Afuera se asoman los primeros rayos de sol. Fueron cinco días sin verlo y, hoy sí, podemos respirar aliviados: el agua, que siempre estuvo acechándonos de cerca, no entró a casa. Ni siquiera llegó a rozar el zócalo de la acera. Tuvimos suerte, o al menos tanta como se puede tener cuando estás atrapado en una cárcel donde las rejas son más bien lagos y no barrotes. Somos otro tipo de víctimas, sin duda, mucho más afortunadas: las del encierro.
Han sido 5 largos días. 120 horas. El tiempo pasa muy lento cuando lo que se hace es monitorear el radar del clima, el nivel del agua a cada segundo. En todo este tiempo el teléfono móvil permaneció enchufado constantemente previendo un inminente corte de luz que nunca llegó. La despensa ya está por acabarse, pero todavía no podemos llegar al mercado en nuestro auto. Aun así, quejarnos sería un pecado.
Bristol Water Drive, en la comunidad planificada de Shadow Creek Ranch en el oeste de Pearland, ciudad localizada en el sur de Houston, es un refugio atípico. A pocas cuadras es otra la historia. Algunos tuvieron que desalojar. Por muy poco se evitó que los lagos artificiales cercanos se desbordaran, aunque llegaron a límites alarmantes.
Llegué aquí hace apenas un mes y al enterarme de la inminente llegada de Harvey confié en los vecinos que orgullosos pregonaban que Shadow Creek Ranch sobrevivió invicto al huracán Ike en 2008 y que, si bien no existía para el momento de Alison –una tormenta tropical de 2001 que golpeó fuertemente Texas–, había sido concebido justamente para aguantar fuertes embates. Pero no este. Nadie podía imaginar la colosal magnitud de los pies cúbicos que caerían sobre nosotros incesantemente: unos 31,67 en Pearland.
Estamos entre los condados de Brazoria y Fort Bend donde, antes de que todo comenzara, se habló de desalojo voluntario para nosotros y únicamente obligatorio para quienes estaban pegados a la costa. Desde el sábado algunos vecinos comenzaron a preguntarse por qué las autoridades dieron la opción de quedarse.
El lunes pasado a las 5:00 pm la situación del vecindario se había agudizado. Por primera vez en un grupo de Facebook varias personas contaban que el agua entró a sus casas y otros pedían ayuda para salir. Hasta ese momento, el este de Pearland había sido más afectado, pero ya nadie estaba exento de riesgos. En uatro días recibí no menos de 30 alertas de tornado y decenas de flash flooding (inundaciones repentinas).
Por fortuna, se quedaron en eso, alertas. Y confieso que llegó un punto en que me acostumbré a recibirlas: cada vez les daba menos importancia y no corría a resguardarme en el clóset a la primera, como hacía al principio (aunque sí monitoreaba de cerca la situación). Pero eso no quiere decir que no tuviera miedo. Ese sí que fue una constante, sobre todo con dos niños pequeños de 2 años y medio y 4 años y medio, que hoy ya están que se trepan por las paredes del aburrimiento.
Desde que todo esto comenzó tuvimos una maleta lista para desalojar de inmediato si era necesario, aunque con un auto muy bajo siempre supimos que hacerlo por cuenta propia era una utopía. Ahí sigue todavía, junto a la puerta, por si acaso. También hablamos con los vecinos para que nos acogieran si el nivel de agua subía porque nuestra casa es de un solo piso.
El sábado en la tarde a mi hijo mayor le dio falso croup (laringotraqueobronquitis), una condición de inflamación de las vías aéreas respiratorias superiores que, aunque usualmente se puede manejar en casa, en algunos casos exige ir a un centro de urgencias si hay una obstrucción muy crítica. Ya me ha tocado hacerlo en varias madrugadas, pero la posibilidad de que ese escenario se diera en un momento en que no tienes cómo llegar a un ‘urgent care center’ era aterradora. También pensar que podía haber un corte de luz y no podría usar como tratamiento el humidificador o nebulizador que tengo en casa. Exageraciones, quizá, pero la mente de una mamá preocupada está repleta de fantasmas.
Desesperada, antes de que arreciara la tormenta eléctrica que se esperaba para esa noche, llamé a la pediatra a ver si podría recetar algo para prepararme en caso de que alguno de esos temores se materializara. Fue en vano, primero porque no había ninguna farmacia 24 horas abierta cerca (en realidad ninguna a la que pudiera llegar dado que no podía ni salir de mi cuadra), segundo porque no había nada que pudiera hacer preventivamente.
Bastó plantear la inquietud en el grupo de Facebook del vecindario para que en menos de cinco minutos recibiera dos ofrecimientos de vecinos con plantas eléctricas dispuestos a recibirnos si llegaba el caso de quedarnos sin luz y tener que usar el nebulizador. No hubo necesidad y logramos manejar todo desde casa, pero sirve de ejemplo de lo poderosas que son las redes sociales en situaciones de emergencia como esta.. Completos extraños estaban dispuestos a acogernos en su hogar.
El feed del grupo de Facebook de Shadow Creek Ranch se ha alimentado de toda clase de mensajes. Hay quienes confiesan que ya volvieron al trueque y están intercambiando docenas de huevos por galones de leche. También está la graciosa foto de una mamá embarazada que pegó un cartel en la ventana en el que pedía galletas de chocolate. Otros comparten imágenes de cómo subió el nivel del agua en su cuadra.
A medida que la situación se hizo más crítica, cada vez más personas ofrecieron ayuda de algún tipo.
Una doctora, que se acaba de mudar al vecindario, asesoró a una mamá cuyo hijo llevaba varios días con 40 de fiebre y no tenía cómo llevarlo a urgencias. Hubo situaciones aún más extremas como la de una señora que preguntaba desesperada qué hacer porque su hijo se había golpeado en la cabeza y sangraba mucho. Una enfermera le dio indicaciones iniciales y, acto seguido, un vecino con un camión de tracción se ofreció a transportarlos hasta el hospital más cercano. Jeremy Hickman, el mismo hombre que coordinó todo un equipo de rescate para, desde la comunidad, ayudar a quienes estaban en una situación delicada. En estos días se ha convertido en un héroe.
Lo peor ya pasó y llegamos prácticamente invictos al final. Todavía es imposible salir más allá de una cuadra. Este asfixiante encierro no se compara con el dolor de tantos que lo perdieron todo, me repito incesantemente. La gratitud debe prevalecer. También algo que en Shadow Creek Ranch (y en Texas en general) abunda en mayor proporción que el agua: la solidaridad.
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Trump recorre zonas afectadas
El presidente Donald Trump partió a Houston, Texas, y Lake Charles, en Luisiana, para recorrer las zonas donde cientos de miles de personas regresaban a sus hogares después del paso de la tormenta Harvey. Acompañado de la primera dama, Melania Trump, despegaron en el Air Force One desde la base militar de Andrews en Washington.
El gobierno pidió al Congreso la aprobación de 7,85 millardos de dólares para los damnificados de las inundaciones, las mayores en la historia del país. El gobernador de Texas, Greg Abbott, dijo que su estado necesitará 125 millardos de dólares para recuperarse.
Otro incendio se desató el viernes en la noche en la planta química de la empresa Arkama, en Crosby, al norte de Houston, y se elevó una nube de humo potencialmente tóxica, luego de que se encendieran los peróxidos que quedaron sin refrigeración, porque las inundaciones provocaron un corte eléctrico.
A pesar de ello la anegada Houston empieza su lenta recuperación con ayuda de voluntarios.
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