A pesar de lo que vaticinaban las encuestas, el presidente de Turquía, Recep Tayip Erdogan, de 69 años, salió ganador este domingo en la primera vuelta de las elecciones presidenciales, con 49,5% de los votos, y es muy probable que su partido y sus aliados hayan obtenido las mayorías en el Parlamento.
El autoritario dirigente se encamina a una victoria en segunda vuelta, el 28 de mayo, con lo que prolongaría a cerca de un cuarto de siglo su ejercicio en el poder, como primer ministro de 2003 a 2014, y como presidente desde entonces.
Si bien es posible que, en las urnas, Erdogan haya ganado voto a voto, no hay duda de que la campaña fue bastante sucia, entre otras cosas, porque los medios audiovisuales trabajaron casi todos para él. Por ejemplo, en televisión, el 80% de las noticias las protagonizaban el mandatario y sus seguidores que promovían su reelección.
Además, desde octubre hasta las semanas previas a la votación, decenas de opositores fueron arrestados, y muchos periodistas que no seguían los dictados del régimen fueron procesados por jueces amigos del poder. De ese modo, la campaña de la oposición nadó siempre contra la corriente, y eso favoreció a Erdogan.
No obstante, el líder turco es tan solo uno de los muchos mandatarios que, en el marco de regímenes con formalidad democrática, han asumido el control no solo del Ejecutivo, sino del Parlamento y de las cortes, así como de las Fuerzas Armadas, de los medios y hasta del sistema electoral.
Al lado del ruso Vladimir Putin, del húngaro Víktor Orban y de decenas de jefes de Estado o de gobierno del planeta que no respetan más que de forma las reglas del Estado de derecho; Erdogan es parte de una muy inquietante tendencia del siglo XXI: el fortalecimiento del autoritarismo y la antidemocracia que ha desvanecido las ilusiones de fines del siglo XX.
El 1.º de enero de 2000, a medida que, en virtud de los husos horarios, cada país celebraba el Año Nuevo, millones creyeron que el advenimiento de un nuevo siglo permitiría dejar atrás las pesadillas dictatoriales de derecha y de izquierda que habían caracterizado el siglo anterior, y marcaría la consolidación de la libertad y de la democracia en la mayoría de los países del planeta. Estaban equivocados.
Alarmante retroceso
Mientras que, durante los primeros años del nuevo siglo, más de 4 de cada 10 habitantes del mundo vivían en regímenes considerados libres, con significativos niveles de democracia y derechos, el año pasado, solo 2 de cada 10 seres humanos disfrutaban de las mismas condiciones, según la prestigiosa organización Freedom House, con sede en Washington.
En tanto el porcentaje de personas en países considerados como no libres aumentaba de 35 a más de 38%, el de residentes en países con democracia limitada y libertades restringidas creció de un poco menos de 18% a más de 41%. El 20% restante hace parte del cada vez más estrecho mundo libre.
“La democracia está en verdadero peligro por doquier en el mundo”, ha declarado Michael J. Abramowitz, presidente de Freedom House, ONG que sigue cada año la evolución de estos temas país por país. “Los autoritarios —sostiene— están envalentonados, mientras que las democracias van en franco retroceso”.
Aunque el análisis que hacen Freedom House y otros centros de pensamiento tiene dinámicas complejas, pues mientras unos países avanzan hacia la democracia, otros retroceden, lo importante es establecer la tendencia dominante.
Y en eso, el cambio es dramático. Mientras que en 2005 —según el seguimiento de Freedom House— 83 países fortalecieron su democracia y 52 la vieron debilitarse, en 2021 apenas 25 la vieron consolidarse contra 60 que la vieron marchitar.
El Índice de Democracia Global, que cada año divulga la Unidad de Inteligencia de la revista The Economist, confirma la situación en su entrega más reciente, la de 2022.
Según ese indicador, que estudia 167 Estados del planeta, solo 24 países —donde vive el 8% de la población mundial— han sido catalogados como democracias plenas, mientras 37% de los seres humanos, residentes en 59 países, viven bajo un régimen autoritario, y el resto lo hace en naciones con democracias formales pero poco reales, donde muchas libertades políticas, de expresión y de comportamiento están restringidas.
La Unidad de Inteligencia de The Economist clasifica los países entre democracias plenas, democracias deficientes, regímenes híbridos y regímenes autoritarios. Los indicadores que examina son proceso electoral y pluralismo, funcionamiento del gobierno, participación política, cultura política y libertades civiles.
En el informe que analiza los datos de 2022, entre las democracias plenas aparecen Suecia, Noruega y otros países nórdicos; el Reino Unido, España, Francia, Alemania y otros países de Europa occidental; Canadá, Costa Rica, Chile y Uruguay en América, y Australia y Nueva Zelanda, en Oceanía.
