En de la casa había cinco niños paralizados por la amenaza de un revólver calibre 32. Un hombre alto, delgado, de canas en los parietales y mirada dura los desafiaba.
La vivienda donde estaban era rústica; las paredes eran unas tablas carcomidas por la humedad; el piso, un terreno seco con uno que otro tapete para dar firmeza. Todo pasaba en una habitación, junto a las viejas camas donde dormían. Allí comenzó el remezón: cinco disparos, uno para cada niño, cuatro de ellos justo en las cabezas.
Carmenza Gutiérrez se quedó viviendo en esa fecha, 4 de febrero del 2015, y su único descanso, cuenta, es llorarlos. En aquella casa del kilómetro 28 de la vereda Las Rosas, en Florencia, Caquetá, a eso de las 8:00 pm, asesinaron a sus hijos de 11, 14 y 17 años de edad, también a su nieto de solo 4 años. «A quienes hicieron esto les sobró maldad», dijo.
Los cuerpos de los niños quedaron apilados, uno encima del otro; Uno de los mayores quedó con los brazos abiertos, como si abrazara a sus hermanos asesinados.
En la casa, dicen los investigadores de la Dirección de Investigación Criminal de la Policía Nacional, todo era caótico, pues quien había perpetrado el crimen revolvió la vivienda en busca de objetos de valor y se llevó una computadora. La carga de munición tipo revolver también quedó esparcida por la habitación.
El asesino no había tardado más de 30 minutos en cometer la masacre y dejó un indicio sobre quién sería el verdugo de la familia Vásquez Gutiérrez. En la puerta de entrada de la humilde vivienda quedó una palabra escrita con carbón y encerrada en un círculo que decía: FAC. En esta primera pista se basó la investigación.
Un día antes de la masacre
Los Gutiérrez Vásquez tenían 9 hijos. Carmenza cuidaba del hogar y ayudaba a Ramiro, su esposo, en sus funciones como jornalero en la finca que administraban desde hacía 11 años.
El día del crimen salieron de la casa hacia las 7:00 am para hacer diligencias en Florencia; fueron hasta el Batallón del Ejército Liborio Mejía y la Casa de Justicia a hacerle seguimiento a un proceso que iniciaron por la quema de una de sus casas en un sector llamado Kilómetro 49 o Cerro Negro, en la misma vereda Las Rosas.
También matricularon a los cuatro niños menores y, finalmente, se dispusieron a comprar víveres, por lo que se plantearon volver a la casa solo hasta el otro día, teniendo en cuenta que en la noche no pasó transporte que los acercara hacia su hogar.
Los investigadores empezaron a hilar la palabra FAC para la construcción de la primera línea de hipótesis, sabían que no cualquiera se atrevería hacer un acto tan atroz.
Lo único que se asemejaba a esas iniciales eran las Farc, la guerrilla tenía fuerte presencia en este departamento; sin embargo, a escasos kilómetros del lugar del crimen quedaba una base del Ejército y generaba dudas que los guerrilleros se movieran por este territorio.
Asesinos querían implicar a las Farc
La investigación determinó que se trataba de una trampa del perpetrador del crimen, quien con estas iniciales buscaba que la hipótesis sugiriera que los asesinos eran hombres de las Farc. En este timo no cayeron las autoridades; quienes también apuntaron que una organización como la entonces guerrilla no cometería la equivocación de escribir mal sus siglas.
Había conmoción en Florencia por la masacre de los cuatro niños. Hasta el propio presidente de entonces, Juan Manuel Santos, exigió resultados con celeridad que permitieran esclarecer el atroz crimen y hacer justicia.
Con la exigencia del gobierno, a los investigadores les tocó apretar sus estrategias para determinar las causas del hecho. El paso siguiente fue encontrar posibles motivos por los cuales los hermanos Vásquez Gutiérrez habían sido atacados.
La escena del crimen no entregó los elementos suficientes, por lo que la línea de investigación giró en conocer quiénes eran las víctimas. Y así determinar quien quería obtener venganza.
La familia Vásquez Gutiérrez
Ramiro y Carmenza se conocieron hace 30 años en Caquetá, producto de su relación nacieron 9 niños y perdieron un bebé al cuarto mes del embarazo. Por años vivieron en el barrio Nueva Colombia, en Florencia. Luego se les presentó una oportunidad laboral para cuidar una finca del señor Delfín Fuentes, propietario de un amplio terreno en la vereda Las Rosas; por lo que la familia se trasladó allí en el 2004.
