Por Inés Capdevila
Se va la primera y llega la segunda. En el plan internacional de Alberto Fernández, Brasil, la primera potencia de América latina y tradicional socio de la Argentina, tiene reemplazo: México, el segundo país más grande e influyente de la región.
Más idealista uno, más pragmático el otro, López Obrador y Fernández podrían construir una relación bilateral dinámica que le dé potencia y éxito a la alianza de izquierda regional, hoy materializada en el Grupo de Puebla, en la resolución de sus problemas más agudos y urgentes -Venezuela, Nicaragua, la desigualdad, las migraciones masivas-.
Pero Fernández deberá trabajar mucho para conseguir la primera y llegar a la segunda, es decir, para suplantar la fuerza del lazo entre la Argentina y Brasil, por ejemplo, en el comercio o en la influencia diplomática que tuvieron hasta ahora en el Grupo de Lima.
El volumen de intercambio comercial con México fue, en 2018, 15 veces menor que el vínculo con Brasil (1785 millones de dólares con uno; 26.002 millones con el otro). En la diplomacia, la relación también es menor en densidad e historia y Fernández deberá esforzarse bastante para convencer a López Obrador de involucrarse con una región a la que, hasta ahora, le ha dedicado más declaraciones que acciones o ambiciones.
Corrupción, guerra narco, economía estancada, varias son hoy las preocupaciones que atrapan la atención del presidente mexicano y que evitan que le preste atención a la política exterior, salvo que se trate de Estados Unidos, en cuyo caso es ya un problema doméstico más que internacional.
Esa misma inquietud con varios problemas crecientes enfrentan todos los mandatarios de izquierda de la región, desde Evo Morales a Tabaré Vázquez y el Frente Amplio, lo que le restará recursos, influencia y hasta legitimidad a un nuevo bloque de izquierda latinoamericana, en especial esta última si esa alianza se transforma en un escudo de Nicolás Maduro más que en un vehículo para solucionar el mayor problema de América latina, la crisis venezolana.
Con una izquierda global en mente o bien por estricta necesidad ante la crisis, Alberto ya empezó también a forjar sus contactos europeos, dos en particular: el español Pedro Sánchez y el portugués Antonio Costa. Ahí también deberá esforzarse por construir alianzas de influencia en la Unión Europea: la izquierda europea está cada vez más debilitada ante el avance de los populismos (de uno y otro lado) y de la derecha.
En América latina o en Europa, el éxito de la alianza de izquierda dependerá, casi mayoritariamente, de cuanta ambición regional o global y tiempo le queda a cada uno de los nuevos amigos internacionales de Fernández luego de dedicarse a sus urgentes problemas. Acá solo alguno de esos problemas:
Andrés Manuel López Obrador
Al presidente de México no le falta popularidad, la tiene afuera y adentro de su país. En la región es visto, desde su asunción, como el abanderado de la nueva izquierda regional y como el hombre capaz de neutralizar los intentos del Grupo de Lima de reemplazar a Maduro con Juan Guaidó.
En México, fue recibido como la renovación de una política carcomida por décadas y décadas de corrupción. Su imagen de líder honesto y transparente que reduce su propio salario y el de otros altos funcionarios es la principal razón de que hoy tenga una aprobación que ronda el 65%.
Pero en política exterior López Obrador no es Lula, no muestra ni la ambición ni la determinación del expresidente brasileño de convertir a su país en una potencia diplomática decisiva o a la izquierda en una fuerza regional renovadora y evangelizadora.
Siguiendo la tradición de neutralidad mexicana, sacó a su país del Grupo de Lima -gestado, en parte por su sucesor, Enrique Peña Nieto- y lo incorporó al Grupo de Puebla, con la misión de negociar una salida consensuada por el chavismo y la oposición. Pero su envión inicial se diluyó con el paso de los meses y con el aumento de los problemas propiamente mexicanos.
Entre esos desafíos están la militarización de la frontera (por pedido de Trump) para detener las masivas migraciones centroamericanas y la renegociación del Nafta; la intensificación de la guerra narco ante un Estado débil y a veces fracasado como evidenció la detención y posterior liberación del Chapito Guzmán, hace dos semanas; el aumento de los crímenes; y una economía que amenaza con caer en la recesión en cualquier momento. Todos esos problemas, que crecen peligrosamente, le quitaron a López Obrador 15 puntos de aprobación desde enero hasta hoy.
Así con un ojo y medio mirando a sus desafíos internos y medio ojo en la región, recibirá el presidente mexicano a Fernández, que necesita con urgencia un fuerte aliado latinoamericano.
