La hija de Tirsa Manitik nació en junio y murió un mes después, víctima del covid-19 en Indonesia, donde la tasa de mortalidad infantil debida al virus es muy elevada.
El archipiélago del sudeste asiático se enfrenta en el verano (boreal) a la ola más mortal desde el inicio de la pandemia, que dejó en luto a padres y familiares.
«Mi corazón está roto, es un dolor inmenso», afirma en el cementerio de Yakarta Manitik, de 32 años. Junto con su marido, dibujaron con pétalos de rosa un corazón en torno a la tumba de su hija.
«La echo de menos todos los días».
Según la asociación nacional de pediatras y la ONG Save the Children, Indonesia tiene una de las tasas de mortalidad infantil por coronavirus más altas del mundo.
Cerca de 400.000 indonesios de menos de 17 años se contagiaron durante la pandemia, aunque el bajo número de test realizados y la inconsistencia en la transmisión de los datos oficiales hace que sea difícil establecer comparaciones.
El virus dejó en el archipiélago más de 1.200 víctimas entre los menores, la mitad de ellas menores de un año. Y la mayoría de los decesos se dieron entre junio y julio, en el peor momento de la epidemia en Indonesia, según los datos del Ministerio de Salud y de analistas.
La malnutrición, la falta de medios sanitarios y una baja tasa de vacunación explican en parte este fenómeno.
Involuntariamente, los padres exponen a sus hijos al virus por el contacto con amigos y familiares contagiados.
Manitik y su marido, que tienen un hijo de 11 años, recuerdan las numerosas visitas que recibieron cuando nació su pequeña Beverly.
Una alegría que se transformó rápidamente en angustia cuando la familia comenzó a enfermar, también el bebé, que se puso muy grave.
Sin sitio en el hospital
Mientras el número de casos de covid-19 se disparaba en la capital, Manitik iba de un hospital a otro buscando ayuda para su bebé.
Pero el sistema de salud de Yakarta estaba al borde del colapso, algunos hospitales trataban incluso a los pacientes en tiendas de campaña en el exterior, las familias buscaban por su cuenta bombonas de oxígenos para sus enfermos, y muchos indonesios morían en su casa sin ninguna asistencia.
«Cuando los hospitales nos negaban la entrada, me desesperaba», explicó a la AFP Manitik.
«Yo también tenía el virus, pero tenía que luchar por mi bebé».
Al final, un amigo le ayudó a encontrar una plaza en un hospital.
Internado en cuidados intensivos, su bebé murió una semana después, solo unos días más tarde de su abuelo, que también tenía covid-19.
«Era muy fuerte. Los doctores le daban tres días pero no se rindió tan fácilmente». Beverly murió con 29 días.
Manitik vive ahora con el dolor de haber perdido a su bebé y la culpa de haber recibido a su familia.
«Estábamos tan felices con el nacimiento del bebé que nos juntamos en mi casa».
«No puedo acusar a mis familiares y amigos porque no sabemos todavía de dónde vino el virus».
Los grupos familiares suponen un factor importante de contagio de niños en un país donde las reuniones son habituales.
«A veces los padres actúan como si los protocolos sanitarios solo se aplicasen a los adultos y no a los niños», señaló Hermawan Saputra, de la asociación indonesia de expertos en salud pública.
«Víctimas olvidadas»
A los niños que mueren por el covid-19 hay que añadir los miles de niños huérfanos a causa del virus, recuerda la ONG Save the Children.
«Hasta ahora, los niños fueron las víctimas olvidadas de esta pandemia», señala el consejero de salud de la ONG en Asia, Yasir Arafat. «Pero ya no».
La epidemia provocó un menor acceso de los niños a una buena nutrición y a las vacunas de otras enfermedades , mientras que la prevalencia de la obesidad y la diabetes aumentan el riesgo frente al covid entre los niños indonesios, señalan los expertos.
Indonesia, con menos del 10% de sus 270 millones de habitantes completamente vacunados, comenzó el mes pasado a inyectar dosis en menores entre 12 y 17 años, y en mujeres embarazadas.
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