Los Vásquez Gutiérrez se dedicaban a las actividades propias del campo, mientras que ahorraban dinero para adquirir un terreno propio. En 2011, algunos de sus hijos mayores de edad formalizaron relaciones y abandonaron el hogar. A la familia le ofrecieron cinco lotes en Cerro Negro, en dicha vereda, los cuales decidieron adquirir; no obstante, no eran los únicos que estaban interesados en ese lugar.
Durante años no usaron el terreno por falta de recursos. Cuando notaron que en el 2014 varias personas empezaron a invadir los alrededores, se apresuraron a cercar el espacio y construir un rancho para habitarlo.
Carmenza, su hermana discapacitada y los niños menores se mudaron a esa nueva casa, mientras que Ramiro y los mayores se quedaron en la finca de Delfín Fuentes trabajando.
Los Vásquez Gutiérrez cuentan que la invasión llegó al punto que ya estaban usando predios que adquirieron años atrás, por lo que decidieron reclamar.
Disputa por tierras
Los investigadores del caso señalan que se inició una disputa con unos vecinos, quienes se habían adueñado del predio para vender agua de panela con queso y, además, tenían la intención de instalar un lavadero de camiones a solo 200 metros del rancho de los Vásquez Gutiérrez.
Esta situación llevó a Carmenza a quejarse con los máximos cargos del Batallón Liborio Mejía, considerando que era un abuso que los mismos militares ayudaran a Luz Mila Artunduaga, quien sería la persona que se posesionó del predio, a aplanar con maquinaría el terreno para ese futuro negocio.
Las autoridades no hicieron nada para solucionar la querella, indicó Carmenza.
Ramiro y otros miembros de la familia, señalan los investigadores de la Dijín luego de recoger testimonios, llegaron hasta donde estaban sus vecinos a reclamarles por el uso abusivo de lo que consideraban sus terrenos y, tras varias ofensas de ambos lados, un miembro de los Vásquez Gutiérrez tomó un mazo y empezó a tumbar muros que allí se construían.
Otras denuncias
Una hija de Luz Mila Artunduaga habría sido golpeada, según constataron en denuncias los detectives.
La mala relación entre los vecinos pasó al plano del daño material, pues en dos ocasiones la vivienda donde se había mudado Carmenza fue prendida con fuego; la primera, el 22 de diciembre del 2014, la cual alcanzó a dañar algunas tablas; la segunda, el 24 de diciembre del 2014, dejó este rancho en ruinas.
Los Vásquez Gutiérrez señalaron a Artunduaga como responsable del hecho ante la Fiscalía y se empeñaron en no dejarse quitar esos terrenos, por lo que -pese a que el lugar ya estaba destruido- montaron guardia por turnos para evitar que otros siguieran ocupando.
Con estos detalles recogidos, los investigadores establecieron la victimología del caso: una familia humilde y numerosa enemistada con otros habitantes de la vereda por un terreno que, como la misma Carmenza describió, era envidiado por su ubicación al lado de la carretera.
Reconstrucción del día del crimen
En la tienda la Esperanza, la única de la vereda y la cual está ubicada al lado de la carretera con paso obligado hacia ambas casas de los Vásquez Gutiérrez, varias personas compartían un jugo para refrescarse de la humedad que siempre sofoca a Florencia. Eran las 5:00 pm del 4 de febrero del 2015.
La Esperanza también era de las pocas zonas de la vereda donde la señal de telefonía celular era óptima, situación aprovechada por los dueños del establecimiento para vender minutos a los vecinos. Hasta allí llegó Édinson Vega, un hombre conocido en el sector por sus oficios de carpintería y como trabajador de una empresa maderera.
En la vereda todo el mundo lo identificaba con facilidad, pues tenía un lunar prominente en un labio, característica que lo hacía singular. Édinson hizo uso de uno de los celulares de este establecimiento y dijo «suban que ya miré y el Ejército no está en la vía».
Esas palabras las escucharon unas personas que estaban departiendo allí, pero no se prestó más atención a lo que ocurría. Sin embargo, para los investigadores esta información era un eslabón clave de una cadena de acontecimiento que sucederían a continuación.
