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Regalos de amor y dolor sobre las tumbas de soldados ucranianos

por Avatar AFP

A diferencia de los silenciosos cementerios civiles, el camposanto militar de Leópolis, en el oeste de Ucrania, es un lugar animado y las tumbas están decoradas con peluches, cigarrillos, tazas de café… Pequeñas muestras de amor y dolor.

Valeri Pushko está sentado ante la tumba de su hijo Viktor, con un cigarrillo encendido en cada mano. Uno para él, el otro para el muchacho desaparecido, cuyo retrato cuelga de una cruz plantada en el suelo.

«Fumo con mi hijo. Antes, siempre nos tomábamos un momento para fumar juntos», cuenta este hombre de cabello grisáceo.

Fumar «es un mal hábito, pero me alivia», continúa. «Le hablo. Mucha gente lo hace. Las mujeres también fuman con sus maridos o sus hijos» que reposan en esta necrópolis reservada a los militares caídos en la guerra con Rusia, añade.

Despedidas a soldados

El cementerio militar de Lichakiv, al suroeste de Leópolis, albergaba miles de tumbas de la Primera y la Segunda Guerra Mundial.

Poco después del inicio de la invasión rusa, en febrero de 2022, empezó a recibir cuerpos de soldados ucranianos muertos en el frente, que se sitúa a más de mil kilómetros de esta ciudad bombardeada muy esporádicamente.

El sitio cuenta con unas 350 tumbas recientes y hay nuevos funerales casi todos los días.

El año pasado, el terreno utilizado inicialmente para entierros militares «se llenó rápidamente», explica a la AFP Oleg Pidpysetski, un responsable del ayuntamiento.

Al principio, «algunos creían que esto terminaría en un mes, dos o seis. Pero, por desgracia, la guerra no ha hecho más prolongarse», añade.

Hoy, las banderas ucranianas azules y amarillas y las nacionalistas rojas y negras ondean sobre las tumbas, junto a ramos de flores y velas.

También se encuentran objetos más inusuales, como dibujos de niños, una botella de cerveza, un vaso de whisky, un peluche en forma de avión, vinilos de rock o una pelota de golf.

Pérdidas irreparables para los ucranianos

«Estas personas dieron sus vidas por nosotros, no las vivieron hasta el final. Sus seres queridos intentan darles lo que no recibieron», estima Oleg, de 55 años, que visita la sepultura de un amigo y tocayo, abatido a los 45 años.

«Desafortunadamente, no podemos cambiar nada. Miles de rusos no reemplazarán a Oleg. Son pérdidas irreparables», afirma con voz quebrada.

Ucrania no revela el número de sus bajas, pero los países occidentales estiman en más de 100.000 el número de militares muertos o heridos en esta guerra.

Para Olga, sentada ante la tumba de su cuñado, estos pequeños regalos son «la única relación» posible con los difuntos.

«Es el único lugar donde se puede estar juntos. La única manera de sentir su presencia», añade, con lágrimas en los ojos.

Con una chaqueta negra y barba corta, Viacheslav Sabelnikov, un exsoldado de infantería -que quedó inválido a causa de una herida, tiene varios compañeros que yacen en este sitio.

El hombre puso una vela frente al retrato de un amigo, para festejarle el cumpleaños. «Es importante que recordemos a esta gente y sus hazañas», subraya, mientras un nuevo funeral se inicia a unos pasos.

Anna Mijeyeva, una trabajadora social de 44 años, está frente a la tumba de su hijo Mijailo, que sirvió en la 80ª brigada de paracaidistas y fue abatido el año pasado, a los 25 años.

Explica que a menudo le trae cosas «que le gustaban», como refresco, golosinas o cigarrillos.

«Si vengo por la mañana, compro café para mí y para él», añade.

Para la mujer, este cementerio es «diferente» de los otros, donde la mayoría de las tumbas pertenecen a personas mayores «a quienes no hay que molestar».

«Aquí todos son como si fueran mis hijos o mis hermanos. Ya los reconozco por sus fotos o sus nombres», cuenta. «Cuando llego, siempre los saludo: ‘Hola chicos’. Y siempre les doy las gracias», detalla.