La ciudad colombiana de Cúcuta ha sido siempre sinónimo de hermandad e integración con Venezuela por su privilegiada situación en la línea de frontera, pero la avalancha de personas que llega a diario para escapar de la crisis del país vecino amenaza esa convivencia.
Esta ciudad, capital del departamento de Norte de Santander, es un punto de referencia para los venezolanos. Lo fue en las épocas de bonanza petrolera, cuando venían a Cúcuta a comprar a manos llenas, y lo es ahora que llegan con las manos vacías, muchos solo con lo puesto, en busca de una oportunidad de vida en Colombia o como escala para seguir a Ecuador o Perú.
El puente Simón Bolívar, que conecta a Cúcuta con San Antonio del Táchira, es testigo diario del paso masivo de ciudadanos venezolanos hacia Colombia, un flujo migratorio que comenzó a incrementarse en 2016 a causa de la escasez de alimentos, medicamentos y otros productos de primera necesidad en Venezuela.
Fue el año pasado cuando esa dinámica se alteró porque miles de venezolanos empezaron a cruzar la frontera con Colombia decididos a no volver ante el deterioro de la situación política y económica en su país, un éxodo que parece no tener fin y del cual los cucuteños empiezan a cansarse.
El enorme flujo de personas que cruzan la frontera repercute en la vida de los vecinos de Cúcuta, que atribuyen a los inmigrantes venezolanos el aumento de la inseguridad, la escasez de empleo para los ciudadanos locales, incremento del trabajo informal y saturación hospitalaria, entre otros problemas.
Ejemplo de ese malestar fueron las protestas de esta semana de los habitantes del barrio Sevilla contra la ocupación por unos 900 venezolanos del parque de la comunidad, transformado en un enorme e improvisado campamento llamado «Hotel Caracas».
Marta González, una habitante del barrio, dijo a Efe que «no se podía ni salir a la calle» a causa de los hurtos, la prostitución, el consumo de drogas y hasta el acoso sexual que sufrían quienes atravesaban la zona.
«Les cobraban a las señoras de la tercera edad por dejarlas usar las maquinas del parque», dijo a Efe Isabel Angarita, otra habitante de Sevilla.
A esa situación se llegó porque la mayoría de los inmigrantes, muchos de ellos colombianos que se fueron hace décadas del país o hijos suyos, no cuentan con recursos suficientes para pagar un hospedaje, por lo cual se apoderan de lugares públicos en los que acampan por las noches.
Desde hace meses en parques y andenes se ven colchonetas, sábanas que sirven de cortinas colgadas de árboles, fogones y ropa extendida, además de personas que hacen sus necesidades en espacios públicos y tuberías rotas que utilizan para poder acceder al agua.
Para poner orden, la Alcaldía y la Policía retiraron el pasado miércoles a 610 inmigrantes venezolanos que no tenían sus documentos en regla, a 130 de los cuales se les inició el proceso de deportación.
«Se encontraban 27 personas con pasaporte, que buscaban hacer tránsito hacia la frontera con Ecuador (…) a quienes se les alojará en un hotel de la ciudad y con Cancillería se buscará su traslado al sur del país», manifestó el alcalde de Cúcuta, César Rojas.
El funcionario agregó que se les brinda ayuda «a otras 127 personas que buscarán su destino en otras partes del continente».
Según un reciente informe de Migración Colombia, en el país hay 550.000 venezolanos y el flujo migratorio de personas de ese país se incrementó 110 % en 2017.
Los venezolanos que llegan para quedarse se dedican a los oficios más diversos, desde la albañilería o los servicios domésticos, hasta la venta de todo tipo de productos en los semáforos o a lavar autos, pero también hay quienes pasan los días sin hacer nada porque no encuentran ocupación y recurren a la mendicidad.
«No todos los venezolanos son malos, hay gente a la que se le ven las ganas de salir adelante, de trabajar», asegura González, quien sin embargo cree que la situación se ha prolongado demasiado tiempo.
Uno de ellos es José Ledezma, quien lleva seis meses viviendo en Cúcuta junto a su esposa y dos hijos, se gana la vida vendiendo recipientes plásticos y jamás han tenido que vivir en la calle.
Ledezma dice entender la molestia de la gente de Cúcuta y está de acuerdo en que «hagan esa limpieza porque eso se presta para muchas cosas malas».
«Nosotros no venimos con malas intenciones, pero no todos somos iguales», dice para explicar que algunos de sus compatriotas dedicados a delinquir les cierran las puertas a los que buscan oportunidades y añade: «Por uno pagan todos».
Sin ocultar su decepción por el comportamiento de algunos compatriotas Ledezma reconoce que «otros venezolanos han venido a echar a perder las cosas», y sobre los habitantes de Cúcuta sentencia: «Estamos agradecidos con ellos porque nos han colaborado mucho».
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