ciudadanos y partidos políticos, minando con ello su legitimidad e interlocución con la sociedad; la demagogia; la falta de confianza de los ciudadanos en las instituciones; el impacto de la desinformación y polarización montada en las redes sociales; y el ensimismamiento de la región cara al mundo y al sistema internacional. La pandemia puso además de relieve que la falla tectónica esencial en el sistema internacional de este periodo intenso de volatilidad y dislocación económica y social detonado por el coronavirus no es la que existe entre gobiernos de izquierda, centro o derecha, o entre regímenes autoritarios y democráticos; es entre gobiernos eficientes por un lado, e ineficientes por el otro. Y la capacidad del Estado y su banda-ancha de gestión a lo largo y ancho de las Américas, incluyendo a un Estados Unidos gobernado en su momento por Donald Trump, quedó ciertamente en entredicho.
Por si todo lo anterior fuese poco, en algunos países latinoamericanos, las fuerzas armadas tienen ahora más influencia política y económica que en cualquier otro momento desde la ola democratizadora de la década de los ochenta. Aunado a ello, el andamiaje de concertación regional está quebrado, y es preocupante que Nicaragua se haya unido a Cuba y Venezuela como otro régimen autoritario más en el continente. Un hemisferio que alguna vez se enorgulleció de sus disposiciones institucionales en defensa de la democracia, incluida la Carta Democrática Interamericana, parece ahora incapaz de unirse para defender incluso los derechos humanos más fundamentales, ya no digamos concertar y proponer una candidatura latinoamericana de consenso para la presidencia del BID, como sucedió el año pasado. Sin liderazgo -y liderazgos- y fragmentada, Latinoamérica no ha podido conjugar la voluntad política necesaria para cumplir con sus compromisos y tratados regionales en defensa de la democracia.
Hay que decirlo sin ambages: los desafíos que enfrenta la propia democracia estadounidense y la fragmentación regional presentan obstáculos formidables. No es sorprendente que una sensación de impunidad haya erosionado la legitimidad de las instituciones democráticas. La ola anticorrupción de la década previa se ha desvanecido. Además, el lento crecimiento económico y el aumento de la pobreza y la desigualdad contribuyeron al descontento de los ciudadanos con la democracia. Los acontecimientos recientes en muchos países, con redes de seguridad y contratos sociales débiles, muestran que los agravios no atendidos pueden manifestarse repentinamente en protestas masivas (y violentas) y en apoyo a líderes que ignoran descaradamente las normas democráticas. Otros componentes críticos de la democracia, como el Estado de derecho, también muestran signos de debilidad. Y el elemento más básico de una democracia, la elección justa y libre a través de las urnas y la aceptación de los resultados de los procesos electorales, está amenazado en gran parte del hemisferio. Pero de manera palmaria y preocupante para el resto del continente, porque a diferencia de Las Vegas, lo que ocurre en Estados Unidos no se queda en Estados Unidos, una turba de sediciosos instigada por el expresidente Trump asaltó el Capitolio en un intento por anular los resultados de las elecciones presidenciales. Hoy deriva en resistencia de algunas élites políticas latinoamericanas y la desconfianza de gobiernos hacia intenciones y compromisos estadounidenses con la democracia. Incluso si los gobiernos latinoamericanos creen que los ideales democráticos de Biden son genuinos, muchos buscarán resistir presiones y ganar tiempo, plenamente conscientes de la erosión de normas democráticas al interior de EEUU, esperando ver qué sucede en la elección presidencial de 2024. Y Estados Unidos ya no es la única gran potencia con peso y presencia en las Américas; China es cada vez más capaz y está dispuesta a fortalecer los lazos con países que marcan distancia de Washington. ¡Menuda hoja de ruta la que se vislumbra para la cumbre en 2022!
Por Arturo Sarukhan*, especial para el Grupo de Diarios América (GDA).
*Arturo Sarukhan, es un asesor estratégico internacional, orador público, colaborador de medios con sede en Washington, D.C., y ex embajador de México en los Estados Unidos (2006-2013).
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