Dejaron un hermano por omisión
Una hora después, hacia las 6:00 pm, dos hombres movilizados en una motocicleta pasaron por la tienda preguntando por Édinson, los lugareños señalaron que lo vieron tomar hacia el Cerro Negro, sector donde quedaba su lugar de trabajo.
Las pesquisas de las autoridades indican que en cercanías de esa zona se encontraron los motorizados con Édinson, quien les habría dado una instrucción:
«En el kilómetro 49 hay una casa quemada, allá encontrarán a un niño, hijo de los Potros –como llaman a los Vásquez Gutiérrez-, él los lleva a la casa de los papás».
Los hombres en motocicleta se dirigieron a donde Édinson les indicó. En la casa, en turno de guardianes del lugar, estaban dos de los hermanos Vásquez Gutiérrez, uno de 17 y otro de 16 años. Con un revólver calibre 32 intimidaron al mayor de los jóvenes y lo subieron al vehículo.
El joven de 16 años, de quien quizá no se percataron que allí estaba, vio cuando su hermano era amedrentado y forzado a subir en una moto cuyo color no podía definir por la oscuridad de la noche, pero sí se grabó la placa: TUF67C.
El contacto que hicieron en la tienda, dejar vivo a un hermano quizá por omisión y que él conociera las placas de la moto, la cual se convertiría en la prueba reina, eran los cabos sueltos que empezaron a olfatear los investigadores del crimen.
El crimen de los niños
Los motorizados llevaron consigo al joven de 17 años rumbo a la casa de los Vásquez Gutiérrez en el Kilómetro 28, donde buscaban a Ramiro para, supuestamente, dejarle un mensaje de las Farc, pero el hombre no se encontraba en el lugar debido a las diligencias que hacía con su esposa Carmenza en el casco urbano de Florencia.
En la casa hallaron a cuatro niños de 4, 11, 12 y 14 años, a quien se sumaba el joven que se llevaron con amenazas. Los dos hombres revolcaron la casa en busca de elementos de valor y encerraron a los menores en una habitación, a la espera de que llegara Ramiro, pero esto no ocurría.
El hombre que llevaba el revólver enfundó el arma contra uno de los menores en su pecho y luego procedió a disparar a sangre fría en las cabezas de los otros cuatro niños, los cadáveres quedaron uno encima del otro.
El asesino siguió buscando qué podía llevarse y salió de la habitación, cuando retornó al cuarto observó que el varón de 12 años, quien fue la persona que recibió el impacto en el torso, saltó por una ventana y emprendió una fuga por unos cafetales.
El perpetrador del crimen no prestó mucha atención en la fuga del niño, pues –según los investigadores- pensó que estaba lo suficientemente grave y seguro caería en una plantación para desangrarse y, finalmente, morir. Los dos hombres, antes de huir, dejan el señuelo de las iniciales de FAC escritos con carbón.
Uno de los menores sobrevive y se escapa
Pese a la lógica que el asesino había sugerido, el niño corrió por varios kilómetros hasta encontrar la casa de una tía, allí cuenta que dos hombres llegaron a la vivienda y asesinaron a sus hermanos.
Luego el menor se desmaya por la gravedad de las heridas y lo trasladan al hospital de Florencia, donde dura varios días en cuidados intensivos y sobrevive.
Hacia las 11 de la noche una llamada a la casa de una sobrina de Carmenza, donde la pareja de esposos se hospedó, destrozaría a la familia Vásquez Gutiérrez.
«Vénganse o estén pendientes porque al niño lo bajan en una ambulancia. La cosa está grave».
«¿Qué le pasó a mi hijito?», señaló la madre.
A Carmenza le relatarían brevemente lo que manifestó su hijo a la tía antes de caer desmayado. Sabía, entonces, que no solo tenía un menor herido sino que habían muerto cuatro niños. «La vida se acabó para mí. Lo único que quedó fue el triste recuerdo de la partida de ellos», manifestó.
La prueba reina
La recolección de datos por la vereda y la tienda La Esperanza permitió elaborar unos retratos hablados de las personas que se movilizaban en la motocicleta y que se detuvieron para preguntar por Édinson.
Los hombres eran unos completos desconocidos para los pobladores, por lo que su presencia les pareció sospechosa luego de conocer los homicidios.
Las características claves con las que se elaboraron estos retratos por parte de morfólogos y expertos en artes forenses las entregaron los hermanos de 12 y 16 años que sobrevivieron al crimen.
