Rubiela Méndez y William Pérez nunca habían sentido el frío húmedo de la Sabana de Bogotá. Lo cuentan mientras arman ramos de doce rosas en una bodega a más de 500 kilómetros de su natal Cúcuta, en la deprimida frontera con Venezuela.
Hasta allá fueron los floricultores en busca de mano de obra ante la elevada demanda de exportación en San Valentín, y lo que encontraron fueron multitudes desesperadas.
“La situación de Cúcuta está muy difícil. Nadie quisiera volver allá porque no hay trabajo, pero yo tengo que volver porque tengo a mi hija allá”, dice esta mujer impecablemente maquillada de 26 años, que nunca se había separado de su pequeña de cuatro años y medio.
En un país con cifras de desempleo inferiores al 10% en el último lustro, esa ciudad cerró 2017 con una tasa de 15,9%. Según Méndez, en medio de la desocupación los venezolanos que llegan por miles pueden cobrar hasta la mitad por el mismo trabajo.
La actividad es frenética en esta enorme planta enclavada en medio de invernaderos en Tabio, en el centro de Colombia, el segundo exportador mundial de flores detrás de Holanda, y el principal al mercado de Estados Unidos.
Después de que se cortan las rosas, se conserva una estricta cadena de frío, de manera que los obreros que pululan clasifican, arman ramos y empacan a ritmo de bachata y reguetón a menos de 10 grados.
Rubiela es una de ellos. Después de que perdió el empleo en un restaurante donde ganaba 20.000 pesos al día (unos siete dólares), se dedicó a contrabandear con combustible hasta que pudo cambiar la gasolina por los pétalos.
Desespero y Hambre
La empresa Sunshine Bouquet abrió un túnel de escape a la crisis en la mayor urbe colombiana sobre la frontera común de más de 2.200 kilómetros.
Después de Navidad, San Valentín es la celebración en la que los norteamericanos gastan más dinero, y el mes previo al día de los enamorados, el 14 de febrero, es el mayor pico del año para los floricultores colombianos, que satisfacen el 74% de esa demanda.
Un lucrativo sector que movió 1.306 millones de dólares entre enero y noviembre.
Para esta temporada, Sunshine Bouquet echó a andar un plan de reclutamiento en la zona de frontera con la expectativa de contratar migrantes venezolanos, pero hallaron una enorme necesidad entre cucuteños.
A mediados de enero transportaron en 14 buses a los 600 elegidos, 80% de ellos colombianos recientemente retornados, para instalarlos en tres fincas de la Sabana de Bogotá, donde adecuaron campamentos y contenedores con calefacción y agua caliente. Reciben el salario mínimo, cerca de 300 dólares, además de alojamiento y alimentación.
En Cúcuta hay “una población muy necesitada, sufrida, pero con muchas ganas de trabajar”, explicó Felipe Gómez, gerente general de la compañía.
Con la ayuda de la cancillería, reunieron a 1.200 personas en el estadio General Santander de Cúcuta a finales del año pasado.
William corrió con suerte. Fue uno de los escogidos. Este colombiano de 24 años llevaba cuatro meses sin encontrar trabajo cuando se enteró de la convocatoria. Durante siete años vivió en Venezuela, pero la crisis lo forzó a regresar.
Allí experimentó “la zozobra, ese desespero terrible” de sentir temor por la inseguridad y no conseguir comida, cuenta a la AFP.
Presión migratoria
La crisis venezolana invirtió la tendencia histórica del flujo migratorio.
Empujados por la escasez de bienes básicos, la inseguridad y la hiperinflación, más de 550.000 venezolanos están en Colombia de forma regular o irregular, informó en enero la autoridad migratoria colombiana, que proyecta que la cifra superará el millón para mediados de año.
A ellos se suman los colombianos que se han visto obligados a retornar.
El desempleo “se concentra en Cúcuta por ser la zona de frontera que recibe esta presión migratoria”, lo que acentúa una tendencia hacia la informalidad, explica Iván Daniel Jaramillo, del Observatorio Laboral de la Universidad del Rosario.
El trabajo estacional no es el ideal, apunta. Pero se ha convertido en un salvavidas para los 600 elegidos.
No hay ningún dispositivo preparado para que regresen a Cúcuta. De hecho, la mayoría aspira a ser parte del 20% de trabajadores temporales que se enganchan en la empresa tras San Valentín, seguir en el sector de las flores en la sabana o buscar oportunidades en el interior del país.
“Si no seguimos, me gustaría llegar a Bogotá y empezar a hacer la vida allá”, afirma Pérez. Las flores lo hacen sonreír.