Cuando se cumple este viernes una semana de la avalancha que enterró a un remoto poblado de Papúa Nueva Guinea, los equipos de emergencia solo han logrado recuperar 10 cadáveres en un complicado operativo por el agreste acceso a la zona, el terreno aún inestable y aspectos culturales del país.
En la madrugada del pasado viernes, una enorme lengua de tierra y rocas, algunas del tamaño de un vehículo, sepultó decenas de edificios de la población de Yambali, en la montañosa provincia de Enga, mientras sus habitantes dormían.
La Organización Internacional para las Migraciones de la ONU, con equipos desplazados a la zona de la tragedia, cifró este viernes en 10 los cuerpos sin vida recuperados en medio de la incógnita sobre la cifra de personas que pudieron quedar enterradas.
Esta región, prácticamente aislada por la carencia de carreteras que aflige al empobrecido país, está habitada por tribus donde el arraigo y la propiedad de la tierra son muy importantes y al que se suma diversas creencias supersticiosas.
Tabúes culturales
«Es un área tribal con una relación muy fuerte hacia las tierras y tabúes culturales, particularmente en relación a los lugares de enterramiento», comenta a EFE Mate Bagossy, consejero humanitario de la ONU en Papúa Nueva Guinea.
La pertenencia de los terrenos a los diversos clanes «limita las soluciones permanentes y donde establecer centros para desplazados», matiza Bagossy, ante la dificultad de realojar a los evacuados.
Familiares de algunos de los desaparecidos se muestran reacciones al uso de maquinaria pesada para mover las enormes rocas y opinan que el área debería dejarse «como monumento donde colocar flores y recordar a las personas enterradas», apunta en un comunicado la OIM, con equipos desplazados a la zona de la tragedia.
«Aún no ha habido un diálogo adecuado entre la comunidad afectada y el gobierno provincial», subraya la OIM.
La provincia de Enga es además conocida por conflictos tribales que en ocasiones han terminado en sangrientas matanzas.
«Desafortunadamente también es un factor a tener en cuenta en las operaciones. Hay un conflicto tribal en una zona de carretera que obliga a los equipos de emergencia y actividades humanitarias a viajar con escolta del Ejercito», comenta el consejero al subrayar que de momento no han causado interrupciones.
Según informa la emisora Radio New Zealand, al menos 12 personas han perdido la vida desde el pasado sábado por enfrentamientos entre dos clanes en esta región.
Un terreno inestable
Tras siete días de la avalancha inicial que ha dejado una enorme cicatriz en la montaña bajo la que se asentaba el poblado, los pequeños desprendimientos continúan y ponen en riesgo las labores.
El terreno desplazado permanece «inestable», por lo que la única excavadora que ha llegado a la zona se limita a las labores para despejar la carretera afectada.
«Varias maquinarias pesadas se encuentran de camino desde (la mina de oro de) Porgera», a unos 30 kilómetros del lugar del desastre, apunta la oficina de la ONU.
Incógnita en las cifras
Aunque las autoridades papuanas y su primer ministro, James Marape, han afirmado que unas 2.000 personas quedaron atrapadas por la avalancha, agencias de la Naciones Unidas sobre el terreno dicen que hay que tomar con prudencia esta estimación.
Según Unicef, el desastre afectó a unas 7.800 personas, incluyendo los enterrados y potenciales evacuados, de los que el 40 % son menores de 16 años.
Los últimos datos oficiales están desfasados ya que, según las autoridades papuanas, en los últimos años Yambali y sus alrededores ha crecido a raíz de la llegada de personas desplazadas por los conflictos tribales.
Papúa Nueva Guinea es un país rico en recursos naturales que tiene a una gran parte de los más de 9 millones de habitantes en extrema pobreza y se encuentran aislados por problemas de comunicaciones y déficit de infraestructura, especialmente en áreas remotas, donde faltan servicios básicos de salud y educación.
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