Más de un millón y medio de venezolanos migró a Colombia debido a la crisis que afronta el país. Para sobrevivir fuera de Venezuela, los ciudadanos se han visto en la necesidad de dedicarse a diversos trabajos que van desde los llamados trocheros hasta la prostitución.
En la ciudad colombiana de Cúcuta, en el sector La Parada, son muchas las venezolanas que usan la prostitución como medio para sobrevivir y mantener a su familia.
Gabriela Montaña, mejor conocida como Gaby, es una travesti venezolana de 30 años de edad. Nació en Portuguesa y a los 13 años comenzó a transformarse, hasta conseguir la imagen anhelada, de acuerdo con el diario La Nación de Táchira.
«En la prostitución llevo 15 años», manifestó y agregó que solo tiene un año viviendo en La Parada. «He estado en Bucaramanga, Santa Marta y Valledupar», relató.
Aseguró que la experiencia en ocasiones es difícil. «Como todo, hay algunos que se les hace fácil; a otros, no tanto. Siempre está la discriminación. He tenido que dedicarme a vender mi cuerpo y a hacer otras cosas que no me gustan«, manifestó.
Sin embargo, reveló que es un trabajo que le garantiza el dinero rápido. «Lo hago constantemente porque hasta el momento no he tenido otra forma de sustentarme y ayudar a mi familia», destacó.
Su familia no aprueba por completo la forma cómo se gana la vida, aunque afirma que ahora no hacen comentarios al respecto. «Mis parientes lo tomaron muy mal. Me pedían que no lo hiciera, que me cuidara. Fue algo que yo decidí y nadie podía meterse. Desde ese entonces, me he manejado así, he hecho lo que mejor me parece», recalcó.
Gaby es consciente del peligro que corre en la calle. «No es un mundo seguro, es peligroso», resaltó.
Relató que cuando trabajó en Bucaramanga recibió una puñalada que la afectó de gravedad.
«Gracias a Dios, con la ayuda del gobierno de Colombia, me atendieron en el hospital, hasta que me mejoré. Fue una atención muy buena, me cubrieron todos los gastos», señaló.
Aunque sueña con dejar la prostitución; reconoció que su condición de travesti esto la hace sentir cómoda y a gusto.
Suele cobrar 30.000 pesos. «A veces me han pagado solo 25.000. Diario tengo entre dos a tres personas».
«Me ha tocado prostituirme y vender droga»
Scarlet Pérez, de 25 años de edad y oriunda de Valencia, confesó que la prostitución es un trabajo difícil, pero que con el tiempo se acostumbró.
«Uno se tiene que adaptar a las cosas nuevas que le enseña la vida, porque en muchas ocasiones no nos quedan opciones para elegir», remarcó. «Yo ahorita no me preocupo mucho. Tengo tres hijos. Ellos están claros con lo que yo hago», dijo.
En La Parada, Pérez tiene más de año. Explicó que en dos oportunidades se vio en la necesidad de transportar droga. «La llevé en un maletín y no me quedaron ganas de seguir», aseguró.
Aunque el riesgo siempre está latente en la calle, no deja de salir por las noches a buscar su sustento. «No hay trabajo en ninguna parte, nos toca arriesgarnos de esta manera», reiteró.
Pérez cobra 50.000 pesos por el rato. «En este mundo me inicié en Barranquilla. Acá, en La Parada, siento que es más relajado, ya que manejo clientes fijos», detalló y agregó que en Venezuela, nunca se prostituyó. «Allá estudiaba Administración de Empresas y Publicidad».
Su estadía en Colombia ya acumula los tres años, tiempo en el que se ha movido entre la prostitución y las drogas.
Espera que en algún punto pueda abandonar esa vida y dedicarse a otras cosas.
«Llevo cinco meses prostituyéndome»
Yailyn Morillo, de 22 años de edad, acaba de cumplir cinco meses en La Parada. En esta localidad dio sus primeros pasos en el mundo de la prostitución. «En Venezuela nunca lo había hecho. Me vi en la necesidad porque no conseguía un trabajo para mantenerme en Colombia», reveló.
Morillo es soltera y decidió migrar sin la compañía de un familiar. «Este trabajo ha sido muy duro. No es nada fácil», confesó.
«Trabajo todas las noches. A las 7:00 pm estoy saliendo y regreso a descansar a las 3:00 am», explicó.
Es de la ciudad de Valencia, estado Carabobo, donde aún se encuentran su madre y hermanos. Mientras que su padre vive en Cali, Colombia.
Recordó que una noche se subió al auto de un cliente junto con una compañera, pero el hombre trató de hacerles daño.
«Le caímos a golpes. En ese momento, cuando uno está en peligro, piensa en la familia, en todos sus seres queridos. Desde ese instante, soy más desconfiada. Ahora no me monto con cualquiera. Le pregunto de todo y siempre le pongo como condición que no nos vayamos muy lejos», indicó.
Luego de la experiencia ha optado por rechazar a varios clientes.
En una jornada de trabajado ha logrado atender a cinco personas. «No todas las noches son iguales. A veces llega solo un cliente; en otras oportunidades, dos o tres. Así vamos», dijo.
«A mi familia le deposito cuando puedo. No tengo fecha fija. Con lo que les envío les alcanza para medio sobrevivir. Allá, en Venezuela, no hacía nada, mi pareja me colaboraba en lo económico», recordó.
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