En este 2021, Sergio Ramírez (Masatepe, 1942) publicó una nueva novela, Tongolele no sabía bailar, que transcurre en la Nicaragua convulsionada de 2018; inauguró la Feria del libro de Guadalajara, fue homenajeado por gobiernos y universidades, y recibió una orden de detención que lo obligó a vivir su segundo exilio: el 8 de septiembre, la Fiscalía de Nicaragua acusó al escritor de “lavado de dinero, bienes y activos; menoscabo a la integridad nacional, y provocación, proposición y conspiración”. Prisión segura en un país sin justicia independiente y con siete candidatos opositores a las presidenciales de noviembre encarcelados por el régimen de Daniel Ortega y Rosario Murillo.
En los meses siguientes, el matrimonio presidencial fue reelegido en un proceso cuestionado por la comunidad internacional, y Ramírez, Premio Cervantes en 2017 y Premio José Donoso en 2011, entre muchos otros reconocimientos literarios, profundizó sus críticas al régimen (del cual formó parte como vicepresidente del primer mandato de Ortega, entre 1985 y 1990). Exponente de una tradición de intelectuales latinoamericanos comprometidos con la política, Ramírez dio entrevistas y escribió columnas en las que denunció los peligros que implica para América Latina la prolongación del régimen de Ortega y Murillo, temas que repasa en conversación con el Grupo de Diarios América (GDA), que lo escogió personaje latinoamericano de este año.
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—En un año con pandemia, crisis migratoria y los problemas habituales en América Latina, Nicaragua fue protagonista por la reelección de Ortega y Murillo. ¿Cómo analiza el impacto de este proceso en la región?
—Un proceso de esta naturaleza lo que crea es mayor polarización en aquellos países que están en un sistema democrático, por imperfecto que sea. Entre los países que llevan procesos electorales y tienen esta manera institucional de sustituir a los gobiernos cuando vencen sus períodos, y aquellos otros gobiernos en que, como el de Nicaragua, su única voluntad política es quedarse para siempre en el poder, no importa cuán ferozmente se pase por encima de las leyes, la Constitución; la violación de los derechos humanos, la represión. Parece que el gran panorama de América Latina, por muchos matices que tenga, se abre a estos dos polos: democracia y tiranía.
Puede ser que a alguien no le gusten los resultados de las elecciones en determinado país, pero al fin y al cabo es la voluntad popular. Por mucho que la opinión pública y el electorado estén polarizados, elige, determina quién sigue adelante. Hay mecanismos que a veces pueden parecer espurios, de sustitución de los gobiernos, como en el Perú. A los pocos meses el presidente (Pedro) Castillo está siendo sometido a esta prueba; o ahora en México, donde el instituto electoral está convocando a una ratificación del gobierno de (Andrés Manuel) López Obrador a mitad del mandato. Y aunque estos son mecanismos que pueden funcionar mal o bien, son mecanismos democráticos.
Yo estoy hablando del cierre total de oportunidades, de que el electorado está preso dentro de su propio país, exiliado o preso en las cárceles, y no se puede expresar de ninguna manera.
—Cuando recibió el Premio Cervantes en 2018 dedicó parte de su discurso a los nicaragüenses que habían sufrido la violencia del Estado. ¿Por qué cree que en estos más de tres años no se pudo contener al régimen de Ortega?
—Un poeta amigo ya muerto, Carlos Perezalonso, tenía un poema breve que más o menos quiero recordar: ‘Nicaragua es un país de laguitos, volcancitos, montañitas y soldaditos y soldaditos y soldaditos y soldaditos’. Como en la pintura de un niño. Lo que Ortega hizo al desatar la represión fue multiplicar por tres las fuerzas de policías, echó mano de las fuerzas paramilitares que las sacó con fusiles, francotiradores, sicarios. Entonces, el país no se mueve hacia una transformación democrática, porque por el momento se encuentra bajo una represión muy cerrada, que no deja respiro, sobre todo porque la diferencia entre dictadura y tiranía es bien importante en este sentido.
La dictadura tiene unas leyes represivas, tiene unos jueces, tribunales militares, consejos de guerra, y te muele. Pero en la tiranía tú no sabes a qué atenerte. Una mañana puede amanecer un jeep militar frente a tu casa y te dice usted no puede salir de su casa. Y esa arbitrariedad es la voluntad del que está arriba. Entonces, las imprevisiones de la tiranía son obviamente arbitrarias, y eso impide que se pueda desarrollar en el país una alternativa democrática real.
Imagínate que solo desde mayo de este año han salido de Nicaragua más de 100.000 personas, 70.000 hacia Estados Unidos, 40.000 hacia Costa Rica, la inmensa mayoría por falta de aire político que respirar.
