Desde las escalinatas del Monumento a Lincoln, Martin Luther King pronunciaba su célebre I have a dream. Era un caluroso 28 de agosto de 1963, pero aquello no impidió que más de 200.000 personas se unieran a la Marcha sobre Washington por la igualdad racial. Una lucha que había comenzado en 1955 y culminaría con la plenitud de derechos para los norteamericanos de raza negra un año después de esta multitudinaria manifestación cuando el presidente Lyndon Johnson aprobó la Ley de Derechos Civiles por el que se ilegalizaba cualquier acto de discriminación por la raza, religión o nacionalidad.
«Yo tengo un sueño de que un día esta nación se elevará y vivirá el verdadero significado de su credo: que todos los hombres son creados iguales», pronunció Luther King. La Marcha sobre Washington por el trabajo y la libertad se convirtió en uno de los episodios más célebres del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Fue organizada por A. Philip Randolph, presidente del Negro American Labor Council; James Farmer, presidente del Congreso de Igualdad Racial; John Lewis, presidente del Comité Coordinador Estudiantil No violento; Martin Luther King, presidente de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano; Roy Wilkins, presidente de la Asociación Nacional para el Progreso de las personas de color, y Whitney Young, presidenta de la National Urban League.
La idea que tenía Luther King con esta marcha era la de lanzar un desafío radical a la nación: «Este sofocante verano del legítimo descontento del negro no terminará hasta que venga un otoño revitalizador de libertad e igualdad. 1963 no es un fin, sino un principio», dijo con voz firme a aquella multitud que abarrotaba el lugar.
Un cambio social no violento
En 1955, Claudette Colvin, una alumna de 15 años de raza negra se negó a ceder su asiento de bus a un hombre blanco. Esto suponía una violación de las leyes Jim Crow, unas leyes estatales y locales que promulgaban la segregación racial bajo el lema «separados, pero iguales». De esta manera, la separación por razas afectó a las escuelas, lugares, transportes públicos. La Asociación Nacional para el Progreso de las Personas de Color (Naacp) —del que era miembro Luther King— consideró brevemente la posibilidad de utilizar el caso de Colvin para enfrentarse a las leyes de segregación, pero consideraron que, al ser tan joven, su caso atraería demasiada atención negativa.
En diciembre de ese mismo año, se produjo un incidente similar cuando Rosa Parks —considerada la madre del movimiento de los derechos civiles en Estados Unidos— fue arrestada tras negarse a ceder su asiento de bus a un pasajero blanco. Ambos sucesos desencadenaron el boicot a los autobuses de Montgomery organizado por el presidente de la sección de Alabama de la Naacp, Nixon y dirigido por Luther King que duraría 385 días.
A pesar de ser detenido durante la campaña, consiguió poner fin a la segregación racial en el transporte público de Montgomery. La lucha liderada por Martin Luther King no había hecho más que empezar. En 1957 fue elegido presidente de la Conferencia Sur de Liderazgo Cristiano, una organización cristiana y pacifista que tenía como objetivo participar activamente en el movimiento por los derechos civiles. Esta organización se orientó en la desobediencia civil no violenta y con el objetivo de mejorar la igualdad racial de los afroamericanos. Además, Luther King consideró al activista indio Mahatma Gandhi, un referente para su cambio social no violento.
Con esta filosofía lideró diversas protestas, organizó diversas marchas por el derecho al voto de los negros, la desegregación, los derechos laborales y otros derechos civiles básicos. En particular destacó la batalla civil que libró en 1963 en Birmingham, encabezando unas manifestaciones pacíficas multitudinarias que provocarían su detención en abril de ese mismo año.
Durante el tiempo que estuvo en prisión escribió su famosa Carta desde la cárcel de Birmingham en la que explicaba la razón de sus protestas y manifestaciones: […] «Al igual que San Pablo dejó su ciudad de Taro y llevó la palabra de Cristo hasta los confines del mundo greco-romano, yo también estoy impelido a llevar la palabra de la libertad más allá de mi ciudad. Como Pablo, debo responder contantemente a las peticiones de ayuda de los macedonios», rezaba la Carta. El entonces presidente estadounidense, John F. Kennedy, apoyaba sus ideales, por lo que pronto pudo quedar en libertad.
Al grito de: «Yo tengo un sueño»
Meses más tarde a su puesta en libertad, en las escalinatas del monumento a Lincoln, Martin Luther King pronunciaba su ilustre discurso en el que expresó su arduo deseo por un futuro en el que la gente de tez negra y blanca pudiese convivir, el sueño de poder presenciar una sociedad fundamentada en los valores de la igualdad y la fraternidad. En el que soñaba con un reconocimiento pleno de los derechos civiles y las libertades individuales de la comunidad afroamericana.
Rodeado de miles de personas expresó con firmeza que «los remolinos de la revuelta» continuarían «sacudiendo los cimientos» de la nación estadounidense, pero recordaba con el mismo ímpetu que no debían permitir que su «protesta creativa degenere en violencia física». Al grito de yo tengo un sueño, Luther King estaba convencido de que se podrían «transformar las discordancias en una hermosa sinfonía de hermandad».
Un año más tarde, en octubre de 1964 fue galardonado con el Premio Nobel de la Paz con tan solo 35 años: el hombre más joven en recibir este reconocimiento. En 1968 viajó a Memphis, Tennessee, con la idea de apoyar una huelga de basureros afroamericanos que buscaban mejoras en sus condiciones laborales. Sin embargo, en abril de ese mismo año, mientras se encontraba en la terraza de una habitación del Motel Lorraine, fue asesinado.
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