Como bien saben los lectores de El Debate, el tiempo pasa volando en la turbulenta España en que vivimos desde hace meses. Quizá sea esa la razón de que, sin darme mucha cuenta, hayan pasado ya más cien días de intensos combates desde que, en un artículo publicado en el mes de junio sobre la entonces inminente batalla de Zaporiyia, recomendé paciencia a los lectores interesados en las posibilidades de éxito de la contraofensiva ucraniana.
A fuer de sincero, no podría decir que la espera haya merecido la pena. La situación en el frente sigue siendo indecisa, casi tanto como lo era en junio. El Ejército de Zelenski no ha logrado todavía romper el frente, aunque continúan los combates y se aprecian pequeños progresos que, a pesar de ser mucho más lentos de lo que sería deseable, alimentan la esperanza de los ucranianos y frustran las expectativas de los rusos.
Por mi parte, creo que no puedo retrasar más esta crónica que cada día dejo para el siguiente esperando nuevos datos que no terminan de llegar. Ruego, por ello, al lector que disculpe si no tengo información contrastada en la que basar un pronóstico fiable. Todavía no puedo juzgar si la contraofensiva ha tenido éxito, al menos parcial, o si ha sido un fracaso y hasta qué punto. Pero sí está en mi mano resumir lo que hasta ahora ha venido ocurriendo para que el lector se forme su propia opinión.
A vista de pájaro
Analizada sobre un mapa de Ucrania, como a vista de pájaro, la contraofensiva ucraniana se ha desarrollado sobre tres ejes. Tres meses después, podemos decir que el primero de ellos, en los alrededores de Bajmut, tenía como objetivo el fijar fuerzas rusas en una ciudad que, por ser el escenario de su única pírrica victoria en más de un año de guerra, no pueden permitirse el lujo de abandonar.
El segundo eje, entre las regiones de Zaporiyia y Donetsk, parece ahora que ha sido solo una finta para evitar que los rusos pudieran concentrarse en la dirección principal.
Prioridades
A estas alturas, está claro –y no ha sido una sorpresa para nadie– que Ucrania ha dado prioridad al eje que, desde Orikhiv, conduce a las ciudades de Tokmak, luego Melitópol y, apenas 20 kilómetros más al sur, al objetivo soñado de esta fase de la guerra, el mar de Azov.
Por su parte Rusia, además de defenderse de la contraofensiva ucraniana, apostó con toda lógica –y no siempre es la lógica militar la que guía las decisiones de Moscú– por contratacar en la región de Lugansk. Siempre es bueno mantener al menos una parte de la iniciativa táctica. Pero, poco a poco, los avances de las tropas de Zelenski en Bajmut y en Zaporiyia han ido obligando a retirar fuerzas de ese frente para taponar las brechas que se han ido produciendo en las últimas semanas.
Y así están las cosas vistas desde la distancia. Sobre el terreno, sin embargo, lo que tan claro parece sobre el papel deja de serlo para los sufridos combatientes que, muy a menudo, entre ataques y contraataques, ni siquiera saben a ciencia cierta lo que está pasando a su alrededor. Siempre es interesante acercarse a ellos para compartir sus impresiones, cosa que el lector no hallará en los partes oficiales pero sí, y de primera mano, en la prensa ucraniana más independiente y en los cada vez más escasos canales rusos de Telegram donde todavía no se ha impuesto la autocensura que promueve el Kremlin. Puedo asegurar que, quien lo haga, encontrará que merece la pena.
Una imagen de baja definición
Debe tener claro el lector que lo que sabemos de la guerra real, la que se libra sobre el terreno, se asemeja a una imagen fotográfica de muy baja definición. Ampliarla sirve de poco, porque no es un problema de escala sino de granularidad. Son muy pocos los elementos de información fiables que sobresalen de la niebla de la guerra.