—Usted es uno de estos miles de nicaragüenses que han dejado el país por distintas razones. Venezuela, otro país en la región que es gobernado por un régimen autoritario, vive un éxodo de más de cinco millones de personas. ¿Qué similitudes y diferencias ve entre ambos procesos?
—Hay muchas conexiones y muchas diferencias. La primera diferencia es que Venezuela es un país súper rico, dueño de materiales estratégicos, oro, litio; las reservas más grandes de petróleo pesado del mundo están en la región del Orinoco. Y todo eso ha dado a lo largo de 20 años para un dispendio increíble.
Una de las suertes de Ortega fue que cuando él asumió la presidencia de vuelta en 2006 estaba Hugo Chávez en el poder y le entregaba 1.500, 2.000 millones de dólares en petróleo concesionado cada año.
Nicaragua sigue siendo una economía agropecuaria del siglo XIX. Está entre los más pobres de América Latina, somos la cola con Haití y Honduras. Entonces, Ortega puede sostenerse extendiendo la mano. También está la dualidad de las sanciones internacionales, que los castigan políticamente, pero les mantienen abierta la llave de la financiación internacional. Entonces, es una vida económica artificial la que se vive dentro de Nicaragua. Esto me parece que es una diferencia muy importante.
—¿Y en la parte política?
—Ahora, en lo político, me parece que las estrategias de Maduro y Ortega son muy parecidas, que es la estrategia de ganar tiempo: convocar al diálogo, engatusar a la oposición, dividirla, celebrar elecciones falsas. Con la diferencia de que, gracias a cierto apoyo de la comunidad internacional, las de Maduro ganan un poco más de credibilidad, y la participación de parte de la oposición legítima. En Nicaragua, las elecciones de Ortega no tienen ningún crédito, porque con la oposición y los candidatos presos, sin observación internacional y contando sus votos a su propia voluntad, pues la diferencia de credibilidad viene siendo muy grande.
—De gira por Europa, el expresidente de Brasil Lula da Silva (2003-2010) causó polémica por unas declaraciones en las que comparó a Ortega con la entonces Canciller alemana, Angela Merkel, que estaba por dejar el poder. ¿Qué le parece esta postura de Lula?
—Quizá al Presidente Lula hay que escucharlo en el momento que habla y en el contexto que habla. No debería ser así, pero bueno, es la manera que yo tengo de escucharlo. Me voy un poquito atrás, cuando en 1995 Ortega llamó a un congreso extraordinario del frente sandinista para consolidarse como dirigente máximo del frente sandinista, que hasta entonces no lo era; llegó Lula a hablar en la inauguración de este congreso, y lo primero que dijo fue que era un error de la izquierda hacer esta distinción fatal entre democracia proletaria y democracia burguesa, porque democracia había una sola.
Recientemente dijo que la gran desgracia de un dirigente de izquierda era querer quedarse para siempre y no saber que su plazo había terminado, y aquí se refería explícitamente a Ortega.
Ahora, esto último no lo he escuchado, pero bueno, seguramente tiene que estar hablando en otro contexto, y ese contexto sigue siendo el mismo. Es decir, tú puedes permanecer 16 años en el poder en Alemania porque es una democracia parlamentaria, con pesos y contrapesos, el Parlamento tiene el derecho de sacarte. En Alemania, Merkel no tiene ninguna influencia sobre las decisiones de los jueces superiores, intermedios o inferiores. Ortega vive rodeado de policías y soldados en un barrio del cual se ha apropiado, y la señora Merkel vivía en su casa de clase media.
Me parece que para un político tan inteligente, obviamente Lula es un político experimentado, expresar esta clase de opinión a mí me parece que es de una gran ingenuidad.
—Organismos de derechos humanos alertan año a año sobre las pérdidas de derechos fundamentales en Venezuela, Cuba y Nicaragua. ¿Destaca otro país que sea de cuidado en esta temática?
—Diría que un modelo muy distinto, pero muy preocupante, es El Salvador. Vamos a ver, Ortega es impopular, en la última encuesta CID Gallup, que se tomó antes de las pretendidas elecciones del 7 de noviembre, aparece con un respaldo de 19%, y la gente opinaba que por cualquiera de los 7 candidatos presos votaría 65%.
Al contrario, el presidente (Nayib) Bukele tiene un enorme respaldo popular, de 85%, que no parece disminuir. A muchos les parece que lo está haciendo bien, y esos son los grandes riesgos que tiene la opinión expresada democráticamente. Bukele invadió la Asamblea Nacional con fuerzas militares, luego sustituyó a los jueces de la Corte Constitucional y de la Corte Suprema, y a nadie le pareció mal. Me parece que es un peligro que se va incubando dentro de los sistemas políticos por los cuales, al fin y al cabo, se paga un enorme precio.
Pero nunca compararía a Ortega con Bukele. Bukele abusa de las instituciones, se siente árbitro de los destinos del país. Una pésima tendencia, pero en Nicaragua la gente por esa tendencia pagó un precio de cárceles, exilio y muerte”.
