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El mal rato de la izquierda en Latinoamérica: ¿la derecha volverá al poder?

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Pocas horas antes de las elecciones del consejo constituyente el domingo en Chile, el presidente Gabriel Boric quedó atascado en un tobogán de un parque infantil ubicado en la ciudad de Punta Arenas, en el sur del país.

El mal presagio se vio confirmado cuando las listas de la derecha, opuestas al gobierno, se quedaron con 34 de los 51 miembros del órgano llamado a aprobar el segundo intento en 2 años por cambiar la Constitución que data de tiempos del dictador Augusto Pinochet.

Con 23 sillas en el consejo, el Partido Republicano que lidera el excandidato presidencial José Antonio Kast –a quien Boric derrotó en 2021– es el gran ganador. El bloque derechista lo completan los 11 consejeros elegidos por Chile Seguro, alianza de los partidos de la derecha tradicional.

Se trata de un dramático retorno del péndulo, pues la primera constituyente, elegida en 2021, quedó conformada por una amplia mayoría de izquierda, indigenistas y ecologistas extremos, que impuso un texto marcado por un radicalismo de tendencia casi revolucionaria. Por esa razón, en el plebiscito de septiembre pasado, 62% de los votantes rechazó el nuevo texto obligando a recomenzar el proceso de reforma.

Esta vez, la izquierda, reunida en la lista Unidad por Chile que integran socialistas y comunistas, unidos a fuerzas feministas y ecologistas, quedó arrinconada con apenas 16 sillas (31% del nuevo cuerpo), a las que habría que sumar un consejero elegido por los indígenas.

Seguidores del Partido Republicano celebran tras la elección de los miembros del Consejo Constitucional | Foto: AFP

Según las reglas, los 34 representantes de las 2 listas del bloque de derecha, que reúnen más de 3 quintas partes de las curules, pueden acordar el texto definitivo que votarán los chilenos en diciembre sin necesidad de consenso. Algo que no sería lo más aconsejable.

Como lo advirtió el presidente Boric tras la derrota de sus aliados, el proceso anterior fracasó, entre otras cosas, porque no supieron escucharse entre quienes pensaban distinto. El mandatario invitó al Partido Republicano, que ha obtenido una primera mayoría incuestionable, a no cometer el mismo error que cometieron ellos en su momento.

El mensaje parece haber llegado a los republicanos. A pesar del tono triunfalista del excandidato Kast la noche del domingo, cuando dijo que el Partido Republicano derrotó “a un gobierno fracasado”, el lunes en la mañana, el presidente del partido, Arturo Squella, aseguró que tomaban las cómodas mayorías obtenidas “con mucha prudencia y humildad”.

Les conviene hacerlo: Kast tiene la mira puesta en las presidenciales de 2025 y sabe que necesita suavizar su mensaje de derecha dura, si quiere conquistar los votos centristas sin los cuales es casi imposible ganar. Él mismo pudo comprobarlo en noviembre de 2021 cuando, a pesar de triunfar en la primera vuelta, fue derrotado por Boric en la segunda.

José Antonio Kasts tiene la mira puesta en las presidenciales de 2025 | Foto EFE

Eso sí, lo que haga la derecha chilena con su cómoda mayoría en el consejo constitucional va a depender mucho de cómo reciba ese sector el anteproyecto de Constitución que debe redactar el comité de 24 expertos elegido por el Congreso. Y de cuánto esté dispuesta la derecha a negociar con la izquierda algunos apartes.

Aunque no necesita sus votos, si los republicanos quieren moderar su imagen de derecha dura, les conviene lucir mesurados y amigos de cierto consenso. Además, eso podría garantizar que, en el plebiscito de salida, en diciembre próximo, los chilenos aprueben la nueva constitución, y no se repita la historia del año pasado.

Los vientos cambian

Los resultados del domingo en Chile no son un hecho aislado. Hay que sumarlos al triunfo de Santiago Peña, el candidato de la centroderecha, en las elecciones de Paraguay el 30 de abril. Y agregarlos a las muy negativas proyecciones para la izquierda peronista en Argentina con miras a las presidenciales de octubre, y a la enorme incertidumbre sobre lo que ocurriría si en Venezuela son convocadas, finalmente, unas elecciones libres y trasparentes para 2024.

Durante los dos años recientes, la izquierda ganó, una tras otra, cinco elecciones presidenciales en la región. Primero en Bolivia, en octubre de 2020, con Luis Arce. Luego en Perú, con Pedro Castillo, en junio de 2021. Más adelante, con Boric en Chile, en diciembre del mismo año; seguido de Gustavo Petro en Colombia, en junio de 2022.

El presidente electo por el Partido Colorado, Santiago Peña, celebra con los miembros de su partido tras ganar las elecciones | Foto NORBERTO DUARTE/ AFP

Y finalmente con Lula da Silva, en Brasil, en octubre pasado. Con el regreso de Lula al poder, de los 10 países iberoamericanos del sur del continente, 7 quedaron en manos de mandatarios de izquierda, pues a los 5 triunfos de la ola rosa se sumaron 2 gobernantes: Nicolás Maduro, en Venezuela, y Alberto Fernández, en Argentina.