Los cabos sueltos dejados por los asesinos empezaban a jugarles en contra y para el 9 de febrero estos dibujos estaban pegados por toda Florencia y circulando en los medios de comunicación.
Estos retratos indicaban que los sospechosos de ser los autores materiales del crimen eran dos varones entre 20 y 30 años. Uno de ellos fue descrito como una persona de altura baja, contextura mediana, moreno, con nariz de base angosta y horizontal, su pelo era corto.
Los retratos cobraban más fuerza
La otra imagen retrataba a un hombre alto, delgado, con orejas, nariz y mentón grande o pronunciado, boca ancha; además, usaba gorra. Otro rasgo importante eran las canas en los parietales de su cabeza. Este sujeto fue quien accionó el arma contra los niños, según el sobreviviente.
Sobre este hombre, el niño de 12 años agregó que cuando los tenían sometidos observó que calzaba unas botas como las que usan los trabajadores de las petroleras, las cuales describió de color café y de caucho alto.
Con todas las autoridades en busca de personas con dichas señales, los autores del crimen empezarían a sentirse acorralados, pues –según los investigadores- los retratos tenían una cercanía del 99 por ciento con los sospechosos.
Llamadas de informantes alertarían a los detectives sobre la identidad de uno de los posibles sospechosos. Se trataría de Cristopher Chávez, un hombre quien había estado en la cárcel por violar, asesinar y desaparecer a una mujer en el sur del Huila, en 1998, y que recobró la libertad un par de años antes de la muerte de los niños en Florencia.
De manera paralela, las autoridades revelaron que los sospechosos se movilizaban en una moto de placa TUF67C. Al realizar la inspección de esta matrícula se evidenció que este vehículo había sido hurtado y contaba con un proceso penal en la Fiscalía de Acevedo, al sur del Huila, la misma zona donde Chávez cometió el crimen que lo llevó a prisión.
Los implicados
El denunciante suministró una imagen de cómo era la motocicleta y así, dicen los investigadores, se empezó a hacer el cerco a los sospechosos, quienes sabían que estaban próximos a ser identificados.
Con el nombre de Cristopher Chávez sobre el tablero, los detectives comenzaron a indagar en la registraduría la existencia de alguna fotografía y descartarían identidades dependiendo la zona de arraigo del sospechoso.
En el historial de vida del sujeto que resultó de la búsqueda se encontró una fotografía de su rostro, la cual se tomó cuando presentó el examen médico para solicitar la licencia de conducir en Ibagué, Tolima, con el objetivo de trabajar como chofer en una empresa.
Con este documento y la fotografía se inspeccionó que la compañía donde laboró se dedicaba a la minería; además, una de las descripciones que había señalado el niño sobreviviente concordaban con otro indicio hallado: las botas que dijo ver eran calcadas a las que usaban en esa empresa.
El nombre de Cristopher Chávez empezó a tomar más fuerza en el caso y su alias en el mundo del hampa criminal al sur del país también se desenmascararía como «El desalmado».
Para los investigadores no había duda de que se trataba de él, pues al comparar el retrato hablado con la fotografía conseguida, las características morfocromáticas coincidían.
No obstante, la prueba reina que les faltaba era la motocicleta de placas TUF67C, pero esta no se hallaba por ningún lado. Aunque todo apuntaba a que Chávez era el autor material, se necesitaban otros indicios.
Mientras tanto, con sigilo, los investigadores empiezan los análisis de espectro y bases de datos para identificar el lugar de residencia del hombre.
Con esos estudios establecieron el barrio de Florencia que habita y comienzan a seguir cada uno de los movimientos de Chávez.
Las pruebas del delito
Se percataron que abandonó el hogar donde vivía con su pareja y una hijastra, pero días antes compró materiales de construcción, como cemento, con la excusa de hacer una serie de modificaciones a la vivienda.
De acuerdo con los investigadores, también se valió de una motosierra con un conocido y empezó obra en la parte posterior de la casa.
Con muchas evidencias técnicas recolectadas, pero aún con la prueba faltante, se acude ante el juez el sábado 14 de febrero para una orden de allanamiento a este lugar, donde encontraron a la pareja de Chávez.