Pedro Sánchez y Antonio Costa
Uno busca renovar su mandato por segunda vez en la inestable política española. El otro acaba de hacerlo, en un Portugal admirado por su recuperación económica.
De acuerdo con las encuestas, Sánchez se impondrá en los comicios del domingo próximo en España, los cuartos en cuatro años, pero muy probablemente tenga después el mismo problema que tuvo en las elecciones de abril: encontrar socios para formar gobierno. Ese desafío, que ya parece permanente en la política española, compite en la atención del jefe de gobierno con uno tan o más grande: el independentismo catalán. Cada vez más provocador y virulento, el nacionalismo renovó sus fuerzas en las últimas semanas y apuesta a una nueva ofensiva por transformar la región en una nación.
Mientras tanto la economía, el gran problema español durante los primeros años de esta década, crece, poco pero crece. Algo más aumenta la economía portuguesa; el padre de su milagro, el premier Antonio Costa, aspira a consolidar ese boom luego de vencer en las legislativas del mes pasado.
A uno y a otro visitó Fernández hace meses ansioso por tener una pata europea y, tal vez, recibir consejos sobre la recuperación económica tras crisis catastróficas.
Queda por ver cuánto le abrirán esos contactos las puertas de Europa a Fernández; Costa y Sánchez son los únicos gobernantes de izquierda en un continente en que el socialismo pierde cada vez más terreno, en especial en aquellos que más poder de voto tienen en el FMI.
Tabaré Vázquez y José Mujica
El presidente uruguayo no será parte de la nueva izquierda alentada por Fernández; termina en marzo su mandato. Y muy probablemente el Frente Amplio tampoco estará. El Frente Amplio fue uno de los únicos partidos políticos que sobrevivió a la debacle de la izquierda regional, hasta ahora. Su candidato presidencial, Daniel Martínez, ganó la primera vuelta electoral pero un triunfo en el ballottage de noviembre se antoja como una aventura cada vez más difícil. La oposición acordó ya encolumnarse detrás de Luis Lacalle Pou, del Partido Nacional. Su victoria representaría un cambio de figuritas en el Grupo de Lima; sale la Argentina, entra Uruguay.
El final de la hegemonía del Frente luego del desgaste propio de 15 años en el poder tal vez no opaque las figuras de Tabaré ni de José Mujica; seguirán siendo referentes del bloque de izquierda, pero más en tono simbólico que real, ya que lejos estarán ambos del poder y de los recursos del Estado.
Evo Morales: el otro partido que sobrevivió al final del auge de una izquierda que ahora busca sobrevivir es el MAS, de Morales, a quien Fernández le dedicó una cálida respuesta al mensaje de felicitaciones por Twitter. Evo aporta poder real al bloque de izquierda que el próximo presidente argentino busca reanimar, pero le quita algo de legitimidad.
Su decisión de ignorar el referéndum de 2016 y presentarse nuevamente a las elecciones y el turbio escrutinio de los comicios de hace dos semanas ensombrecen su muy probable nuevo mandato. La auditoría de la OEA aún no emitió su veredicto sobre el pequeño margen de votos que le dio la victoria a Evo pero la oposición cree que seguramente será favorable a Morales.
Aun cuando la cercanía ideológica impida verlo, una alianza con Morales representaría una cercanía con un mandatario empeñado en desconocer los límites de la alternancia democrática y en asfixiar a todo aquel que disienta, desde la oposición a los medios. Y no ayudaría al bloque de izquierda a buscar una salida en apariencia a neutral al gran problema regional, la crisis de Venezuela, crisis que se potenció también con unas elecciones sospechosas, en 2013.
Grupo de Puebla
Al grupo creado en julio pasado en México para ser la contracara del Grupo de Lima no le falta currículum, tampoco sombras. Dilma Rousseff, Rafael Correa, José Luis Rodríguez Zapatero, Ernesto Samper son todos expresidentes o ex jefes de gobierno.
Rousseff fue destituida en juicio político; Correa enfrenta unas 30 causas por cargos que van desde corrupción a abuso de poder, en Ecuador; Zapatero es criticado por su cercanía al chavismo pese a que fue mediador en la crisis venezolana; Samper estuvo sospechado de haber recibido financiamiento narco en su campaña presidencial, en Colombia.
El grupo es otro de los puntales en la negociación por Venezuela, pero para influir en el resultado necesita más que currículum. Tal vez Fernández logre -como el propio grupo admite- darle poder real, solo si no decide quedarse en el Grupo de Lima para, a cambio, lograr el favor de Estados Unidos en su misión más urgente, la negociación con el FMI.
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