Brillante, incisivo e implacablemente ambicioso, Henry Kissinger reinó sobre la política exterior de Estados Unidos posterior a la Segunda Guerra Mundial. El hombre que marcó como nadie el curso moderno de las relaciones del mundo con China murió el miércoles a la edad de 100 años.
Como secretario de Estado de los presidentes Richard Nixon y Gerald Ford, Kissinger fue un maestro de la estrategia cuyos dones intelectuales fueron reconocidos incluso por sus principales críticos, que, sin embargo, le culparon de menospreciar los derechos humanos y la democracia en la Guerra de Vietnam y otros escenarios.
Reconocido por su hablar agudo e ingenioso, siempre con un toque de su originario acento alemán, y por sus gruesos lentes, Kissinger fue considerado el epítome del poder internacional, una imagen que capitalizó como consultor décadas después de haber dejado el gobierno.
Kissinger murió el miércoles en su residencia en Connecticut, indicó un comunicado de su firma de consultoría. Tenía 100 años de edad.
El nombre de Kissinger es comúnmente asociado con la «realpolitik», la diplomacia basada en el poder y la practicidad.
Alabando su fría perspectiva que buscaba siempre imponer los intereses estadounidenses, sus admiradores le compararon con grandes hombres de Estado de la historia.
Pero para muchos, especialmente en la izquierda, Kissinger era considerado un criminal de guerra que nunca fue juzgado por su papel, entre otros, en la expansión de la Guerra de Vietnam y el apoyo al golpe militar en Chile en 1973.
Serie de eventos afortunados
Bautizado como Heinz Alfred Kissinger, nació de una familia judía en Fuerth, Alemania, el 27 de mayo de 1923. Huyó del régimen nazi en 1938 con su padre, un maestro de escuela, su madre y un hermano menor. Se instalaron en Nueva York.
«Pensé que sería contador», dijo a USA Today en 1985. «Nunca pensé que enseñaría en Harvard. No era mi sueño convertirme en secretario de Estado».
«No me pudo ocurrir una serie de eventos más afortunada».
Trabajó en una fábrica de brochas de afeitar mientras estudiaba bachillerato de noche.
Luego estudió contabilidad en la City College de Nueva York, pero fue reclutado por el Ejército en 1943 antes de que pudiera graduarse.
Su conocimiento del alemán le llevó a una unidad de inteligencia encargada de identificar nazis mientras avanzaban por Europa.
En el Ejército, Kissinger conoció a su primer mentor, el también refugiado alemán Fritz Kraemer, un cientista político que lo persuadió de transferirse a Harvard, donde obtuvo una licenciatura en 1950 y un doctorado en 1954.
El primer libro del joven profesor, Nuclear Weapons and Foreign Policy (1957), sobre cómo las nuevas y ultradestructivas armas nucleares deberían adaptarse a las necesidades de la diplomacia, dio de qué hablar rápidamente.
Redefiniendo las relaciones de EE UU
Pero las ambiciones de Kissinger fueron más allá de la academia, y tomó trabajos de consultor en el Consejo de Seguridad Nacional y el Departamento de Estado durante las presidencias de John F. Kennedy y Lyndon Johnson.
Esos trabajos incluyeron viajes a Vietnam, donde Estados Unidos se involucraba en la contención de los comunistas.
Buscando servir en el gobierno, Kissinger apoyó al gobernador de Nueva York Nelson Rockefeller, un republicano que buscó tres veces la presidencia sin éxito. Pero en 1968 pasó a respaldar a Nixon, que luego lo convirtió en su asesor de seguridad nacional.
Nixon nombró primero un secretario de Estado de bajo perfil, William Rogers. Pero a fines de 1973, ya involucrado en el escándalo de Watergate que acabó con su presidencia, Rogers renunció y Kissinger tomó el puesto, que conservó hasta enero de 1977 con Ford.
En un acuerdo sin precedentes que demostraba su inmensa influencia, fue por dos años asesor de Seguridad Nacional a la vez que secretario de Estado.
Nixon ya dejaba huella con su estridente política anticomunista, pero recibió de buena manera el método de Kissinger (llamado «detente») para encontrar áreas en las que Estados Unidos pudiera aliviar las tensiones con la Unión Soviética.
Kissinger condujo conversaciones con Moscú que constituyeron el más serio esfuerzo para controlar la carrera nuclear durante la Guerra Fría y, en 1972, las potencias llegaron al Tratado de Misiles Antibalísticos, que impuso límites a sus arsenales.