Se sabía que el sospechoso no estaba allí, aunque también conocían donde quedaba su nuevo escondite tras seguimientos a la mujer. Lo que les interesaba a las autoridades era encontrar más elementos que probaran la culpabilidad de este sujeto en el crimen de los cuatro niños.
En el lugar había varios pares de botas, entre ellas las que, al parecer, señaló el sobreviviente, todas habían sido lanzadas al techo de la casa, como también hizo con los guantes y la gorra que vistió el día de los asesinatos.
La policia actuó rápido
En la vivienda también se halló el número celular de Ramiro Vásquez, el papá de los niños, escrito por su puño y letra en una agenda de su propiedad. El hallazgo determinante lo encontrarían en una habitación recién remodelada con los materiales de construcción que había comprado días atrás.
La policía empezó a romper una placa de concreto y a cavar un hoyo para saber si allí se escondía algo.
Lo primero que apareció era el tanque blanco de una motocicleta y al seguir escudriñando se halló todo el vehículo por partes. Ese mismo sábado, con evidencias materiales, se procedió a la captura de Cristopher Chávez en una vivienda a las afueras de Florencia.
Al mismo tiempo se llegó hasta donde Édinson Vega, a quien no se le perdió de vista durante los días siguientes a los asesinatos, pues fue el primer nombre que los pobladores de la vereda señalaron.
La delación
Con la captura de Édinson Vega y Cristopher Chávez, las autoridades buscarían conocer quién era el acompañante de «El desalmado» durante el crimen.
Aunque se tenía el retrato hablado, no definían todavía la identidad del sujeto, pero estos hombres revelarían las zonas que frecuentaba, llegando hasta la casa materna el domingo 15 de febrero del 2015.
En el hogar no había rastro del joven, quien ya sabía que con la captura de las otras dos personas debía eludir a la justicia cambiando de paradero.
Sin embargo, la presión que se ejerció en Caquetá obligó a que en la mañana de ese mismo día llamara a la policía para indicar que se quería entregar, aludiendo que no fue quien cometió los asesinatos y solo lo contrataron para manejar la moto. En su captura se identificó como Génderson Carrillo, alias Chencho.
Con los tres hombres capturados empezarían las audiencias de legalización de captura e imputación de cargos, en las cuales se presentó evidencia material que los responsabilizaría, así que decidieron delatar a todos los implicados ante la Fiscalía y los investigadores de la Dijín.
Los primeros en hablar fueron Chávez y Carrillo, quienes contaron que para ese trabajo los contactó un hombre llamado Haider Ureña, alias Soldado. Esta persona fue contactada por Édinson Vega para que le ayudara a buscar a unos sujetos y encomendarles una tarea.
Autora intelectual
Ureña, además, era conocido en el departamento por ser un presunto extorsionista de grupos al margen de la ley.
«El soldado» había citado en un restaurante de Florencia a Chávez y a Carrillo, a ese encuentro también llegó Édinson Vega y Luz Mila Artunduaga, la mujer les ofreció 500.000 pesos por pegarle «un susto» a Ramiro Vásquez, con quien llevaba meses en disputa por el terreno en la vereda Las Rosas.
Artunduaga citó a otra reunión a los sicarios con quienes acordó el trabajo y afinaron detalles para llevarlo a cabo el 4 de febrero del 2015. También se hizo la repartición del dinero, 200.000 pesos para Ureña y 300.000 pesos para los sicarios.
Así, con la confesión de los sicarios, las autoridades capturaron a Luz Mila Artunduaga como la autora material del crimen.
La fuga del «Desalmado»
Los tres hombres capturados fueron enviados a la cárcel de Florencia, ubicada en el barrio El Cunduy, a espera del juicio en el cual conocerían la sentencia, la cual sabían de antemano que sería elevada.
Conociendo lo que se venía en su contra, «El desalmado» ideó con su pareja Sandra Milena Alarcón un plan de fuga que llevaría a cabo el domingo 29 de marzo de 2015, solo 44 días después de ser capturado por la masacre de Florencia.
Era la mañana de ese domingo de Ramos cuando los guardias del Inpec al pasar revista notaron que Chávez no aparecía y que las barras de su celda fueron cortadas con unas pinzas, eludiendo con ese objeto todas las mallas del penal.
Las autoridades lograron la confesión de Alarcón, quien aceptó que durante una visita a la cárcel ingresó unas pinzas sin que los guardias lo notaran. Con ese elemento, Chávez se fugó y empezó a correr con rumbo hacia el Putumayo.
