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La doble condena de los opositores expulsados de Nicaragua: «Desde que salí de la cárcel y me llevaron a EE UU no he vuelto a ver a mis hijos»

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María Oviedo hace de la ausencia una espera activa.

Hace casi seis meses que la exfiscal del Ministerio Público y miembro de la Comisión Permanente de Derechos Humanos de Nicaragua intenta reencontrarse con sus dos hijos en Estados Unidos, país al que fue expulsada en febrero junto a otros 221 opositores al presidente Daniel Ortega.

Del mismo modo que alguna vez lo hizo desde la cárcel, cuando tuvo que esperar 11 meses para recibir la primera visita de su hija de 18 años y más de un año para reencontrar con el menor de 11 años, ahora aguarda que Nicaragua le permita a sus hijos salir del país y que Estados Unidos facilite la reunificación.

El caso de Oviedo, de 40 años, no es una excepción sino una regla que se repite entre las decenas de políticos, activistas e intelectuales expulsados de Nicaragua, muchos de los cuales llegaron a Washington sin dinero, trabajo ni redes familiares.

La cadena de obstáculos que deben enfrentar para reencontrarse con sus familiares se convierte en una doble condena que se suma a la que componen el destierro, la dificultad de reinsertarse en un país que no es el propio y la pérdida de nacionalidad de los opositores.

Esta es la historia que María Oviedo compartió con BBC Mundo en primera persona.

La primera vez que me detuvieron por defender a los presos políticos, en julio de 2019, mis hijos se enteraron por las redes sociales.

Estaban en la escuela cuando me vieron en un video que se viralizó, donde se ve a dos oficiales de policía golpearme. Me tomaron por el cuello y me arrastraron.

Mis hijos sabían a qué me dedicaba, la pasión que tengo por mi carrera, pero a su vez estaban conscientes del riesgo que corría. Los preparé para eso. Les decía que no se preocuparan, que pasara lo que pasara estaría bien, porque soy una mujer fuerte.

Intentaba que estuvieran preparados mentalmente para ese escenario.

Estuve tres días en la nueva cárcel de El Chipote. Ellos sufrieron muchísimo por lo brusco que resultó todo. Pero aquello los ayudó para prepararse para lo que vendría después.

La segunda vez, el 29 de julio de 2021, llegaba del hospital después de practicarme una cirugía. Me acosté sobre la cama para reposar, cuando a los cinco minutos tenía a unos 25 oficiales de policía en la puerta de la casa.

Me llevaron en el momento. Mis hijos vieron todo. Esa vez, en persona.

Ellos estaban preocupados porque no sabían si me iban a dar los cuidados necesarios. Fue horrible. No sabían qué había pasado conmigo, con mi recuperación, con mi herida. No supieron nada de mí por varias semanas.

Si hubiéramos tenido las visitas semanales que corresponden, ellos lo hubieran podido sobrellevar mejor. No sufrir tanto. El daño que le han hecho a mi familia es muy grande.

Desde muy chicos, mis hijos se familiarizaron con la represión. De alguna manera todos los nicaragüenses la naturalizamos. Suena horrible, pero esa es la realidad que hoy vivimos los nicaragüenses.

Vivíamos con la zozobra de que podrían vigilarnos, andar detrás nuestro, había que revisar bien los vehículos, había que estar pendiente de qué coches se parqueaban frente a la casa. Era un estrés permanente.

El 22 de febrero de 2022 Oviedo fue condenada a 8 años de cárcel por los delitos de «conspiración para cometer menoscabo a la integridad nacional» y de «propagación de noticias falsas».

opositores expulsados de Nicaragua

El gobierno de Nicaragua decidió exhibir el 30 de agosto del año pasado imágenes de los líderes detenidos después de que los familiares denunciaran malos tratos en prisión. EL 19 DIGITAL 

Los meses en prisión

Pasé 11 meses detenida hasta que pude volver a ver por primera vez a mi hija, que en ese momento era menor de edad.

La tarde anterior a verla, me avisaron. El responsable de los detenidos llegó a mi celda y me dijo: «Le aviso que va a ver a su hija, para que se comporte. Necesito que vea cómo maneja la situación porque si no lo hace la visita se suspende».

Esa noche me la pasé llorando. No podía dejar de llorar. No creía que la iba a ver porque en los interrogatorios siempre me decían que no iba a volver a ver a mis hijos hasta que saliera de prisión.

Tuve que asimilar la noticia. También porque no quería que mi hija me viera inestable como estaba.

En prisión estuve totalmente descompensada. Tengo un problema de hipotiroidismo que ataca directamente mi sistema hormonal. Entonces, de momento entraba en una crisis de llanto, de momento cruzaba a la agresividad.

Tomaba muchísimos medicamentos para controlar la ansiedad. No estaba recibiendo el tratamiento que necesitaba.

De alguna manera, me sirvió que me avisaran con un día de antelación porque en ese estado podría haber asustado a mi hija o, de la impresión, me podría haber ocurrido algo a mí.

Pensamos mucho con mi mamá y el padre de mis hijos sobre las visitas de ellos a la cárcel porque sabíamos lo invasivas que pueden ser las requisas para el ingreso, más aún en estas condiciones y ese entorno.

Pero al final, respetamos la decisión de mi hija de visitarme. Para un niño no es suficiente que otro adulto le diga que su mamá está bien. Los niños necesitaban verlo con sus propios ojos. Además, necesitaban abrazar a su madre.

Qué cruel fue todo.

En el momento del encuentro, ella lloró muchísimo. Yo también. Me dijo que estaba bien, que se estaba portando bien, que estaba estudiando muchísimo, que no quería traer problemas, que quería ser un orgullo para mí.