—Los últimos años, populismos de distintos signos políticos han llegado al poder en países de América Latina. ¿Este momento actual tiene diferencias con otras épocas en que la región vio desfilar caudillos y populistas por los sillones presidenciales?
—Creo que esto tiene una razón histórica que no hay que perder de vista. El surgimiento del primer populismo contemporáneo, del populismo moderno en América Latina, Getulio Vargas, Juan Domingo Perón, hasta mitad del siglo XX, tenía sus propias características, más o menos las mismas bases. El populismo contemporáneo comienza en Venezuela a finales de los años 90 con Hugo Chávez. Pero aquí hay una razón muy importante, y es que el sistema político bipartidista que se crea en Venezuela después de la caída de (Marcos) Pérez Jiménez en 1958, y que funciona muy bien, se termina desmoronando por la falta de renovación, por la corrupción, y esto es lo que le va a dar a Chávez el gran pretexto para volverse el héroe popular de un golpe de Estado, que es algo inusitado.
Llega al poder con un enorme respaldo de masas y se encuentra con las valijas llenas de oro, las arcas llenas de petróleo, oro negro, y oro de verdad. Es decir, Chávez tenía una caja chica muy grande con la cual dar a otros gobiernos, obtener apoyo político en el Caribe, Nicaragua, Centroamérica, con puertas petroleras abiertas, repartir viviendas, crear universidades de muy baja calidad académica. Este es el populismo. El populismo que multiplica los panes sin que el pan tenga levadura.
—Este año Pedro Castillo llegó al poder en Perú, Ortega en Nicaragua, Maduro ganó las elecciones regionales, Luis Arce cumplió un año en Bolivia, López Obrador llegó a la mitad de su mandato. ¿Cómo analiza los movimientos políticos en la región?
—El sistema político tradicional estaba basado más o menos en partidos tradicionales, desde siglos incluso, y ahora estos son marginales. En Colombia, por ejemplo, el Partido Liberal y el Partido Conservador, en las elecciones actuales, no pesan absolutamente nada. El poder se lo están disputando otro tipo de fuerzas que tienen una nueva matrícula. Estas son nuevas expresiones políticas frente a una crisis de credibilidad del sistema político anterior. Eso es lo que está determinando la historia de América Latina hoy en día.
Y ya no digamos en Chile, donde la vieja alianza pos-Pinochet ha quedado desplazada de la opinión pública, y también la derecha que representa el presidente. Entonces hay otros polos hacia los cuales la gente se siente atraída.
—¿Cómo ve la segunda vuelta presidencial de Chile?
—Para mí, la situación de Chile es realmente apasionante, porque después de los movimientos en las calles de hace dos años, con gente de muy distintas tendencias, salió una asamblea constituyente, que yo, viéndolo de lejos, veo que ahora está pasando a un segundo plano para abrir el escenario entre dos fuerzas muy polarizadas, que no estaban el panorama electoral tradicional, y me parece que eso es lo que concita el gran interés. La ventaja que yo le veo a esta polarización es que se va a resolver en las urnas, y puede ser que a mí no me guste el resultado electoral cuando estas elecciones pasen, pero esos son los resultados, lo que la gente quiere. Las opciones políticas son asuntos libres de la gente, que vota, decide y después paga las consecuencias de su decisión. Pero lo importante es que se vote”.
—Pese a todas las críticas, los gobiernos de izquierda regional se ven más unidos, hacen una defensa grupal cuando se ven atacados. En la cumbre de Joe Biden la semana pasada, el presidente argentino, Alberto Fernández, defendió al gobierno de Bolivia, que fue excluido de la cita. ¿Por qué cree que pasa esto?
—La derecha es más sólida entre sí, mientras que la izquierda es muy volátil. La izquierda siempre tiene muchos temores, resquemores, dudas, arrepentimientos, la idea de estar mal colocado o colgarse de las hazañas del pasado. Mientras todas estas figuras borrosas no desaparezcan, me parece que el problema va a seguir estando ahí.
Quizá el Presidente Fernández, con buena voluntad, no sabe todo el daño que le ha hecho a Nicaragua. Porque la falta de una posición firme para condenar a una dictadura que mata en las calles, que masacra, que captura prisioneros políticos, y querer sacar las manos de eso y decir que eso es asunto interno de los países, me parece que no tiene ninguna justificación. Yo le reconozco a él que, al mismo tiempo, trató de abrir una negociación con Ortega y buscar una salida política que no consiguió. Ortega los mandó al carajo, pero su posición como gobierno no ha cambiado.
Igual que la de México, porque Argentina y México son dos países capitales en América Latina, y la ausencia o connivencia de estos dos países respecto a Nicaragua sí siento que hace muchísimo daño”.
Por Gaspar Ramírez/ El Mercurio/ GDA*
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