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Los cielos de nadie: el fracaso de la Fuerza Aérea rusa

por Avatar El Debate

No es solo Putin quien utiliza los misiles de Rusia para tratar de alcanzar objetivos que solo existen en el espacio de la información. También Zelenski persigue los mismos efectos, que son parte integral de lo que hoy incluye el arte de la guerra.

El reciente ataque al buque anfibio Novocherkask, atracado en el puerto ucraniano de Feodosia, en la Crimea ocupada, es legítimo desde todos los puntos de vista. Pero el momento elegido sugiere que, más que la destrucción del buque de guerra –siempre bienvenida– el verdadero objetivo de la operación era cerrar la herida que produjo en la opinión pública ucraniana la pérdida de Márinka.

La moral es un recurso que conviene cuidar, particularmente en una guerra larga donde se pone a prueba la resistencia de la población. Pero las reglas para hacerlo no son iguales en las dictaduras y en las democracias.

Donde no existe libertad de prensa, como ocurre en Rusia, el Kremlin puede publicar que el Novocherkask «sufrió daños mientras repelía un ataque ucraniano» sin miedo a que nadie se pregunte públicamente si es con el costado con lo que el desafortunado buque consiguió repeler el misil enemigo. Si fuera así, sería una interesante novedad doctrinal.

La guerra en la mar

Si dejamos a un lado el objetivo mediático de difuminar lo ocurrido en Márinka, ¿qué podemos decir de lo que de verdad pasó en Feodosia? ¿Cuáles son sus causas? ¿Cuáles sus consecuencias prácticas?

El Ministerio de Defensa británico, siempre al quite cuando se trata de criticar a Moscú, ha preferido poner énfasis en el hecho de que Rusia haya perdido en pocos meses un 20 % de la flota del mar Negro. Pero también hay propaganda de guerra en las democracias.

En este caso, la cifra parece discutible: ¿el 20 % de qué? ¿Cuánto daño hace a Rusia la pérdida de un buque anfibio de la clase Ropucha, con más de 35 años en sus cuadernas?

Operacionalmente, lo que sí había logrado Ucrania en los últimos meses es impedir el bloqueo marítimo ordenado por Putin, y eso es algo mucho más importante que el hundimiento de un par de buques y la destrucción en puerto de algunos más.

La otra gran misión de la flota del mar Negro, el lanzamiento de misiles contra objetivos en tierra, se ha ido degradando poco a poco, más por el consumo de los misiles de crucero Kalibr que por la actividad naval ucraniana.

Descartado el desembarco anfibio –que Putin nunca tuvo en sus planes– la pérdida del Novocherkask no afecta demasiado a las capacidades de la flota rusa. Los buques de su clase realizan una tarea logística útil, pero que en absoluto puede considerarse crítica, al menos en esta fase de la guerra.

Lo que a mí me parece mucho más importante destacar es lo que viene ocurriendo en los cielos de Ucrania.

Después de casi dos años de guerra, dos anticuados bombarderos Su-24 ucranianos –se trata de un diseño de finales de los años 60, en servicio activo desde hace cincuenta años– atacan con éxito un puerto en la península de Crimea, defendida por los mejores sistemas antiaéreos rusos.

Asegura el Ministerio de Defensa de Shoigú que ambos aparatos fueron derribados, aunque es difícil creerlo porque, si sus cifras fueran correctas, cada avión de combate ucraniano habría sido destruido ya más de tres veces.

Pero, aunque fuera verdad, ¿cómo es posible que, después de los millares de misiles lanzados por el ejército ruso, después de que el Kremlin haya anunciado en repetidas ocasiones que ha logrado el dominio del aire en la zona de la «operación especial», todavía queden aviones de combate ucranianos capaces de asestar golpes duros en la retaguardia rusa?

La guerra en el aire de Rusia

Si hay un misterio por explicar en la campaña del Ejército ruso en Ucrania es el fracaso de su Fuerza Aérea. Un fracaso que es la suma de dos.

En primer lugar, los aviones de Putin no vuelan sobre los cielos ucranianos porque ni sus misiles ni sus hipotéticos aviones furtivos –que solo existen sobre el papel– han sido capaces de suprimir la defensa aérea de Zelenski.

Hasta ahí, podemos entenderlo: si hay algo en lo que Occidente ha sido generoso es en el suministro de misiles antiaéreos, desde los Stinger de baja cota hasta alguna de las más avanzadas versiones del Patriot.

Más difícil de explicar es la segunda parte de ese fracaso: la supervivencia de la Fuerza Aérea ucraniana. Que Rusia no haya conseguido destruir los anticuados aviones de Zelenski, ni en el aire ni en sus bases, donde es más vulnerable, dice mucho de las lagunas técnicas y estratégicas de un Ejército tan grande como vacío.

Al comienzo de la invasión, Ucrania tenía unas dos docenas de Su-24 operativos y algunos más en reserva, conservados en sus hangares.

Las pérdidas –las de verdad, no las informadas por el Kremlin– fueron importantes en los primeros meses, cuando los pilotos tenían que realizar sus ataques con bombas de caída libre.

Sin embargo, desde la llegada de los misiles Storm Shadow británicos, que demostraron ser fáciles de integrar en el anticuado bombardero, la docena de Su-24 supervivientes de la 7ª brigada de la aviación táctica ucraniana se ha convertido en un objetivo estratégico que los rusos no han conseguido neutralizar.

Es verdad que el alcance del Storm Shadow y su equivalente francés, el SCALP, pone a los bombarderos a salvo de la defensa aérea rusa, pero no están claras las razones por las que las bases aéreas ucranianas –la de los Su-24 se encuentra en un lugar impronunciable, Starokostiantyniv, pero no inaccesible, a mitad de camino entre Kiev y Leópolis– no han sido reducidas a cenizas.

El F-16

La supervivencia de la fuerza aérea ucraniana sugiere que, cuando despliegue el año que viene, el F-16 encontrará un terreno fértil donde podrá demostrar no ya sus cualidades –que las tiene, aunque el diseño básico sea casi tan antiguo como el del Su-24– sino las del armamento aire-suelo y aire-aire que puede llevar.

¿Apostará Occidente por este avión para darle a Ucrania alguna oportunidad de ganar la guerra o nos contentaremos con que no la pierda? Los precedentes, por desgracia, no son buenos. Recordemos lo ocurrido con los carros de combate, entregados a cuentagotas. Los indicios tampoco son prometedores.

No sabemos cuántos F-16 llegarán finalmente a Ucrania, ni con qué armamento. Pero el Reino Unido acaba de publicar una nota de prensa felicitándose porque seis pilotos ucranianos, veteranos de reactores soviéticos, han finalizado el curso de idiomas previo a su adiestramiento en el F-16. Otros diez más continúan en Gran Bretaña realizando cursos básicos de vuelo.

Los nostálgicos encontrarán cierto consuelo en lo que Churchill dijo sobre el puñado de pilotos que derrotaron a la Luftwaffe en la Batalla de Inglaterra: «Nunca, en la historia de los conflictos humanos, tantos debieron tanto a tan pocos». Pero ¿de verdad es con estas cifras como pensamos derrotar a Putin?