Como parte de una estrategia para aislar a la Unión Soviética, a la vez que sacudía la diplomacia en torno a Vietnam, Kissinger tomó una histórica decisión: acercarse a la China comunista.
Autoaislada en medio de la destrucción dejada por la Revolución Cultural de Mao Zedong, la china continental había quedado sin contacto con Estados Unidos, que reconocía a los derrotados nacionalistas que huyeron a Taiwán.
Kissinger viajó en secreto a Pekín en 1971 y se reunió con el primer ministro Zhou Enlai, pavimentando el camino para el viaje de Nixon un año después en el que el presidente intercambió con Zhou, visitó al debilitado Mao y preparó el escenario para el establecimiento de lazos diplomáticos.
Calculador
«Que China y Estados Unidos encontraran una forma de juntarse era inevitable dadas las necesidades del momento», escribió Kissinger cuatro décadas después en uno de sus 18 libros.
«Que ocurriera con tanta firmeza y fuera ejecutado con tan pocos desvíos es un tributo al liderazgo que lo hizo posible», escribió con la poca modestia que le caracterizaba.
Esa apertura llevó a la larga a que negocios occidentales llegaran a China, que ya para este siglo se ha convertido en el gran contendor de Estados Unidos.
Internamente, terminar la Guerra de Vietnam era lo prioritario. Nixon prometió en la campaña lograr la «paz con honor» y tras asumir, el presidente y Kissinger lanzaron una política que forzaba a su aliado Vietnam del Sur a tomar un papel más protagónico para que las tropas estadounidenses pudieran retirarse.
Para buscar fortalecerse antes de las conversaciones de paz, Nixon y Kissinger autorizaron bombardeos en Laos y Cambodia entre 1969 y 1970 para afectar al movimiento rebelde.
Los bombardeos, no autorizados por el Congreso y mantenidos en secreto del público, no detuvieron la infiltración rebelde, mataron a miles de civiles y ayudaron al surgimiento de los genocidas jemeres rojos.
Kissinger viajó varias veces a París, primero discretamente, para hablar con el negociador de Vietnam del Norte, Le Duc Tho.
Un acuerdo de 1983 puso fin a las operaciones militares estadounidenses y los dos hombres recibieron el Premio Nobel de la Paz, aunque solo Kissinger lo aceptó.
Conversaciones grabadas con Nixon revelaron luego que el calculador Kissinger esperaba la caída de Vietnam del Sur tras el acuerdo.
En otro ejemplo de la «realpolitik», Kissinger recomendó que Estados Unidos retrasara envíos de armas a su aliado Israel luego de que fuera atacado en 1973 en la Guerra de Yom Kipur, considerando que los árabes estarían en mejor posición de hacer la paz si lograban primero algunas victorias.
Escrutinio
El historial de Kissinger ha sido sometido a un intenso escrutinio.
En un libro de 2001, The Trial of Henry Kissinger, el escritor Christopher Hitchens dijo que debía ser procesado por crímenes de guerra y de lesa humanidad.
Documentos desclasificados han mostrado el papel directo de Estados Unidos en socavar al gobierno del presidente socialista chileno Salvador Allende, incluyendo el apoyo a funcionarios que mataron a un general que se negó a participar en el intento de golpe de 1970 y el respaldo a la toma del poder por el general Augusto Pinochet en 1973.
Kissinger también fue criticado por permitir que el régimen de Indonesia, entonces cercano aliado anticomunista, usara su equipamiento militar facilitado por Estados Unidos para invadir Timor Oriental en 1975.
Más de 100.000 timorenses murieron durante la ocupación, que terminó en 1999, según un estimado de 2005 de la comisión de la verdad del país.
Por un tiempo, su capacidad intelectual lo llevó a que lo vieran como una especie de sex symbol y abundaban los rumores de sus relaciones con estrellas de Hollywood.
En 1974, una década después del fin de su primer matrimonio, Kissinger se casó con Nancy Maginnes, la altísima antigua ayudante de Rockefeller y quien le sobrevive, al igual que dos hijos de su primer matrimonio, David y Elizabeth.
Kissinger siguió disponible para los republicanos cuando volvieron al poder con Ronald Reagan y pocas veces dejó pasar oportunidades para dar sus consejos, siempre dispuesto a desplazarse de su penthouse en Manhattan a Washington cuando los líderes le llamaban.
«El poder es el máximo afrodisíaco», dijo él mismo en los años 1970.