Por si sirve de ejemplo, el Instituto para los Estudios de la Guerra, un Think Tank norteamericano que sirve como una de las referencias imprescindibles para los analistas militares de todo el mundo, se atreve a confirmar que las tropas ucranianas atravesaron las defensas rusas en las cercanías de la localidad de Verbove, pocos kilómetros al este de la recuperada Robotyne, por una feliz y a la vez desgraciada circunstancia de carácter incidental: los satélites de observación muestran un vehículo de combate de infantería ucraniano destruido más allá de las líneas fortificadas. De alguna forma ha tenido que llegar allí. Pero no siempre hay evidencias demostrables y, a menudo, es imposible conocer el resultado de cada ataque o contraataque porque la información que se recibe de ambos bandos –mucho más exageradamente en el caso ruso, protegido su Ministerio de Defensa por la férrea censura– es manifiestamente falsa.
«Fake news»
Veamos un ejemplo: la agencia TASS, una de las herramientas de desinformación menos peligrosas de que dispone el Kremlin porque actúa a cara descubierta, publica regularmente los partes del Ministerio de Defensa ruso sobre la «operación militar especial». El último de ellos nos asegura que las fuerzas de Putin han destruido 477 aviones de combate y 249 helicópteros ucranianos, más de 12.000 tanques y vehículos blindados y cantidades igualmente ridículas de otros tipos de material.
Jamás ha tenido Ucrania ese poder militar y todo el mundo lo sabe. Su Fuerza Aérea disponía de menos de 140 aviones de combate de fabricación rusa al comenzar la guerra, a los que cabe sumar un par de decenas de viejos aparatos entregados por antiguos aliados de Moscú. Suponiendo que todos estuvieran operativos, algo absolutamente imposible, cada uno de los cazas ucranianos debe haber sido destruido al menos tres veces para alcanzar las cifras dadas por el Ministerio. Y estoy seguro de que pronto veremos cómo, sin pudor alguno, comienza lo que mi mujer llama «la cuarta vuelta».
Lo que trata de conseguir no es credibilidad, sino confusión
Al Kremlin le da lo mismo que se sepa porque lo que trata de conseguir no es credibilidad, sino confusión. Y no solo en el nivel táctico. Hace solo unos días el ministro Lavrov, siempre sorprendente, declaraba en Izvestia que «Rusia respeta la integridad territorial de Ucrania de acuerdo con los términos de la Declaración de Independencia de 1991». Y se quedó tan ancho.
Siempre he dicho que esta guerra va de agresores y agredidos, de criminales y de víctimas, pero no necesariamente de buenos y malos, que de todo hay en todas partes. Por eso, no hay por qué ocultar que Ucrania hincha igualmente las cifras de material ruso destruido, aunque los vastos arsenales que Rusia heredó de la URSS, sin llegar a encubrir el engaño, disimulan un poco la desfachatez de los autores.
Bajmut está en manos de Rusia
Sobre el propio terreno, que es lo que ahora nos interesa, la desinformación sigue siendo la tónica. Es verdad que el Kremlin sigue sin reconocer la pérdida de Robotyne, apenas un pueblecito sin importancia alguna. Pero Kiev ni siquiera ha terminado de confesar que Bajmut está en manos de Rusia, alegando que todavía mantiene quizá un pie dentro de alguno de sus límites administrativos.
Todas estas consideraciones deben preparar al lector para asumir las dificultades que tiene no ya hacer un pronóstico, sino un relato creíble de lo que está ocurriendo. Pero vamos a intentarlo.
De victoria en victoria
Ya que ambos bandos ocultan sus fracasos, solo podemos valorar los éxitos de unos y otros para hacernos una idea de la situación. Suena raro, cierto. Como si en un partido de fútbol hubiera que contar los goles que cada equipo dice que ha marcado para tratar de averiguar el resultado final.
Si vamos siguiendo el relato ruso, sus tropas han repelido los ataques ucranianos, infligiéndoles graves pérdidas, primero en la propia línea del frente, unos 10 kilómetros al sur de la citada ciudad de Orikhiv.
Sin dar un paso atrás, repelieron también los ataques del enemigo al norte de Robotyne, pasada ya la primera línea de fortificaciones rusas. Luego lo hicieron en Robotyne y, finalmente, al sur de Robotyne. Quizá porque este último frente les parezca demasiado revelador –el enemigo viene del norte– ahora prefieren decir que están conteniendo a los ucranianos al norte de Novoprokopivka y al oeste de Verbove, pueblos de tan poca importancia como el propio Robotyne, pero más adentro del dispositivo defensivo.