Las autoridades cercaron Caquetá para dar con el paradero de «El desamado», quien en ningún momento se dejó ver por otras personas y corrió por más de 18 horas, sin ni siquiera probar un bocado de comida.
La confesión
Su plan consistía en evitar zonas concurridas para evitar ser reconocido, a sabiendas que su rostro ya resultaba familiar por el crimen que acababa de perpetrar.
Chávez llegó hasta un punto donde halló un río caudaloso el cual no podía cruzar y una patrulla vio desde lejos cómo el hombre buscaba alternativas para seguir con su plan de huida, pero con la ayuda del Ejército logran encerrarlo y dejarlo sin escapatoria. Su recaptura se da en la noche del mismo domingo de Ramos.
Ese noche, ante un juez, «El desalmado» confesó: «Pido perdón a las víctimas de ese hecho. Desde luego que me poseyó una fuerza sobrenatural que me llevó a hacerlo. Sí, lo hice, por eso en estos momentos estoy pidiendo perdón a Dios, primeramente, a las víctimas y a la sociedad en general».
El descanso es llorar
La justicia colombiana resolvió en 12 días una de las masacres más crueles en el país. Pese al percance con Chávez, solo quedaba un eslabón en la cadena criminal: la captura del enlace de Artunduaga con los sicarios, Haider Ureña.
Mientras la justicia avanzaba, la familia Vásquez Gutiérrez tuvo que salir de Florencia y sufrir fuertes calificativos que no dejan sanar las heridas que tienen.
José Manuel Jaimes, procurador regional de Florencia para la época, manifestó que los hijos de esta familia eran obligados a pedir dinero en los semáforos. Así como a tapar huecos en las calles.
Los Vásquez Gutiérrez denunciaron por injuria a Jaimes, en un caso que, según cuentan, fue llevado hasta la Corte Suprema de Justicia, pero que falló en su contra y del cual aseguran que no fueron siquiera escuchados.
«Nos mataron a cuatro inocentes, nos tumbaron la casita y dijeron que nosotros teníamos a los niños en la mendicidad», denunciaron los padres de los niños asesinados.
La familia quiere limpiar su nombre
«Yo no era una cualquiera con mis hijos. Queremos que nuestro nombre quede limpio, que no nos hagan más daño», manifestó Carmenza.
Leer las palabras de Jaimes es para Carmenza recordar los dolores que ha sufrido desde el 4 de febrero del 2015; por eso sigue luchando para que se retracten de esas declaraciones. También para que se reconozca como suya la casa donde los niños fallecieron, pues ahí quiere hacer un altar.
Sin embargo, Delfín Fuentes, propietario del terreno para quien trabajó por once años, no los deja ni acercar allí. Tampoco les reconoció algo por sus labores durante todo ese tiempo.
Tragedia anunciada
Ahora, Carmenza se ocupa en cuidar a su hermana discapacitada y de sus otros cinco hijos; entre ellos el sobreviviente de un disparo en su pecho, quien hoy tiene 16 años. Al joven una bala le quedó alojada en su pecho y solo hasta hace un año le fue retirada; además, quedó con secuelas emocionales tras la tragedia que padeció.
La justicia también resolvió, dijo Carmenza, que el predio de 1.800 metros que generó conflicto entre las familias es del Estado. El terreno está en zona de reserva. Pese a esto, la madre cuenta que un par de hijos que viven en Florencia le señalan que en el sector abundan las construcciones tras lo acontecido.
«No me canso de pensar en que tengo a mis niños en mis brazos. Siempre le pregunto a Dios, ¿por qué nos sacaron así? La tierra no es de nadie, todos somos pasajeros y ahora solo lloramos», dijo.
La madre agrega que de nada valieron las denuncias que pusieron y que tras tanto atropello se demostró que era una tragedia anunciada.
Las penas de los responsables
Cristopher Chávez y Génderson Carrillo fueron condenados a 40 años de prisión; Édinson Vega cumple una pena de 20 años de cárcel; Luz Mila Artunduaga fue sentenciada a 50 años tras las rejas; y Haider Ureña fue capturado en 2018 tras varios años a la fuga y espera sentencia.
Nombres de las víctimas y de la vereda cambiados por la seguridad de los sobrevivientes.