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FOTO César Melgarejo. EL TIEMPO

La diferencia registrada este domingo entre la votación del presidente electo y la del candidato derrotado fue la más apretada de los últimos 28 años. Según el preconteo de la Registraduría Nacional, conocida la información del 100% de las mesas, Gustavo Petro aventajó a Rodolfo Hernández por apenas 3,13 puntos porcentuales.

Se trata de la distancia más pequeña desde la segunda vuelta de 1994, cuando Ernesto Samper venció a Andrés Pastrana en medio del escándalo de los narcocasetes, que pusieron sobre la mesa la posibilidad de que la campaña del aspirante liberal hubiera recibido dinero del cartel de Cali.

En ese entonces, los rojos se impusieron con 50,57% de los sufragios, apenas 2,12 puntos por encima de lo obtenido por Pastrana (48,45%). Luego, en 1998, Pastrana llegó a la Presidencia con 3,86 puntos sobre Horacio Serpa.

Pero en 2002, el margen comenzó a hacerse más amplio. Ese año, cuando Álvaro Uribe Vélez ganó la carrera a la Casa de Nariño, la diferencia con su contendor, Horacio Serpa, fue de 21,83 puntos porcentuales; y en 2006, Uribe fue reelegido con un contundente 62,3% (40,33 puntos por encima de Carlos Gaviria). En las 2 ocasiones, el exgobernador de Antioquia triunfó en primera vuelta.

La era de Juan Manuel Santos empezó en la segunda vuelta de 2010, cuando con 69,1% de los votos se impuso a Antanas Mockus (41,66 puntos porcentuales de diferencia); ya en 2014, Santos volvió a ganar la Presidencia en la segunda vuelta con la que hasta este domingo había sido la distancia de votos más pequeña de este siglo (5,99 puntos frente a Óscar Iván Zuluaga). Y hace 4 años, el actual mandatario, Iván Duque, venció a Gustavo Petro, con 12,26 puntos porcentuales de diferencia.

Frente a la estrecha victoria del domingo, los analistas coinciden en que la clave está en el reclamo de un cambio, que se da en medio de un ambiente muy polarizado. Sebastián Líppez De Castro, decano de la Facultad de Ciencias Políticas de la Pontificia Universidad Javeriana, señala que Colombia está dividido porque el debate se ha centrado en “el factor prouribe-antiuribe y propetro-antipetro”.

Y para Andrés Dávila Ladrón de Guevara, politólogo, maestro y doctor en Ciencias Sociales de la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, el país no está polarizado, sino fragmentado. Esto, dice, se fundamenta principalmente “en el fin de la relación Uribe-Santos y sus secuelas, que no son nuevas y las pudimos ver en un segundo momento fundamental: el plebiscito (2016)”.

A la luz de los datos, dicha hipótesis toma fuerza si se tiene en cuenta que en los años en los que el uribismo estuvo más afianzado las diferencias fueron amplias, incluyendo la primera elección de Santos, cuando se presentó como el candidato de ese sector. Luego, Santos abandona la línea uribista y traza su propia ruta, por lo que hay una fractura y en el 2014 empieza a notarse un panorama polarizado.

Por otro lado, está la sed de explorar alternativas. “En estas elecciones tuvimos dos opciones competitivas a las que unía un factor nunca visto en la historia de las elecciones: el cambio. Esto permitió que la diferencia fuera mínima porque las dos opciones parecían viables para diferentes sectores”, señala Patricia Muñoz Yi, abogada y magíster en Estudios Políticos.

Dávila agrega que, en esa búsqueda, la gente estaba “entre elegir a un candidato arriesgado y entre alguien que da la impresión de ser un salto al vacío, lo que también generó esta indefinición”. Algo en lo que coincide el consultor y analista político Jairo Libreros, quien señala que esa incertidumbre, “a diferencia de otras elecciones, en las que era claro quién representaba qué, generó dudas”.


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