Por BIEITO RUBIDO
La guerra no tiene absolutamente nada de noble. En ella no encontramos ni un ápice de buena voluntad que pueda ayudar al hombre a encaminarse hacia el bien. Todo es despreciable e indecoroso. Es la mayor evidencia del fracaso. Cuando se llega a esa situación de violencia es que los hombres fallaron. Por eso es tan importante la política, porque es la capacidad del ser humano para resolver los conflictos a través de la palabra, sin necesidad de usar la fuerza bruta de las armas. En la política, se arrastran los heridos emocionales por el camino. En las conflagraciones que hemos vivido o estudiado todo es peor. Los campos de batalla se llenan de muertos y de historias truncadas para siempre. La mayoría son vidas anónimas que ya nadie recordará. La Rusia de Putin nos ha traído de nuevo el rostro ensangrentado de lo peor de la condición humana, la violencia física. Y lo ha hecho extendiéndola hasta la puerta de nuestra casa.
Hay otras guerras, pero creíamos que no existían. Hoy nos percatamos que la batalla está ahí al lado, más cerca de lo que nosotros nos creíamos. Es, además, la demostración de que Occidente vive ya de nuevo su declive, después de sobreponerse a la trágica historia del siglo pasado. La decadencia de Occidente ha vuelto de nuevo, se ha instalado entre nosotros. La protagonizamos. Se evidencia por la cobardía que hemos demostrado todos. Ya solo queremos invasiones en la Playstation, todo virtual, de ficción. Sin embargo, esta ocupación de Ucrania por parte de Rusia es de verdad y aunque la veamos muy lejos, también llegarán sus efectos hasta la puerta de nuestras casas, hasta nuestras economías y contaminarán nuestros ríos, quemarán nuestros bosques y si pueden, se llevarán a nuestros hijos… así son de horribles los saqueos y pillajes de la violencia física entre los países en donde se odian los unos a los otros. Así es la guerra. En todas ellas, nos morimos todos un poco.
Estados Unidos ya no quiere ser el soldado que surge en defensa de Europa. No le falta razón, pero es la evidencia de su descenso por el precipicio de la historia. Les ocurrió a otros muchos imperios. Todos tuvieron un principio y un final. Empiezas desentendiéndote de unos y terminas abandonando a los propios. Le ocurre a la Europa actual, instalada en la molicie y en la comodidad. Le llaman paz a lo que en realidad es cobardía. Ayer se fueron de Afganistán, hoy no dan la batalla en Ucrania y algún día se percatarán de que ya no son lo que creían ser. Desde lejos, mientras se recogen los cascotes del imperio caído, alguien recordará la frase de Mitterrand: “El nacionalismo es la guerra”.
Publicado originalmente en El Debate