«Aquí todos vamos a morir». Miralda Smith habla en un susurro nervioso mientras hace fila este sábado junto a cientos de otros cansados y conmocionados residentes de la devastada ciudad de Marsh Harbour que quieren abandonar las Islas Ábaco, en las Bahamas.
Smith, de nacionalidad haitiana, llegó a pie días después de que el huracán Dorian destruyera casi por completo el Mudd, un barrio marginal donde vivían ella y muchos otros trabajadores haitianos. Mientras espera para trasladarse a la capital Nassau, donde vive su esposo bahameño, reflexiona sobre los sombríos eventos de la semana pasada. «Solo quiero irme de la isla», dice en francés. «No tenemos agua ni electricidad. Estamos muriendo. Es realmente catastrófico».
Buscando alivio
Al mediodía, cientos de personas hacen cola en el puerto, sentadas en bolsas o en el suelo. Algunas de ellas se protegen del sol abrasador con trozos de cartón o de plástico. La fila se extiende desde un hangar, cuyo techo ha sido arrancado por los vientos de fuerza categoría 5 de Dorian, hasta el muelle, donde los soldados inspeccionan equipajes antes de apilarlos y envolverlos en plástico para cargar en los barcos. A medida que la espera se prolonga, reparten comida y agua. Un ferry ha salido el sábado temprano hacia Nassau con 200 evacuados; otro debe partir durante la tarde. Barcos privados e incluso grandes cruceros llegan para ayudar en la evacuación.
«Cadáveres por todos lados»
lfraed Othello, de 61 años de edad, mira sombríamente los restos de su hogar a lo lejos. «No quiero caminar por ahí, hay cadáveres por todas partes», dice.
Se refugió en la casa de un vecino durante la tormenta, escapando solo con su pasaporte y la Biblia, cuenta. «Quiero partir en barco o en avión. No tiene sentido quedarse aquí».
El caos también continúa en el aeropuerto de la parte sur de la ciudad. Un centenar de personas aguardan vuelos de la aerolínea nacional. Algunos duermen en el suelo o en sillas mientras los niños juegan. Otras 100 personas esperan para entrar a la terminal. «Vamos a sacar a todos de esta isla, pero tenemos que trabajar juntos. Todo estará bien», les aseguró un trabajador del aeropuerto.
Sin agua ni comida
Tanya McDermott espera desde hace horas con su esposo e hijo, pero su espera se está alargando, por la prioridad concedida a heridos y ancianos, así como a las madres solteras con hijos. «Vamos a esperar todo el día si es necesario», dice.
Otra aspirante a evacuar, Chamika Durosier, describe las escenas desesperadas que enfrentan los que todavía están en la isla. Ella y su familia tuvieron que salir a rastras de su casa después de que se cayera el techo y ahora solo quieren escapar. «La gente no tiene comida. La gente no tiene agua, y eso no está bien», cuenta. «Todavía hay cadáveres y no es sano».
La pista del aeropuerto todavía se puede utilizar, pero varios hangares fueron dañados o destruidos. Palmeras arrancadas bloquean parte del estacionamiento. Pero no todos quieren irse. Kelly Louis-Pierre, un albañil de 54 años, sobrevivió a la tormenta relativamente indemne en su casa de concreto, al otro lado de la calle del Mudd. Con su esposa y sus siete hijos está decidido a quedarse y reconstruir. «Después del huracán, necesitamos comenzar de nuevo desde cero», dice.