Pocos eventos tendrán tanta trascendencia en este 2024 como las elecciones presidenciales y legislativas en Estados Unidos. No solo para el futuro de este país, sino para el mundo.
A partir de este 15 de enero, con el caucus de Iowa, arranca formalmente un largo proceso electoral que culminará en noviembre, cuando midan fuerzas los ganadores de ambos partidos (republicano y demócrata) para definir tanto el control de la Casa Blanca como del Senado y la Cámara de Representantes.
Si bien la supremacía en el Congreso es de enorme importancia, todos los ojos están puestos en la disputa por la Oficina Oval, que promete ser una repetición de las elecciones del 2020 entre el actual presidente Joe Biden y el entonces presidente Donald Trump.
Y que concluyó en la peor fractura de la democracia estadounidense de la historia reciente, cuando una turba de simpatizantes del mandatario republicano se tomó por la fuerza el Capitolio para impedir la certificación del ganador.
Aunque nadie descarta una sorpresa en la ronda de elecciones primarias, que va de enero a junio, esta se ve cada vez más remota. Biden, salvo algún quebranto de salud mayúsculo, será el representante de los demócratas, mientras Trump, todo indica, será el señalado por su partido.
A eso, al menos, apuntan todas las encuestas. Biden, como es tradición en EE UU, no tiene a un candidato creíble que pueda desafiar su nominación, que tendría lugar en agosto.
En el caso de los republicanos, hay todavía seis candidatos que aspiran destronar al exmandatario. Pero ninguno está siquiera cerca. En el último promedio de sondeos que hace el portal 538, Trump tiene un 63 por ciento de favorabilidad frente al 12 por ciento del gobernador de la Florida, Ron DeSantis, y el 10 por ciento de la exgobernadora de Carolina del Sur, Nikki Haley. Que son sus más inmediatos seguidores.
De hecho, y a diferencia de contiendas anteriores que solo se definieron en el verano, es muy probable que la republicana concluya (de facto) el 5 marzo en el famoso súper martes, cuando irán a las urnas 17 estados.
Tras esa fecha, es muy probable que Trump sea inalcanzable y los demás retiren sus candidaturas.
La fortaleza del expresidente, al menos entre su propio partido, contrasta con la debilidad de Biden, que ni siquiera entusiasma a los mismos demócratas. A nivel nacional, la popularidad de Biden, de acuerdo con este mismo portal, está anclada en un pírrico 39 por ciento. Uno de los peores índices que ha registrado un presidente que busca la reelección.
Si solo se tiene en cuenta a los demócratas, asciende al 77 por ciento, un número también muy bajo para un mandatario en ejercicio. En política, siempre dicen los analistas, solo un mes es una eternidad. Y dado que todavía falta casi un año para las elecciones, cualquier cosa podría pasar.
Biden, de acuerdo con un reporte reciente del Washington Post, está cada vez más frustrado por el poco «amor» que le profesan los estadounidenses. Si bien su presidencia ha estado marcada por agudas crisis, como la guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto en Oriente Medio y una alta inflación, las perspectivas de EE UU no son malas y sus logros en el gobierno son relevantes. Entre ellos, la ley para incentivar la inversión en infraestructura y las medidas para estabilizar la economía tras la pandemia del covid-19.
Aunque la inflación sigue alta (en el 3,1 por ciento), ha caído de manera dramática desde el casi 10 por ciento del año pasado y la Reserva Federal sugirió hace algunos días que el prospecto de una recesión parece estar en el retrovisor y comenzará a reducir las tasas de interés en 2024.
La tasa de desempleo, por otra parte, es de las más bajas en una década (3.5 por ciento) y el precio de la gasolina -otro marcador clave por el impacto en las cadenas de producción y los consumidores, ha seguido cayendo (promedió de 3 dólares por galón a 5 dólares a mediados del año pasado). Su administración, de paso, ha generado más de 3,2 millones de empleos, un récord de crecimiento que no se veía desde los años 60.
Eso, sin embargo, no ha alterado aún el aumento del costo de vida ni la percepción de que la economía no está bien. Asimismo, la falta de entusiasmo frente a Biden tiene mucho que ver con su edad y la idea de que quizá ya esté muy viejo (a sus 80 años) para un segundo período en la Casa Blanca.
Injusto o no (Trump, a sus 77 tampoco es un jovenzuelo), el veredicto temporal no le es favorable. En todos los sondeos recientes, tanto a nivel nacional como por estados claves, el expresidente le saca entre 2 y 5 puntos.
Lo cual ha sorprendido a muchos, dada la polarización que caracterizó su presidencia -enfrentó dos juicios de destitución y casi destruye el sistema democrático al negar el resultado electoral de los comicios del 2020- y lo controvertido que sigue siendo.
Actualmente, el exmandatario enfrenta cuatro procesos criminales: uno por falsificar documentos para ocultar una relación extra matrimonial, otro por extraer documentos clasificados y dos por interferencia electoral. Y al menos uno de ellos -el caso federal que enfrenta por tratar de revertir su derrota en las urnas- podría concluir antes de que los estadounidenses voten el próximo 5 de noviembre.
En otras palabras, EE UU podría elegir a un presidente recién condenado y por pagar una sentencia de cárcel.
Y de allí lo inédito y explosivo de este ciclo electoral. Por supuesto, mucho puede pasar en el interregno.
De acuerdo con Matt Hogan, estratega cercano al partido demócrata- el desempeño actual de Biden -y sus malos números- podrían adquirir otra dimensión una vez los estadounidenses tengan enfrente la decisión de un retorno a los años de Trump o el continuismo que promete el actual mandatario.
Algo que va a depender, en gran medida, de la valoración que hagan los votantes independientes y la motivación del partido demócrata para atajar al exmandatario.
Particularmente entre los jóvenes del país y las mujeres, que suelen responder a temas como el cambio climático y el derecho al aborto.
En todo caso, una decisión que puede partir en dos la historia del país. En las últimas semanas, Trump ha dado muestras que su versión 2.0 es aún más extrema que la que mostró entre 2016 y 2020.
Su retórica antiinmigrante ha seguido creciendo al punto de sugerir que la migración está «enlodando» la sangre estadounidense, se alinea cada vez a líderes antidemocráticos como Vladímir Putin, y coquetea con la idea de una dictadura o la supresión de derechos si eso sirve al bien común (que percibe).
Una victoria apalancada en esas consignas podría provocar un sismo institucional de impredecibles consecuencias ¿De qué magnitud? Nadie lo sabe. Pero que se sentiría en todos los rincones del planeta.
Particularmente en la guerra entre Rusia y Ucrania -pues tanto Trump como los republicanos han perdido interés en este conflicto y no lo ven como decisorio para la estabilidad del orden que surgió tras la Segunda Guerra Mundial-, pero también en el curso de la guerra entre Israel y Hamás y su potencial expansivo a otros países de Oriente Medio.
En el caso concreto de Colombia, un triunfo de Trump podría llevar las relaciones a un momento crítico, al menos mientras esté en la presidencia Gustavo Petro, un líder de izquierda que tiene poco en común con el expresidente y muchos de quiebre dado el tamaño de la relación bilateral.
Y lo mismo podría decirse de otros países en la región como Brasil, Chile, Perú, Bolivia y México por nombrar solo algunos.
Un incierto panorama que está a punto de comenzar a despejarse. Para bien o para mal.
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