Cientos de personas salieron este domingo a las calles de Damasco y de Estambul, en Turquía, donde vive una diáspora de medio millón de sirios, para celebrar la «huida» del presidente Bashar al Asad de la capital siria, ahora en manos de los rebeldes.
En Damasco resonaron disparos de júbilo y plegarias religiosas por los altavoces de las mezquitas, y en Estambul centenares de sirios se congregaron frente a la gran mezquita del barrio de Fatih pese a la fuerte lluvia.
«Es increíble, tenemos la sensación de renacer», comentó en Estambul Sawan Al Ahmad, que llevaba a su hijo de la mano.
Esta mujer vivió en 2011 los primeros meses del despiadado asedio de Homs por las fuerzas del régimen de Al Asad, antes de huir a Turquía, que acoge a tres millones de refugiados sirios.
Ahora, le ilusiona la idea de llevar a su hijo «a su tierra».
En Damasco, decenas de personas se congregaron en la plaza de los Omeyas, para celebrar la caída del clan Asad tras más de medio siglo en el poder, en un país dividido por una mortífera guerra civil.
En otra céntrica plaza de la capital siria, entre gritos de «Allahu Akbar» («Dios es el más grande»), decenas de habitantes derribaron una estatua de Hafez al Asad, padre de Bashar, y la pisotearon, según imágenes de AFPTV.
«Siria es nuestra, no es de la familia Asad», vocearon hombres armados, miembros de grupos rebeldes, que circulaban por algunas calles de la ciudad dando tiros al aire.
Los soldados del régimen se deshicieron a toda prisa del uniforme militar del Ejército sirio al abandonar la sede del Estado Mayor, en la plaza de los Omeyas, contaron a AFP varios habitantes.
También los locales de la televisión y de la radio públicas fueron abandonados por los funcionarios, contó un exempleado.
«Acabará en el infierno»
A unos kilómetros de allí, en el pintoresco viejo Damasco, donde viven muchas familias cristianas, unos jóvenes coreaban «¡El pueblo sirio está unido!», un mensaje destinado a tranquilizar a las minorías de un país multiconfesional y devastado por 13 años de guerra civil.
En otro barrio, Shaghur, había mujeres en los balcones, lanzando gritos de júbilo y tirando arroz al paso de combatientes armados.
«No puedo creer que a partir de hoy ya no tendré más miedo», dijo a AFP Ilham Basatina, una mujer de unos 50 años de edad, apostada en su balcón.
«Nuestra alegría es inmensa pero no será completa hasta que el criminal sea juzgado», señaló, aludiendo a Bashar al Asad. Los rebeldes que entraron en la ciudad afirmaron que el «tirano» había huido.
Pero a Mohamed Cuma, un estudiante de Alepo residente en Estambul, «le da igual» lo que le ocurra a Al Asad.
«Se fue y eso es lo esencial. Que se vaya a Rusia, Bielorrusia o Venezuela, dejen que se vaya. ¡De todas formas acabará en el infierno!», declaró este estudiante de ingeniería civil, que afirma que «muy probablemente» regresará a su país, donde «podría ser útil en la reconstrucción».
«Cultura del miedo»
Antes de que amaneciera, Damasco se vio sacudida por cinco fuertes explosiones de origen desconocido, probablemente tiros de artillería o explosiones en depósitos de municiones, según un soldado huido que pidió el anonimato.
«Nuestro superior directo nos dijo que teníamos que retirarnos y volver a casa», dijo a AFP. «Entendimos que todo había terminado».
En redes sociales, periodistas, funcionarios y diputados sirios cambiaron sus fotos de perfil por imágenes de la bandera de la oposición.
Waddad Abd Rabbo, redactor jefe del diario Al Watan, afín al gobierno, dijo que «lo único que hacíamos era ejecutar órdenes y publicar la información que nos enviaban», refiriéndose a las autoridades.
«Quizá éramos prisioneros de una cultura del miedo. O teníamos miedo del cambio, pues pensábamos que esto nos conduciría a la sangre y al caos», dijo en Facebook el actor sirio Ayman Zidan.
«Pero aquí estamos, a las puertas de una nueva era, con hombres que nos han impresionado por su nobleza y una cultura del perdón y el deseo de restaurar la unidad del pueblo sirio», agregó, aludiendo a los rebeldes.
Esos rebeldes que, en las calles de Damasco y con ropa de camuflaje, se arrodillaban para besar el suelo o rezar.
Otros se hacían fotos, entre el ruido incesante de los disparos de armas automáticas.