Entre las democracias deficientes apareció por primera vez Estados Unidos en 2021, por cuenta del asalto al Capitolio en enero de ese año. Y aunque mejoró un poco, sigue en ese nivel en 2022. En la misma situación están Colombia, Brasil y Argentina, en América latina, y Rumania, Bulgaria y Serbia, entre otros de Europa oriental.
Entre los híbridos es notable la aparición de México, al lado de Honduras, Bolivia y otros de América Latina, así como de Turquía, y de varios países africanos y asiáticos.
Luego están los regímenes claramente autoritarios como China, Rusia, Irán, Afganistán, Chad, Sudán y Arabia Saudita, entre muchos otros. En este grupo tienen lugar de preeminencia, de parte de América Latina, Cuba, Nicaragua y Venezuela.
Todos se juntan
Los regímenes autoritarios avanzan, mientras las democracias lucen más bien tímidas. “Los autócratas han creado un entorno internacional más favorable para sí mismos durante la última década y media, fortalecidos por su propio poder político y económico, así como por la disminución de la presión ejercida por las democracias”, sostiene Freedom House en su informe de 2023, dado a conocer hace pocas semanas.
Resulta muy interesante ver cómo, más allá de las identidades ideológicas, los regímenes autoritarios tienden a aliarse entre sí. Poco tienen en común el pregonado comunismo del régimen cubano con el conservadurismo islamista, machista y duro represor del arte, de los ayatolás de Irán.
A pesar de sus nostálgicas evocaciones de la Rusia soviética, Putin no es un ideólogo comunista. De hecho, ha dejado que sus amigos creen y se enriquezcan con poderosos emporios industriales que hacen palidecer a los grandes conglomerados capitalistas de Occidente.
Más claro aún es lo que ocurre en China, donde el Partido Comunista sigue reinando como única fuerza política de un poder centralizado, pero el régimen ha estimulado el surgimiento de un capitalismo a veces más salvaje que el más ultra de los liberalismos económicos de Occidente.
A nivel internacional, todos ellos tienden a juntarse. Como explica Freedom House, “los líderes autoritarios colaboran cada día más entre sí, para extender nuevas formas de represión y rechazar las exigencias a favor de la democracia”.
Y sostienen a sus ahijados y émulos. “Los delegados chinos y rusos jugaron un papel clave para evitar que la ONU sancionara severamente los golpes militares en Birmania y Sudán —explica el informe—, y los gobiernos de Rusia, China y Turquía han dado sustento económico al régimen de Maduro en Venezuela, para ayudarlo a evadir las sanciones” impuestas por las democracias occidentales.
A la hora de bloquear las avanzadas en defensa de la democracia y de las libertades civiles en Naciones Unidas, estos regímenes también se unen. Es así como, para 2022, de los 47 países elegidos al Consejo de Derechos Humanos de la ONU, 15 son democracias clasificadas como libres, 18 tienen democracia y libertades restringidas, y 14 son regímenes claramente autoritarios, según el reporte Libertad en el Mundo 2022 de Freedom House.
Larga vida
A los analistas les inquieta de manera particular la forma como, una vez un gobernante se embarca en la deriva autoritaria, tiende a perpetuarse en el poder y para ello utiliza, sin sonrojarse, todos los medios a su alcance, desde la eliminación efectiva de la separación de poderes hasta la represión a los opositores, pasando por las limitaciones a la libertad de prensa y la intervención del poder electoral.
Las democracias plenas o incluso las que tienen deficiencias son sometidas a un abierto y exigente examen en cada elección general, sin poder acudir a esos expedientes. Y en esas elecciones, siempre existe el riesgo de que el ganador sea un futuro gobernante autoritario, en especial porque, en medio de crisis económicas y coyunturas como la pandemia, los regímenes democráticos encuentran grandes limitaciones para cumplir con las expectativas de la gente.
Mientras tanto, los regímenes híbridos y los claramente autoritarios se mueven en uno de dos campos: o convocan a elecciones con determinada periodicidad, pero estas elecciones están intervenidas por el poder y carecen de transparencia, o simplemente no permiten elecciones. Y así es fácil perpetuarse.
El Partido Comunista gobierna China desde 1949. Putin manda en Rusia desde inicios de siglo. En Cuba, el castrismo y sus herederos llevan 64 años en el poder. En Nicaragua, Daniel Ortega y su esposa mandan desde 2007. En Venezuela, el chavismo gobierna desde 1999. En Irán, los ayatolás lo hacen desde 1979. En Bielorrusia, Alexander Lukashenko desde 1994.
Todo esto se ve agravado por el avance de tendencias populistas autoritarias en países con una larga tradición democrática. Es el caso del fenómeno Donald Trump en Estados Unidos, del populismo radical entre derecha e izquierda del espectro político francés, de los asomos neofascistas y neocomunistas en España, Italia y hasta los países nórdicos. De ahí que el panorama es muy poco alentador.
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