Hasta el 19 de marzo de este año, Felicity Callard, profesora universitaria británica de 49 años de edad, estaba en forma, era activa y fuerte. Ahora se siente agotada, frágil y asustada. Su mente se llena de temores sobre el tipo de daño que pueden haber sufrido su corazón, pulmones y cerebro cuando sufrió un caso clasificado como «leve» de covid-19 hace más de cinco meses; y está aterrorizada de que pueda volver a sucederle.
«Esta enfermedad me destruyó por completo», dice. «Mi vida ha cambiado radicalmente. Básicamente estoy confinada a un kilómetro de mi casa. Porque es la distancia más larga que puedo recorrer a pie».
En marzo se sentía más tranquila sobre su salud. Le tranquilizaron en parte los mensajes de que la gran mayoría de los casos son leves, y que un buen control de las infecciones, la higiene de las manos y el distanciamiento social reducirían el riesgo de contraer covid-19. Ahora, sin embargo, siente que «la amenaza está en todas partes».
Callard es una de las miles de personas en todo el mundo que están manifestando una amplia gama de síntomas persistentes muchos meses después de haber sido diagnosticadas. La falta de aliento, la pérdida de memoria, la fatiga extrema, los dolores de cabeza, la confusión cerebral, el dolor muscular y la inflamación de las articulaciones son algunos de los síntomas recurrentes que suelen describirse en los blogs y chats de defensa del paciente en Internet.
Y para muchos, la ansiedad, la depresión y el miedo son al menos tan debilitantes como las debilidades físicas. «Ese ha sido el patrón -reincidencia y remisión- para muchos de nosotros», dice Sandra Edwards, británica de 46 años que ahora colabora en la dirección de un grupo de ayuda a pacientes recién formado llamado LongCovidSOS.
«Estamos en tierra de nadie. No sabemos si esto es crónico o si llegará a un punto en el que nos recuperemos completamente», dice. «Te despertás por la mañana y no sabes cómo te vas a sentir, no solo día a día, sino a veces hora a hora. Es algo que te va erosionando lentamente».
Según LongCovidSOS, los datos de una aplicación de seguimiento de síntomas ideada por los científicos del King’s College London muestran que el 10% de los pacientes de Covid-19 todavía están enfermos después de tres semanas, y hasta el 5% puede seguir enfermo durante meses.
Incertidumbre
«Mentalmente, te sentís abandonada», dice Morena Colombi, una mujer de 59 años de Truccazzano, en la provincia italiana de Milán, a quien se le diagnosticó covid-19 en febrero y que sigue sufriendo síntomas. «Ni siquiera los médicos saben cómo ayudarte. Puede que un día te sientas mejor, y al día siguiente lo pagás. Ya no podés reanudar tu vida como antes y eso te deprime».
Til Wykes, profesor de psicología del Instituto de Psiquiatría, Psicología y Neurociencia (IPPN) del King’s College de Londres, señala que la incertidumbre es una característica clave de la ansiedad. La progresión desconocida de la enfermedad hace que los médicos no estén seguros de cómo ayudar, y esto puede hacer que los pacientes se sientan temerosos y solos.
«En la mayoría de las enfermedades sabemos lo que va a pasar primero, lo que va a pasar después y lo que se puede esperar», dijo. «El problema es que los síntomas vienen, luego parecen remitir, pero luego vuelven a aparecer».
Después de que la Organización Mundial de la Salud se reuniera el mes pasado con grupos que representan a enfermos de covid de larga duración, el director general de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, les aseguró: «Los escuchamos alto y claro». Sin embargo, advirtió: «Todavía sabemos relativamente poco sobre los efectos a largo plazo. Solo tenemos menos de ocho meses de experiencia (de la pandemia de coronavirus)».
Pacientes como Callard y Edwards dicen reconocer que los médicos están tratando con una enfermedad completamente nueva causada por un nuevo virus, por lo que no se puede esperar que tengan todas las respuestas. No obstante, tanto ellas como los especialistas en salud mental dicen que el impacto psicológico de esta imprevisibilidad y la falta de control empeoran la situación.
Rona Moss-Morris, jefa de psicología del IPPN, dice que los datos de anteriores brotes de enfermedades y de estudios de pacientes que han estado en cuidados críticos o intensivos muestran un impacto significativo en los niveles de ansiedad, depresión y trastorno de estrés postraumático (TEPT).
«Y también es muy aterrador para las personas estar en casa -y no en el hospital- y sentir que apenas pueden respirar, por ejemplo», dice. «Estamos escuchando historias de terror de personas que han estado en ese tipo de situaciones«.