El primer retroceso para la ola rosa fue la caída de Pedro Castillo, en Perú. Tras varios meses de demostrar escasa competencia para ejercer la Presidencia, y permitir que allegados se enredaran en actos de corrupción, a inicios de diciembre pasado Castillo intentó cerrar el Congreso cuando el poder legislativo se disponía a procesarlo y defenestrarlo.

Su inconstitucional tentativa fue rechazada por el propio Congreso, las altas cortes, las Fuerzas Armadas y amplios sectores de opinión, por lo que el destituido mandatario terminó en la cárcel, mismo destino que han tenido varios de sus antecesores.

Aunque los movimientos populares que apoyaron su elección en 2021 han sostenido una ola tras otra de protestas, la verdad es que Perú se encamina hacia una nueva elección en la que no es para nada seguro que la izquierda pueda repetir el resultado de 2021.

Luego vino la victoria de Peña en Paraguay. Este joven tecnócrata contó con el respaldo del poderoso partido Colorado y con el padrinazgo del cuestionado expresidente Horacio Cartes. Pudo así derrotar al aspirante de centroizquierda Efraín Alegre, quien representaba a una amplia gama, desde la izquierda hasta la centroderecha, unida contra los colorados.

Tras el triunfo derechista en Chile, ahora los ojos están puestos en las presidenciales de Argentina.

Expresidente de Perú, Pedro Castillo | Foto EFE

El peronista Alberto Fernández es quizás el mandatario más impopular de la región. Con apenas 14 por ciento de opiniones positivas, según la encuesta Fixer de fines de abril, y un 73 por ciento de opiniones negativas, enfrenta una crisis económica marcada por una inflación muy superior al 100 por ciento anual, sumado al altísimo riesgo de caer en el impago de la deuda externa.

A esto se suma la crisis social: 30 por ciento de la población estaba en la pobreza en 2015, y para 2022 ya rondaba el 40 por ciento. La gobernabilidad está en su nivel más bajo por la ruptura de las relaciones de Fernández con la vicepresidenta Cristina Kirchner, condenada por corrupción y quien sabotea a diario la gestión del mandatario.

Las presidenciales de octubre verán un enfrentamiento de tres fuerzas: los partidos opositores reunidos en Juntos por el Cambio, que, aunque muy divididos, lideran los sondeos; el peronismo del Frente de Todos, que anda de capa caída; y el movimiento La Libertad Avanza, del populista de derecha Javier Milei, que va en ascenso.

La encuesta Fixer indica que 32 por ciento de los argentinos votaría por Juntos por el Cambio, 26 por ciento por el Frente de Todos, y 22 por ciento por los libertarios de Milei, quien, en todo caso, lidera varios sondeos cuando a los encuestados les presentan nombres de candidatos y no partidos.

¿Una ola rosa fugaz?

Todos los mandatarios de izquierda de la región gobiernan con la opinión en contra. Los índices de respaldo están a la baja: Arce, el mejor ranqueado, ronda el 40 por ciento; Lula ya cayó a 38 por ciento en solo cuatro meses de mandato; según Datexco, Petro bajó a 30 por ciento; y en cuanto a Boric, varios sondeos lo ubican por debajo de 30 por ciento.

¿Qué le ha pasado a la izquierda que, después de ganar cinco elecciones seguidas, ha perdido tanto terreno en tan poco tiempo? La situación económica mundial, unida a los desequilibrios fiscales de varios países suramericanos, como resultado del enorme gasto público que implicó la pandemia, ya despertaban las alarmas el año pasado.

Protestas a favor del expresidente Pedro Castillo | Foto EFE

En un editorial de junio, tras la victoria de Petro, el diario parisino Le Monde advertía: “Portadora de esperanzas, la victoria de la izquierda es, sin embargo, la antesala de grandes dificultades como lo certifican aquellas a las que ya están enfrentados Pedro Castillo y Gabriel Boric”, señalando que la polarización política y la falta de mayorías en el Congreso eran desafíos complicados.

Un segundo elemento que juega contra los gobiernos de izquierda es el deterioro de la situación de seguridad.

El aumento de homicidios y robos suele llevar a la opinión a pedir mano dura, algo que la izquierda no suele ofrecer en su abanico de promesas y en cuya gestión no suele mostrarse muy eficaz.

Para el profesor y analista francés Jean-Jacques Kourliandsky, director del Observatorio de América Latina de la Fundación Jean Jaurés, la equivocación está en la forma como fue leída la ola rosa. Más que tratarse de un giro de los votantes a la izquierda fue un voto protesta contra los regímenes tradicionales, afiliados a la centroderecha.

Prueba de que no desean un claro giro a la izquierda, según el investigador, es que al presidente que votan no lo elige un Congreso de mayorías amigas, sino que está dominado por opositores. En varios foros y medios, Kourliandsky ha explicado que ve un juego de alternancias más que un ciclo hacia la izquierda.

“Los electores en América latina son cambiantes”, explicó al agregar que “cuando están descontentos, censuran al gobierno de turno”.

La tesis de Kourliandsky se centra en que ahora que son gobierno, y ante el hecho de que no hay soluciones mágicas ni en lo económico ni en lo social ni en materia de seguridad, las izquierdas de la región sufren el desgaste que antes soportaba la centroderecha. Y es justamente ese juego de alternancias el que puede llevar, en poco tiempo, al fin de la ola rosa.

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