Hay 1.400 millones de habitantes en China. Un país que ofrece una mano al comunismo y otra al capitalismo, pero que no es capaz de culminar la senda de prosperidad que comenzó en 2008 en aquello que se llamó el Salvaje Oriente Chino, en palabras del investigador del Real Instituto Elcano Miguel Otero. Años marcados por un aumento del crédito que han generado una burbuja inmobiliaria y un gran endeudamiento de la población.
El agravamiento de la crisis de la inmobiliaria Evergrande, cuya cotización ha sido suspendida esta semana en la Bolsa de Hong Kong tras el arresto de su presidente, no ha hecho sino alimentar las dudas sobre la salud económica del gigante asiático. Unas dudas que recientemente compartía la agencia Fitch, que apuntaba que la crisis inmobiliaria china «está ensombreciendo las perspectivas de crecimiento global».
Por su tamaño, lo que ocurre en China acaba teniendo un impacto mundial. Su economía representa el 40 % del crecimiento global según la Universidad de Oxford. Es la fábrica del mundo, y de las manos de sus trabajadores llegan prendas o dispositivos electrónicos que se reparten por los cuatro continentes.
Pero los chinos también son grandes consumidores de productos occidentales. Compañías como Apple, Volkswagen y Burberry, por ejemplo, consiguen buena parte de su beneficio del país asiático.
Pero el impacto va más allá. La propia crisis de Evergrande es un ejemplo. Al entrar la antaño mayor inmobiliaria de China en quiebra –algo que hizo de forma oficial hace un mes– comenzó una caída notable en los pedidos de materiales de construcción que llegan de Australia, Brasil o África. Según la BBC, en agosto el país importó un 9 % menos de materiales comparado con el mismo período del año anterior, pese a que entonces aún seguían vigentes las limitaciones por la pandemia de coronavirus.
Especialmente preocupado por el debilitamiento chino debería estar el tercer mundo. Más de 150 países han recibido dinero chino para construir carreteras, aeropuertos o puertos. Y el compromiso chino para seguir haciéndolo podría verse mermado si la economía china sufriera un parón.
Guerra comercial
Además, la guerra comercial del país asiático con Estados Unidos ya es abierta, especialmente en el ámbito de la tecnología. El veto a Huawei de la administración Trump, que ha confirmado Biden, molestó a China, que ha cerrado el grifo de materiales como el galio y el germanio. Estos materiales, claves para la fabricación de chips, no salieron de sus fronteras en todo el mes de agosto, según los datos aduaneros chinos.
El país también sufre un creciente problema de paro juvenil. Alcanza el 20,8 %, con un número creciente de estudiantes licenciados que no tienen expectativa laboral bien remunerada.