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Los selfis impertinentes en la tragedia del volcán español de La Palma

por Avatar EFE

Muchos vecinos de El Paso o de Los Llanos, en la isla española de La Palma, no lo dicen, pero se les nota, y otros no se callan: que los turistas saquen fotos del volcán en erupción es lógico, pero que se hagan selfis, sonrientes, posando familias enteras, duele ante tanta tragedia.

La carretera principal que une estos dos municipios, los más afectados, con Tazacorte, por la erupción de Cumbre Vieja, está jalonada de carteles de prohibido aparcar en el arcén.

La afluencia de curiosos en los primeros días de la erupción, que comenzó el 19 de septiembre, provocó importantes retenciones del tránsito e interfirió en las labores de los equipos de emergencia.

La situación más crítica se dio cuando hubo que evacuar de emergencia a más de 200 vecinos de Tacande y se formaron largas caravanas en la carretera de la cumbre.

La lava ha afectado ya a más de mil edificaciones en esta isla atlántica, viviendas principalmente, de las que unas 900 han sido destruidas, y más de 5.500 personas tuvieron que ser evacuadas.

Pero ninguna restricción disuade a los turistas -y también algún que otro vecino de la isla- ávidos de retratar el volcán, y que hacen de todo aparcamiento, terraplén o terraza que encuentran un mirador improvisado.

Falta de empatía

Entre los lugares más frecuentados por los curiosos está el estacionamiento, elevado varios metros sobre la carretera, de una tienda de muebles.

Allí, dos de sus empleadas no se contienen al ver a parejas, familias, algunas con abuelos y nietos, posar sonrientes con el volcán de fondo.

«¡Qué falta de empatía, por favor!», comentan entre ellas en voz alta, para que se las escuche, para que, quien quiera y lo entienda, capte su queja.

Una de estas trabajadoras es Yurena, que comenta a Efe que estas personas «parecen ajenas a la desgracia», quizá porque «lo ven desde fuera».

«Reconozco que -el volcán en erupción- es un fenómeno de la naturaleza, es impactante, pero cuando conoces todo el daño que ha hecho…».

Lo que más llama la atención y duele es verlos haciéndose selfis sonriendo, tercia su compañera Victoria, quien contrapone esta actitud a la de los afectados directamente por el volcán: cuando se acercan a la tienda «no vienen a pedir, vienen a comprar» porque lo perdieron todo. «Son las dos caras de la moneda».

«Esta clase de turismo no sé qué beneficio le da a la isla. No lo veo. Este de ahora, no. No digo que en un futuro, sí, pero ahora no», indica Victoria, quien lanza otra reflexión: «Cuanto más turismo, menos viviendas» habrá para los que se han quedado sin la suya.

Hartazgo

Yurena, que tiene un primo cuya familia, de nueve miembros, lo perdió todo bajo la lava, comenta que su casa da al volcán y es lo primero que ve cuando mira por la ventana.

Cierra las cortinas para no verlo porque le «invade la tristeza», aunque luego, cuando va a trabajar, lo vuelve a tener de frente. Se siente «psicológicamente agotada».

Por eso se indigna, igual que su compañera, cuando ve cómo se arremolinan los curiosos en el aparcamiento del establecimiento y a veces los trabajadores no tienen sitio para estacionar. «Esto ya es demasiado», clama.

Tal es la situación que en uno de los carteles luminosos del Ayuntamiento de El Paso se podía leer: «El volcán de mi isla no es una atracción turística ni un espectáculo. No estamos contentos ni emocionados como dicen en las noticias. Por nuestras familias, amistades y nuestros hogares ¡¡Sea consciente de la situación!!».

Pero hay quien no se da por aludido. Ni por este mensaje ni por lamentos más discretos como el de una señora que, al caer la noche, mientras barre la ceniza de la terraza de su casa, le pregunta al volcán en voz queda: «¿Todavía te parece poco? Otra noche más de sufrimiento. ¡Dios mío!».

A escasos metros, decenas de coches siguen en el arcén y sus ocupantes, cámara en ristre, no dejan de fotografiar al volcán que ruge y una lava de color rojo intenso que destruye todo lo que encuentra camino del mar.