¿Sirve de algo lo conseguido?
Es evidente que Ucrania ha avanzado, y que hay mérito en sus progresos porque, por el momento, está obligada a combatir en desventaja. Recuerde el lector que cada uno de sus pocos aviones ha sido destruido tres o más veces. Poco quedará de ellos. Pero ¿sirve de algo lo conseguido? Probablemente no, al menos este año. En cualquier caso, no lo podemos afirmar con certeza porque ignoramos las pérdidas reales sufridas por unos y otros y tampoco conocemos las reservas de que disponen.
A juicio de muchos expertos occidentales, Ucrania se ha equivocado manteniendo al tiempo tres ejes de contraofensiva. Para algunos, habría sido mejor concentrar todas las fuerzas disponibles en un punto del frente. Personalmente, creo que quienes piensan así no valoran suficientemente la superioridad aérea rusa, que desaconseja la concentración.
Sí hay acuerdo entre los analistas occidentales a la hora de evaluar la táctica defensiva rusa como doctrinalmente correcta. Teóricamente, cambia espacio por desgaste del enemigo y luego contraataca para recuperar lo perdido y evitar la rotura del frente en profundidad.
Sin embargo, muchos blogueros rusos no están tan satisfechos, porque alegan que la presión del Kremlin obliga a los mandos militares a contratacar antes de lo que sería prudente, provocando un alto número de bajas en sus unidades. Como los contrataques suelen ser llevados a cabo por elementos de las brigadas aerotransportadas sustraídos a otros lugares del frente –lo mejor de las fuerzas que Rusia conserva desde la retirada de la compañía Wagner– el empeño en recuperar el terreno perdido, obedeciendo a intereses políticos, provoca que el Kremlin se vaya quedando sin capacidad ofensiva.
¿El segundo ejército de mundo?
Arrebatar la iniciativa al que algunos creían el segundo ejército del mundo con apenas unas decenas de carros occidentales y sin aviones de combate modernos no es un logro pequeño. Pero muchos esperaban más. Las cosas, es verdad, no han terminado. Las lluvias del otoño no pararán los combates, como no lo hicieron en Jersón el año pasado. En el momento actual, los asaltos los protagonizan unidades pequeñas de infantería, menos vulnerables al barro que los carros de combate, y seguirá siendo así.
Con todo, y aunque me alegraría mucho equivocarme, parece que la fruta todavía no está madura. La batalla de Zaporiyia, por desgracia para Ucrania y también para Rusia, no terminará este año. Quizá el que viene.
Remontando el vuelo, retomamos la vista de pájaro en la que los analistas nos sentimos más cómodos. De vuelta en nuestra zona de confort, podemos recordar que Rusia, que celebró hace unos pocos días con un concierto la «anexión» de las cuatro regiones ucranianas parcialmente ocupadas, lleva cuatro meses sin avanzar un metro.
¿Qué quiere eso decir? Que, para defenderse, a Ucrania le basta lo que tiene. Pero si no quieren ver la guerra eternizarse a la espera de que, como le ocurrió en Afganistán a la URSS, caiga Rusia como fruta madura —es una opción, aunque tiene sus riesgos— los líderes occidentales tienen que empezar a entender que la ofensiva requiere mucho más.
Los combates en Zaporiyia, desde la perspectiva estratégica, no dejan de ser parte de ese forcejeo de peones
Por el momento, los combates en Zaporiyia, desde la perspectiva estratégica, no dejan de ser parte de ese forcejeo de peones que expliqué por primera vez en la prensa en los primeros días de mayo del año pasado.
Tablas sin gloria, pronosticaba entonces para el conflicto. Y ¿por qué sin gloria? me han preguntado alguna vez quienes merecidamente admiran el coraje de las tropas ucranianas. Porque, si hubiera creído las advertencias de Washington anteriores a la invasión, Zelenski habría podido defender más que simbólicamente el estrecho istmo de Crimea. Probablemente, toda la sangre vertida para recuperar Zaporiyia habría sido innecesaria y, además, el lector no habría tenido que aburrirse con este artículo.
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