Y mis hijos lo son, son un orgullo para mí porque me demostraron su fuerza.

opositores expulsados de Nicaragua

Los familiares de los opositores en las puertas del viejo Chipote exigían en 2018 la liberación de los detenidos después de las protestas. GETTY IMAGES 

Mi hija me decía: «Quiero que te sientas bien, que sepas que todos estamos bien, que te amamos y que nunca dejamos de pensarte. No te culpamos de nada de lo que nos está pasando. No te sientas culpable, tú no tienes la culpa», me dijo.

Para ver a mi hijo menor, de 9 años entonces, tuve que esperar otros tres meses.

Pasé más de un mes incomunicada en mi segunda detención. Mi familia no sabía qué había pasado conmigo. Otros detenidos llegaron a pasar hasta tres meses incomunicados.

La carga emocional que tuvo mi familia fue terrible. El no saber dónde estás ni cómo estás es una de las torturas más crueles por las que puede pasar el familiar de un detenido.

Me atrevo a pensar que los familiares sufrieron igual o más que nosotros estando presos. Muchos de nosotros sufrimos por no saber qué estaba pasando afuera.

Era un ambiente horroroso, lleno de dolor, porque mirábamos la desgracia de los demás detenidos, la nuestra y la de nuestros padres e hijos allá afuera.

Mis hijos siempre preguntaban si me había pasado algo, si estaba muerta. Ese era el miedo que tenían.

En los 18 meses que pasé detenida solo pude verlos unas seis veces.

Las dificultades en Nicaragua

Desde que salí de la cárcel y me llevaron a Estados Unidos no he vuelto a ver a mis hijos.

Ellos no deberían estar pasando por esto. Me da rabia todo lo que ha pasado porque destruyeron familias, destruyeron personas. Yo no me hevuelto a recuperar desde que me detuvieron.

Las consecuencias psicológicas y físicas las sigo viviendo, incluso después de seis meses de haber salido.

El día que nos liberaron [febrero de 2023], en el camino desde la prisión hasta el aeropuerto desde donde despegó el avión a Washington, una oficial de policía se me acercó y me entregó un papel donde se hacía constar que yo autorizaba viajar a los Estados Unidos, algo que no me esperaba.

Estaba sorprendida, asustada.

Antes de firmar pregunté si podría despedirme de mis hijos. Esa persona me dijo que iba a ver a mi familia, me lo dijo minutos antes de subir al avión, hecho que nunca sucedió.

Mis hijos habrían podido venir conmigo a Estados Unidos desde el inicio. Pero como muchos de los 222 hemos tenido muchas dificultades para tramitar en Nicaragua sus documentos de viajes y permisos de salida, sobre todo en los casos de niños menores de edad.

opositores expulsados de Nicaragua

Los protestas de 2018 contra Daniel Ortega desataron una ola de detenciones. GETTY IMAGES 

En algún momento, hubo resistencia para tramitar solicitudes de esta naturaleza. Todo trámite que se hiciera ante cualquier institución del Estado que hiciera un familiar de un detenido debía ser consultado.

Ahora parece que estamos en un nuevo momento. No tengo en claro por qué.

Las salidas de los familiares por aire desde Managua siempre fueron un riesgo. Por eso, muchos opositores decidieron irse por tierra, por los llamados «puntos ciegos».

Pero nunca quise que mis hijos salieran por tierra. Eso implicaría que se tuvieran que mover por puntos no autorizados para llegar a Costa Rica, lo cual sería exponerlos demasiado porque las fronteras están custodiadas por los militares, por el ejército, que son ellos mismos.

La odisea del reencuentro

Espero que mis hijos lleguen a Estados Unidos para poder vivir con ellos aquí. Quiero cuidarlos, abrazarlos, estar con ellos. Quiero que sepan que su mamá los ama.

La situación es bien difícil porque ellos llegan a un país muy diferente al nuestro. Tendrán que conocer gente nueva, lidiar con un idioma que no es el suyo, con una cultura distinta.

Pienso todo el tiempo si podré darles aquí la vida que tenían allá.

Para mí, la vida aquí es muy difícil. Me siento sola. Tuve que empezar de cero. No hablo inglés, aunque estoy aprendiendo. No tengo crédito en el banco como para rentar un apartamento o comprar un auto sin ayuda de otros.

Mi idea nunca fue irme de mi país. Por eso, esta es una situación distinta a la de aquellos que deciden irse, que saben a lo que se enfrentan. Esto no es lo que busqué. Ni para ellos, ni para mí.

Para muchos de los opositores expulsados de Nicaragua la principal complicación es poder cumplir con el requisito del patrocinador, una persona que viva en Estados Unidos, que tenga solvencia financiera y que se comprometa a hacerse responsable por ti en este país.

Por esta razón, muchos de estos procesos de reunificación ni siquiera se han iniciado. Este no es mi caso, pero es el problema de varios.

Yo llegué a Estados Unidos y me quedé en la casa de una amiga, que es donde vivo ahora, pero necesito mi espacio para empezar a rehacer una vida, para esperar a mis hijos y dejar de nublarle la tranquilidad a mi amiga. Ella no puede estar lidiando con todos mis problemas.

Hay veces que no quiero hablar, que no quiero salir del cuarto. Es difícil. Me siento asfixiada. Es algo físico. Por momentos, me falta el aire.

Necesito recuperar el tiempo perdido con mis hijos.

Voy a salir adelante en este país porque soy una mujer fuerte y mis hijos son mi mayor impulso y motor para seguir adelante.

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