En menos de un año es su segunda fuga. Primero, le corrió a la pobreza en su país y ahora a la muerte en Ecuador por causa de la pandemia. Jesús Peña emprendió la marcha del retorno a una Venezuela aún en crisis.
«Queremos regresar porque, de verdad, no queremos morirnos«, asegura este hombre de 49 años de edad a su paso por Cali, la ciudad colombiana adonde llegó después de 12 días de viaje, con largos trayectos a pie, desde territorio ecuatoriano.
Aunque por momentos se queja de la hinchazón de los pies, Peña se siente aliviado. Confía en que dentro de poco saldrá junto con su esposa, hijo y cuñada en uno de los buses fletados por la Alcaldía de Cali para llevar venezolanos hasta la frontera, a 957 kilómetros de ahí.
En la espera lo acompañan decenas de venezolanos que también resolvieron volver a su país.
Están los que llegaron de Ecuador y otros países suramericanos burlando los cierres fronterizos o aprovechando cordones humanitarios, y también los que quisieron rehacer sus vidas en Cali.
Todos van de vuelta porque se quedaron sin opciones de subsistir en la informalidad o por temor a que la pandemia sea un motivo de discriminación.
Peña llevaba nueve meses en Loja, una ciudad del sur de Ecuador, y comenzó a tener miedo: «donde estábamos la gente se está muriendo, no se cuidan, no se ponen el tapabocas y no quieren hacer caso; todo el mundo está en la calle«.
Y además, se pregunta, ¿dónde hubiera recibido atención si él o uno de los suyos enfermaba? «En un hospital no van a sacar a un ecuatoriano para meter a un venezolano», afirma. «Así que la mejor manera de vivir es regresar a nuestro país».
Más de 35.000 venezolanos han cruzado territorio colombiano para regresar a su país hasta la semana pasada, según Felipe Muñoz, gerente oficial de la Frontera entre ambos países.
La cifra incluye a migrantes que estaban en Colombia y los que venían de otras naciones.
Sin comida y techo
En Colombia hay alrededor de 1,8 millones de venezolanos que huyeron en los últimos años del colapso de la economía petrolera. En el mundo la cifra alcanza los 4,9 millones de migrantes.
El gobierno de Iván Duque, que como Estados Unidos no reconoce a Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, pidió ayuda internacional para atender a la población venezolana en medio de la emergencia sanitaria y financiera por la propagación del covid-19.
Colombia ya supera los 3.700 contagios, muy por encima de los 250 reportados por Venezuela, mientras que Ecuador, con 10.000 casos, es el país suramericano más castigado por la pandemia después de Brasil.
Y aunque los datos de su país sobre el nuevo coronavirus son criticados por los opositores de Maduro, Jesús Peña se prepara para lidiar con varios males juntos. «No hay comida, no hay agua, no hay gasolina, pero ¿qué más vamos a hacer?».
Colombia alega que los venezolanos están saliendo por voluntad propia y se ocupa de examinar su temperatura antes de traspasar la frontera.
Luis Plazas, de 24 años de edad, está de suerte. Este vendedor ocasional de frutas, su esposa e hijos de ocho años y ocho meses abordaron un autobús desde Cali hacia Cúcuta, en los límites con Venezuela.
Plazas decidió irse después de dos años, uno en Bogotá y otro en Cali, antes de que el hambre apretara más. Desde que comenzaron las medidas de confinamiento, su familia pasó a comer una sola vez al día, relata a la AFP.
«Si uno come una vez al día, pues ya uno de grande aguanta, pero ¿cómo le dice uno a un niñito de esos que no hay? Es muy difícil«, dice por teléfono, mientras avanza en su viaje de retorno.
Plazas quedó atrapado en la misma fragilidad que afecta a 47% de los colombianos que subsistían en la informalidad y que de repente dejaron de trabajar debido a la pandemia.
Pero la tragedia fue peor para él. «Se me hacía muy difícil sobrevivir y ya nos habían sacado a la calle», agrega.
En los primeros días de la emergencia, en varias partes de Colombia se replicó el mismo fenómeno: el desalojo de migrantes y colombianos que pagaban a diario por dormir bajo un techo. El gobierno prohibió luego las expulsiones de esas personas.
Plazas llegó el viernes a la frontera. Debió esperar unas horas antes de cruzar hacia su país por el toque de queda en Venezuela. Espera que el negocio de arepas de su madre aleje el fantasma del hambre.
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