Leonor de Borbón Ortiz, con DNI 00000016, es a España lo que un bálsamo a una herida. En tiempo de ruido y furia, su esbelta figura, sus ojos claros y su sonrisa tímida se antojan una certeza en el paisaje caótico de una España destituyente. Una España que dirigen los que no la quieren; tampoco a Leonor. Su padre, Felipe VI, inaugura mañana una ronda de consultas para conformar un gobierno que probablemente integren los perdedores de las elecciones, monitorizados por una pléyade de separatistas que solo suman un millón y medio de votos sobre una nación de 47,42 millones. El padre de Leonor ha protagonizado diez rondas de consultas, como establece el artículo 99.1 de la Constitución, en 9 años de reinado. Su abuelo, Juan Carlos I, también lo hizo una decena de veces, pero en sus casi 39 años como jefe de Estado. He aquí las diferentes Españas de sus predecesores, la suya está por escribir cuando ostente la Corona.
Aunque de la Princesa de Asturias, Gerona y Viana ya se escribió mucho, tanto que incluso antes de que naciera el 31 de octubre de 2005 se llegó a fantasear con que iba a ser varón, porque sus padres se habían sometido a una técnica de elección de sexo para asegurarse de que fuera niño y no contraviniera el artículo 57.1 de la Constitución. Artículo que consagra la prevalencia del hombre sobre la mujer en la sucesión a la Corona, un precepto que está aun sin reformar para no abrir el melón que seguro que aprovecharían los socios del presidente en funciones para comprometer un referéndum que derrocara la Monarquía.
Bautizada en el Palacio de La Zarzuela con honores ya de Heredera, a los siete meses fue presentada ante la Virgen de Atocha, como hicieron después sus padres con su hermana Sofía, con la que se lleva solo año y medio. Su vida cambió abruptamente a la par que lo hizo la de sus compatriotas que inauguraron una etapa convulsa que todavía hoy dura: el 18 de junio de 2014 Leonor tuvo que asistir como Infanta a la abdicación de su abuelo y al día siguiente, ya convertida en Princesa, acudió a la proclamación de su padre como Felipe VI. Desde entonces no se ha perdido los actos de la Fiesta Nacional o las aperturas solemnes de las legislaturas, cada vez más cortas, cada vez más inestables. Con 13 años pronunció su primer discurso en público en el teatro Campoamor de Oviedo, con motivo de la entrega de los premios que llevan su nombre, a la misma edad que lo hizo su padre en ese mismo escenario, pero en un contexto político radicalmente distinto.
Cuando el entonces Príncipe Felipe juró la Constitución con motivo de su 18 cumpleaños, tuvo de maestro de ceremonias como presidente del Congreso a uno de los siete padres de la Constitución, el socialista Gregorio Peces-Barba; ahora, si las Cortes no se disuelven antes de la mayoría de edad de la princesa el 31 de octubre, porque no prospere una investidura, a Leonor le tomará el juramento otra socialista, pero bien distinta, Francina Armengol, republicana y afín al separatismo, que en 2014, al calor de la abdicación de Juan Carlos I, pidió un referéndum para abolir nuestro modelo de Estado. Las comparaciones son definitivamente odiosas.
A la hija de los Reyes la hemos visto hablar perfectamente en inglés (su estancia en un internado de Gales lo ha afianzado), francés, tiene conocimientos amplios en árabe (nuestras especiales relaciones con los países que lo hablan aconsejaron su aprendizaje) y está familiarizada con las lenguas cooficiales, catalán, vasco y gallego. El primero se lo empezó a enseñar su tía Telma, hermana de la Reina, y luego tomó clases que le permitieron pronunciar un inolvidable mensaje en noviembre de 2019, con motivo de los premios Princesa de Gerona que tuvieron que otorgarse en Barcelona (por el boicot de los separatistas), en un impecable y académico catalán, que sorprendió hasta a los más cerriles nacionalistas.
Sin pretenderlo, se vio envuelta en una polémica durante la Semana Santa de 2018, ante la catedral de Palma, cuando su madre, entre aspavientos, intentó evitar una foto de las dos hermanas con su abuela, la Reina Sofía. Carne de tertulias, dimes y diretes, la imagen se ha olvidado gracias a la magnífica relación que desde entonces hemos presenciado entre abuela, nuera y nietas. Ha visto cómo su padre tuvo que retirar la asignación real a su abuelo, Juan Carlos I, cuando asomaron las primeras sospechas sobre su comportamiento y cómo apartó de la Familia Real a su tía Cristina, que tuvo en prisión a su propio marido por una condena por corrupción. Sabe bien, pues, de los desgarros íntimos que genera tener que anteponer el servicio a la institución a los lazos familiares.
La Heredera ha crecido en una Casa Real austera y ejemplar, para conjurar conductas de su abuelo en el pasado. Tanto es así que hay quien echa de menos algo de pompa y circunstancia en la Corona española, como ponderaba el duque de Windsor en una inolvidable escena de la serie The Crown, mientras veía la coronación de su sobrina Isabel II. Decía con cinismo, pero con algo de razón, el efímero Eduardo VIII: «¿Qué ciudadanos quieren transparencia cuando se puede tener magia? ¿Quién quiere prosa cuando puedes tener poesía? Quita el velo ¿y qué te queda? Pero envuélvela así, úntala con aceite y oye, listo, ¿qué tienes? Una diosa».
Felipe VI ha ajustado tanto el presupuesto real que cualquier presidente de la República francesa lo rechazaría por escaso y que está muy por debajo de las admiradas por el progresismo español democracias nórdicas. Pero el camino de la modernización y la ejemplaridad es el único que ha dado sus frutos en popularidad y cariño de los españoles, frente a la campaña antimonárquica orquestada desde el propio corazón del Gobierno de España. Como apunta José Antonio Zarzalejos en su libro Un rey en la adversidad, la Monarquía siempre es frágil porque todas tienen un sesgo excéntrico por su carácter biológico, dinástico. Sin embargo, según The Economist, solo 21 países en el mundo disfrutan de democracias reales y diez de ellos son sistemas coronados, entre ellos el que encarna el padre de Leonor, una reina a la espera, según la prensa británica. Será la primera jefa de Estado que tendrá España, potente horizonte que gana por goleada a los hueros eslóganes feministas de la progresía española o a los pechos de Amaral en el ocaso de su carrera.
Dieciséis millones de españoles volvieron a refrendar el pasado 23 de julio que quieren seguir viviendo bajo el paraguas de la Constitución y de la Monarquía parlamentaria, dos pilares que la dama cadete Borbón, recién ingresada en la Academia Militar de Zaragoza, deberá sostener en un futuro deseablemente lejano.