Mientras que la comunidad internacional observaba con preocupación la entrada triunfal de los talibanes en Kabul, en diversas ciudades de Paquistán se armaba la algarabía en festejo por la liberalización de sus hermanos musulmanes de la “opresión” estadounidense.
Incluso el régimen de Islamabad se sumó al festejo con un contundente mensaje del premier Imran Khan: “los afganos han roto los grilletes de la esclavitud”.
En el tablero geoestratégico son contadas las naciones a las que les va bien con el retorno de los talibanes al poder. Una de ellas es Paquistán, clave en la conservación del movimiento durante las dos décadas de intervención estadounidense.
De acuerdo con Laurel Miller, directora del Programa para Asia del think tank con sede en Bruselas International Crisis Group, el refugio seguro ofrecido en Paquistán a los líderes del movimiento fue lo que permitió el crecimiento y el éxito de la insurgencia. Asegura que ningún otro actor externo fue tan valioso para los talibanes como sus comparsas paquistaníes.
La relación con los talibanes, basada en una de entendimiento y no de subordinación, tenía como objetivo echar abajo a los gobiernos impulsados por Estados Unidos y la OTAN, considerados cercanos a la India.
Aliados
Con el exilio del presidente Ashraf Ghani, Paquistán obtiene un aliado útil en la medición de fuerzas con su rival regional.
Pero el tener como vecino a un régimen fundamentalista implica riesgos. Existe el peligro del recrudecimiento de la crisis de refugiados, Paquistán ya alberga a 1.4 millones de desplazados afganos, y la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados alerta sobre una nueva tragedia humanitaria, el conflicto ha generado 550.000 desplazados internos en lo que va del año.
Por otro lado, está el tema de la seguridad, con la retirada de las fuerzas estadounidenses crece la vulnerabilidad en la frontera de 2.400 kilómetros. Inquieta que la victoria de los talibanes resulte en un nuevo impuso para los movimientos yihadistas. Uno de ellos es Tehrik-i-Taliban Paquistan, una ramificación de los talibanes con presencia en la frontera y compuesta por combatientes de Al-Qaeda y otras fracciones terroristas.
“La política de Paquistán se centró en la idea de que el poder en Afganistán debía compartirse con los talibanes; ahora que ha ocurrido, la forma como esto se desenvuelva dependerá de cómo se comporten los talibanes, si se convierten nuevamente en un régimen paria, convirtiéndose en una carga para Pakistán, o hacen lo suficiente para ser tolerados por la comunidad internacional”, dijo Miller en un foro digital.
Otro que espera recoger los frutos de invertir en el talibán es Qatar, que sirvió como plataforma para darle voz y visibilidad a la radical agrupación.
El único domicilio oficial que tuvieron los talibanes en el exterior durante la última década estuvo en Doha, sede de una comisión política que operó a partir de 2013 como si fuera representación diplomática.
La plataforma catarí permitió establecer relaciones políticas y abrir canales de comunicación diplomática en busca de legitimidad internacional.
Ashley Jackson, codirectora del Centre for the Study of Armed Groups, sostiene que los beneficios fueron enormes para los talibanes, no solo en términos de propaganda, sino también en la construcción de alianzas.
“Los talibanes no quieren ser la paria de los 90, así que esa presencia resultó instrumental para presentarse como un Estado en espera”, declaró Jackson a la BBC.
Influencia
La nación del golfo Pérsico emerge como el actor mejor posicionado para sacar provecho del cambio de poderes en Kabul; su cercanía con la cúpula talibán le permitirá aumentar su influencia regional.
La comunidad internacional buscará en Doha el interlocutor político que contribuya a moderar al grupo fundamentalista, facilite el flujo de asistencia humanitaria y evite una vez más el aislamiento afgano.
Los sentimientos son encontrados en Irán, otra ficha relevante en la zona. La clase política acogió con beneplácito el fin de la más larga operación militar estadounidense.
“El fin de toda ocupación es un despido humillante”, dijo en redes sociales el general iraní Ali Shamkhani, mientras que el presidente Ebrahim Raisi sostuvo que la retirada norteamericana deberá «revivir la vida, la seguridad y la paz duradera».
Pero detrás de los aplausos hay igualmente preocupación, Irán es después de Paquistán el país con más refugiados afganos, 780.000 oficialmente, y depende en gran medida del agua procedente de Afganistán.
Además, las relaciones no siempre han sido cordiales entre los chiitas iraníes y los sunitas talibanes. La última vez que los extremistas fueron mandamás en Afganistán la minoría chiita pasó dificultades. Tampoco Teherán ha olvidado el incidente que se tradujo en el asesinato de diplomáticos iraníes durante el asedio al consulado en Mazar-i-Sharif en 1998 y que estuvo a punto de desembocar en un conflicto armado.
Sin embargo, con los años, el acercamiento ha ido a más. Para algunos estudiosos, fue Estados Unidos el que acercó a Irán con los talibanes. En 2002, luego de la invasión de Afganistán, el entonces presidente estadounidense George W Bush clasificó a Irán junto con Irak y Corea del Norte como parte del “eje del mal”, la terna de regímenes impulsores del terrorismo.
Fatemeh Aman, analista del Middle East Institute, señala que los iraníes llegaron a la conclusión de que podrían ser los siguientes en la lista, por lo que comenzaron a colaborar con los talibanes con la finalidad de complicarle a Estados Unidos su estancia en Afganistán. Las relaciones se fortalecerían más tarde, en 2015, cuando Irán vio en el talibán a un rival ideológico del movimiento fundamentalista invocado por el Estado Islámico.
Intereses económicos
Irán necesita de los talibanes para afrontar problemas compartidos, como el tráfico de drogas y la crisis de refugiados, mientras que la nueva autoridad afgana requiere sumar socios a su limitada cartera de apoyo internacional. Los analistas anticipan que la cooperación sea pragmática y no sustentada en una visión compartida.
Por su parte, China es el único que tiene un acuerdo para explotar la riqueza natural de Afganistán y es probable que esté más preocupada, de lo que ha dejado entrever, por lo que significa el gobierno de los talibanes para la seguridad interna y externa.
Más allá de los intereses económicos en juego, existe el temor de que Afganistán se convierta en centro de operaciones para generar terror como represalia a la dura represión de los uigures del Sinkiang.
Pese a ello, Meia Nouwens, experta en política de defensa china en el International Institute for Strategic Studies (IISS), no prevé que Pekín intervenga para ocupar el vacío de seguridad, pues su atención está en otras latitudes.
“Los recientes acontecimientos en Afganistán suponen una preocupación mucho mayor para China: el cambio en el enfoque militar de Washington de Medio Oriente hacia el Indo-Pacífico, y hacia la propia China”, señala.
Al igual que otras naciones, Moscú observa de cerca cómo evoluciona el comportamiento de los talibanes. Nigel Gould-Davies, estudioso del IISS indica que si el extremismo afgano vuelve a encontrar eco en el extranjero podría llevar a Rusia a buscar una cooperación limitada y de suma cero con Occidente; de lo contrario, el cambio de mando en la capital afgana podría ser usado por el Kremlin para explotar la percepción de debilitamiento occidental generada por la retirada estadounidense.