Desde el octavo piso del edificio en el que se encuentra el tribunal federal de Brooklyn, pueden verse parejas de francotiradores con el imponente perfil de Manhattan al fondo. Hay otros repartidos por los techos aledaños. En esta octava planta está la sala donde se juzga desde el martes último al narcotraficante mexicano Joaquín «Chapo» Guzmán Loera, de 61 años de edad, considerado el jefe del poderoso cartel de Sinaloa.
La entrada está custodiada por un labrador retriever negro entrenado para la detección de explosivos. El Chapo entra en la sala vestido de paisano. Ni esposado ni con ropa carcelaria -fue extraditado a Estados Unidos en enero de 2017-, porque, como señaló el juez Brian Cogar al jurado popular, «es inocente hasta que se demuestre lo contrario».
El juicio al Chapo Guzmán saca a la luz reveladores detalles sobre sus crímenes. El proceso contra el narcotraficante tuvo como testigo estrella al hermano arrepentido de Ismael Zambada, actual jefe del cartel de Sinaloa Sandro Pozzi 19 de noviembre de 2018
Uno de los abogados que lo representa, aprovecha para preguntarle si se encuentra bien -sufre una infección en el oído que le impide llevar los auriculares de la traducción simultánea- y le ajusta la corbata.
Si no se conoce su historia, el Chapo parece vulnerable. Y aunque sea una celebridad, los ciudadanos que integran el jurado conocen poco del «gran señor de la droga». A algunos les suena de la televisión o porque vieron la noticia sobre la fiesta de cumpleaños que organizó en septiembre su esposa, Emma Coronel, para sus gemelas de siete años.
Las series, películas o los documentales sobre el Chapo crearon varias leyendas y ficciones en torno de su trayectoria, del narcotraficante todopoderoso que logra huir de las cárceles más vigiladas, al Robin Hood que paga hospitales e iglesias, pasando por el capo que ordena asesinatos, y el hombre de familia que sacó a los suyos de la pobreza. Ahora, por primera vez, su figura va a ser examinada en un juicio. La causa penal contra el Chapo se apoya en 25 años de investigación.
El primer testigo estrella de la fiscalía ha sido Jesús «Rey» Zambada, exmiembro de la organización narco que ahora coopera con la Justicia. Zambada es el hermano menor de Ismael «Mayo» Zambada, actual líder del cartel de Sinaloa. «Es mi compa», afirmó al referirse a su amistad con el Chapo.
El Rey fue jefe de la organización en Ciudad de México hasta su detención hace diez años y dio detalles de cómo funcionaba. Explicó que el precio de la droga crecía conforme el cargamento se adentraba en territorio estadounidense desde México. El kilogramo de cocaína tenía en origen un valor de 10.000 dólares. En Los Ángeles ascendía a 20.000 dólares por kilo, a los que había que descontar 7000 por el transporte y la seguridad. En Chicago el precio se elevaba a 25.000 dólares y tocaba los 35.000 dólares en Nueva York. Para mantener engrasada la maquinaria, solo en Ciudad de México, Zambada pagaba cada mes 300.000 dólares en sobornos.
El testigo también contó otras historias que perfilan la figura del Chapo y su imperio. Habló de la batalla que libró el procesado por la hegemonía en el negocio con los líderes del cartel de Tijuana, dirigido por los hermanos Benjamín y Ramón Arellano-Félix. Contó que esa disputa unió a su hermano el Mayo con el Chapo, y que este último planeó matar a Ramón. «Era un enemigo muy peligroso», aseguró. Arellano-Félix escapó con vida de un primer intento de asesinato. Pero los dos líderes de Sinaloa tuvieron su revancha diez años más tarde, tras la primera fuga de prisión del Chapo en 2001. «Me dijo que si algo le daba gusto era haberlo matado», contó el Rey.
Zambada también habló del asesinato del cardenal Juan Posadas Ocampo en el aeropuerto de Guadalajara, en 1993. El Rey testificó que los Arellano-Félix mandaron a sicarios a matar a Guzmán Loera en ese lugar. «El cardenal llegó en el mismo coche y lo mataron pensando que era él», contó. Mientras el Rey hablaba, el Chapo mantuvo la vista fija sobre él y tomó nota en una libreta. Evitó mirar en todo momento al jurado o hacer algún gesto.
La fiscal Gina Parlovecchio no se salió ni un milímetro del guion durante el interrogatorio al primer cooperante estrella. El objetivo es educar al jurado mientras se reescribe esta trama tan compleja. Zambada le sirve para marcar el punto de partida cronológico y a partir de ahí avanzar en el tiempo hasta la noche de la extradición.