Si los relatos heroicos sobre Simón Bolívar no son ciertos, puede que los que cuentan que la espada del «libertador» que Pablo Escobar, el más famoso narcotraficante del mundo, le regaló a su hijo era falsa tampoco digan la verdad. El hijo de Escobar, Juan Pablo, contó en un libro que un día su padre llegó con la espada y le dijo que había pertenecido al primer presidente de Venezuela y de Colombia.
Los cronistas ¿bolivarianos? se apresuraron a difundir que dicha espada era falsa y que a Escobar le habían engañado. Algo a vuelapluma difícil de creer siendo Escobar el hombre que se hizo mucho más que multimillonario a fuerza de no ser engañado. El cuento de que el narco real y cinematográfico le regalara a su hijo tal instrumento histórico no suena extraño como símbolo y como realidad.
La espada de Bolívar robada en 1974 por el M-19
En 1974 el grupo guerrillero M-19, al que perteneció Gustavo Petro, el nuevo presidente colombiano que protagonizó su polémica toma de posesión con el objeto en cuestión como centro neurálgico, robó la espada del Museo Quinta de Bolívar en Bogotá, donde estaba expuesta. Durante 17 años nada se supo del arma del independentista criollo. Otty Patiño, uno de los fundadores del M-19, contó que decidieron sacarla del país y se la entregaron al embajador de Cuba en Colombia, y luego la sacaron en una valija diplomática hacia la isla gobernada por Fidel Castro, donde nunca nadie ha confirmado dicho relato.
El M-19 no era ni mucho menos asintomático respecto a la espada. En la urna de la que la robaron dejaron escrito: «Bolívar, tu espada vuelve a la lucha». Si alguien podía estar interesado en que la historia de Escobar y la espada no fuera cierta, para proteger el engañoso mito de su adalid (como confirmó Petro y sus bochornosas alusiones a la guerrilla el pasado día 7), fueron ellos: «Su espada rompe las telarañas del museo y se lanza a los combates del presente. Pasa a nuestras manos, a las manos del pueblo en armas. Y apunta ahora contra los explotadores del pueblo. (…) Los que nos llamarán subversivos, apátridas, aventureros, bandoleros. (…) Pero Bolívar no está con ellos –los opresores– sino con los oprimidos», llegaron a publicar en los periódicos de la época.
De Cuba a Panamá
Patiño contó también que el gobierno colombiano se enteró de que miembros del M-19 habían sido entrenados en La Habana y decidió romper relaciones diplomáticas con Cuba. Y que la espada fue enviada entonces a la embajada en Panamá. Pero ya disuelto el M-19 (y tras el asesinato de su líder, Carlos Pizarro, el máximo favorito a la presidencia de Colombia entonces), Antonio Navarro Wolff, el líder que quedó del grupo disuelto y uno de los redactores de la Constitución de Colombia de 1991, confirmó que la espada de Bolívar aún estaba en su poder.
Solo dicen que la devolvieron con la condición de que fuera bien guardada ante la amenaza de robo por parte de las FARC, y se supone que desde entonces permaneció a buen recaudo en los sótanos del Banco de la República. Lo mejor de este culebrón colombiano viene cuando, según Juan Pablo Escobar, cinco años después de que su padre se la diera, precisamente en 1991, dos hombres que trabajaban con su padre le pidieron la espada, a lo que se negó hasta que el mismo Pablo Escobar le dijo por teléfono: «Devuélveme la espada que tengo que entregársela a unos amigos que me la regalaron. La necesitan para devolverla como gesto de buena voluntad».
Un juguete olvidado
En 1986, el año que supuestamente Pablo Escobar compró la espada al M-19, su hijo tenía 9 años. Ya había cumplido los 14 cuando se la pidieron para devolverla «como gesto de buena voluntad». La fotografía que encabeza este texto se hizo justo antes de que presuntamente la entregara.
«Los detalles que recuerdo de ese artefacto son vagos, porque estaba rodeado de docenas de juguetes; así que guardé la espada en mi habitación en la Hacienda Nápoles. Con la espada de Bolívar ocurrió lo único que podía pasar con un adolescente que recibe un regalo como ese: que la espada terminó refundida por ahí, en alguna finca o apartamento. Le perdí el rastro porque no me importaba», dijo Juan Pablo, justo lo contrario de lo que les sucedía a los que supuestamente la reclamaron (los mismos que supuestamente antes la vendieron) de su inapropiado depósito a toda prisa.