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Saudade: así se vive en Río de Janeiro la cancelación de su carnaval

por Avatar AFP

Un bombo solitario y pausado retumba en medio de un grupo de sambistas reunido en silencio a las puertas del Museo do Samba de Río de Janeiro: es un lamento impregnado de saudade por las víctimas del covid-19 y por el Carnaval, cancelado por la pandemia.

En tiempos normales, las famosas escuelas de samba estarían ultimando los preparativos para sus desfiles y las calles estarían tomadas por cortejos musicales, purpurina y clima de fiesta. Pero este año el espíritu del Rey Momo deberá aguardar para reinar.

«Para los brasileños sambistas, para el pueblo afrodescendiente, es un momento muy difícil. No será un momento de fiesta, sino de llorar las muertes y reivindicar nuestros derechos«, dice Nilcemar Nogueira, fundadora del museo que está ubicado a los pies de la tradicional favela Mangueira.

En la «apertura simbólica», el grupo homenajeó a las más de 236.000 víctimas de la pandemia de covid-19 y entonó a capela varios clásicos del Carnaval, mientras dos mujeres vestidas de blanco y turbantes «purificaban» el ambiente con ramos de hierbas.

Entre los temas, el famoso «Samba, agoniza mas nao morre» (Samba, agoniza pero no muere), del compositor Nelson Sargento, quien a sus 96 años y en silla de ruedas participó del acto, semanas después de haber recibido la primera dosis de la vacuna contra el covid.

Sambódromo y calles vacías

Es la tercera vez en la historia que las autoridades suspenden el Carnaval en Brasil: en 1892 fue aplazado por un decreto gubernamental y en 1912 por un duelo oficial. Pero los decretos no impidieron las celebraciones en las fechas tradicionales y hubo entonces en esos años dos carnavales.

En 2021, en plena segunda ola de la pandemia, con un promedio de más de 1.000 muertes por día y con la vacunación aún incipiente, Brasil se vio obligado a cancelar la fiesta más popular del país, que el año pasado atrajo a casi 2 millones de turistas y movió 4.000 millones de reales (casi 750 millones de dólares) solo en Río de Janeiro.

Las escuelas de samba, que preparan durante meses sus suntuosos desfiles, cancelaron prácticamente todas sus operaciones, dejando sin trabajo a centenas de costureras, diseñadores, músicos, utileros y mecánicos, entre otros oficios que dan vida al espectáculo.

El sambódromo vacío será iluminado todas las noches con los colores de las diferentes escolas.

Los fanáticos del espectáculo podrán recordar los años de gloria a través de TV Globo, que exhibirá 28 desfiles considerados históricos.

5.000 conservadoras de hielo de la marca de cervezas Ambev, utilizadas habitualmente por vendedores ambulantes de bebidas, serán distribuidas a los puestos de salud para refrigerar vacunas contra el covid-19.

Es que los más de 400 blocos (grupos) del Carnaval callejero tampoco podrán hacer vibrar a las multitudes cuerpo a cuerpo.

Para reprimir eventuales aglomeraciones, la alcaldía desplegará 1.000 policías por día y quienes las promuevan podrán enfrentar multas y penas de hasta un año de cárcel.

En lugar de sus cortejos, muchos grupos -como Cordao da Bola Preta, Céu na Terra o Cordão do Boitatá- transmitirán en vivo presentaciones desde teatros sin público.

La permanencia en playas, bares y restaurantes seguirá permitida y se espera que la ocupación hotelera (que el año pasado fue cercana a 100%) este año ronde el 50%.

Catarsis

Además de las pérdidas económicas, con la cancelación del Carnaval, Río pierde un importante espacio de construcción de lazos sociales, identidad y pertenencia, señala el historiador y autor de numerosos libros sobre esta celebración Luiz Antonio Simas.

En un país extremamente desigual, donde las clases marginalizadas «no tienen acceso a instancias como el parlamento, universidades, escuelas, partidos políticos, muchas veces los grupos carnavalescos cumplen ese papel de integrar, sociabilizar, construir una identidad comunitaria«, indica.

«Existe una imagen del Carnaval, vendida hacia el exterior, de que se trata apenas de una fiesta, una entrega al devaneo. Pero está muy lejos de ser una fiesta que celebra la armonía brasileña. Por el contrario, es sintomático de nuestras enormes contradicciones», subraya Simas.

El país «solo se interesa en la población negra, de la samba, durante el Carnaval» por las ganancias que genera, pero «quienes construyen ese gran espectáculo después vuelven a la favela, ese lugar de ausencia de derechos», afirma Nilcemar Nogueira, nieta del famoso compositor mangueirense Cartola.

Al igual que Simas, Nilcemar cree que el primer Carnaval pospandemia será un regreso triunfal. «Será una catarsis, las personas querrán compensar todo lo que no ocurrió este año», anuncia sonriendo