Antes de perder toda comunicación con sus familiares, a las 7:36 de la noche del pasado 21 de octubre, Leomarly Morón, de 27 años y graduada como comunicadora social, empezó a hablar por celular con su mamá, Libia Pieruzzini, quien poco tiempo después le colgó para que zarpara en una lancha desde San Andrés a Corn Island, Nicaragua, junto a su hija y su esposo.
Hablaron 15 minutos en los que desde una iglesia en Guanare, Venezuela, Libia cerró con un mensaje de despedida para Leomarly, que al otro lado del teléfono se lamentó por no poder hacer lo mismo con su papá: «Salió con un dolor en el alma, no pudo despedirse de él. Me dijo que cuando llegara a Nicaragua se comunicaba conmigo», contó Libia.
Según ella, en los últimos días al viaje, a Leomarly en las llamadas se le notó trancada y llorando a cada nada, ya que tenía mucho miedo de lo que fuera a pasarle tras su embarque, que en realidad comenzó con una travesía desde el 16 de octubre, cuando arrancó del terminal de Guanare para hacer escala en Cúcuta y Bogotá. Junto a Nikole, su hija de siete años, y su esposo Gonzalo Méndez, Leomarly esperaba arribar a Nicaragua en cerca de ocho horas de trayecto, para así trepar a su destino final: Estados Unidos.
No se sabe aún si alcanzó a tocar tierra en ese país, pero lo que sí es cierto es que el caso de esta familia venezolana, parecido a los de los demás protagonistas de esta historia, no es el del adiós por un par de horas, sino el de la zozobra de 50 días hasta este 10 de diciembre en los que nadie tiene claro qué fue lo que pasó esa noche, en la que cuatro minutos después de la conversación entre Libia y Leomarly, a las 7:40, Lis Mary Márquez le escribió un último reporte a su cuñada Yuthnehil Díaz. El corto mensaje fue para avisar que estaba saliendo de la posada en la que se había quedado en San Andrés, y que ya se iba a subir a la lancha.
A estas dos mujeres se sumó Myleden Porras, quien por cientos de dólares había comprado un puesto en la embarcación que con sobrecupo salió desde el sector La Piscinita con destino a Corn Island. La hora de despegue en registros oficiales marcó a las 8:02 de la noche del sábado 21. Ese día les llovió y ningún radar militar detectó el movimiento irregular del grupo de migrantes, al parecer conducido por los lancheros colombianos Jhon Valdiri y Elkin Herrera, de quienes tampoco hay rastro.
Entre las autoridades, la hipótesis que más ha cobrado sentido hasta este domingo sobre por qué nadie da señales de vida es un posible naufragio, algo que de lleno descartan las familias, que dicen que tienen elementos para demostrar que lo que pasó fue un secuestro o un caso de trata de personas. Para este domingo, día en el que cada entidad sigue buscando pistas para esclarecer esa controversia, otra de las mujeres desaparecidas ya tendría que haber dado a luz, pues se subió con ocho meses de embarazo a la lancha.
La embarcación en la que iban venezolanos, colombianos y chinos -entre ellos varios menores de edad- se llama IAS II, y con cupo para solo 31 personas, había sido incautada el 8 de agosto de este año. Sin embargo, la Armada Nacional reveló esta semana que dos días después -el 10 de agosto- debido a un tercero de buena fe fue entregada de nuevo a quienes harían parte de una red de tráfico ilegal de migrantes.
De allí se desprende otra pista de este caso con 42 desaparecidos: que todo se enmarca en el modelo de migración irregular que se ha desarrollado en San Andrés en los último meses, donde les venden a personas paquetes VIP de hasta 5.000 dólares bajo la idea de ser una ruta alterna rumbo a Norteamérica, más segura que la del Tapón del Darién, por donde es más barato llegar a Panamá debido a la adversidad de la selva hostil, que incluye las agresiones de los coyotes.
En el caso del 21 de octubre, como víctimas también están los niños Endry Vásquez -de 13 años- y Edwin Guevara -de 3 meses-, a quienes el 17 de ese mes en busca de mejores oportunidades se llevó Dylimar Guevara desde La Dorada, en Putumayo, hasta San Andrés, donde pagaron 2.700 dólares por tener un espacio en la lancha.
Sobre estas 42 desapariciones, varias autoridades de orden local y nacional presentaron sus reportes el pasado miércoles en San Andrés, hasta donde viajaron -ayudados por la Procuraduría- algunos familiares inconformes con la búsqueda. En el evento, el delegado de la entidad Javier Sarmiento concluyó que aunque a veces los trámites legales no funcionan en los tiempos que se quisiera, «quedó en evidencia que las autoridades investigativas han desplegado sus capacidades para establecer qué ocurrió con estas personas».
Los buscadores
Según la Armada Nacional, en lo corrido de este año han sido rescatados 428 migrantes en San Andrés, siendo 96 de ellos menores de edad. En el caso del 21, el miércoles mostraron un mapa de las búsquedas emprendidas en el buque ARC Antioquia para dar con las víctimas, quienes además cuentan con un grupo de personas que durante varios días han viajado por el país buscando respuestas.
Libia y su esposo Gustavo Morón salieron a mediados de noviembre desde Guanare a Bogotá a tocar puertas y poner denuncias en todo lado; José Luis Porras sacó unos días de su trabajo en una tienda de pasteles en Rubio, Venezuela, para dar con su hija Myleden; y Gustavo Azócar dejó San Cristóbal para coordinar y asesorar la búsqueda en la que no tiene familiares entre el listado, pero en la que ha sido el enlace con las autoridades.
Todos ellos aterrizaron el 6 de diciembre, acompañados por El Tiempo, en San Andrés, adonde también llegó Yolmedi Gómez, que viajó desde La Dorada, Putumayo. Ya en la isla, este puñado de gente que carga con los pesares e inquietudes de quienes no pudieron viajar, puso en conocimiento de la Fiscalía, Migración Colombia, la Armada, la Policía y otros entes las pruebas que han recaudado y que les llevan a pensar en que no se trataría de un naufragio.
Por su parte, a miles de kilómetros de distancia, Fabiola Sánchez -familiar de una de las desaparecidas- también ha recolectado evidencias como videos de los instantes previos a las 8:02 de la noche, así como nombres, documentos y rostros de los responsables de la lancha. De hecho, conserva hasta los oficios del vuelo y el bote de búsqueda privado que pagaron hace unos días para dar con sus seres queridos.
De todo ese material, contó Fabiola, sobresalen varias preguntas que están por resolverse, como el hecho de que algunos celulares siguieron registrando actividades pese a que supuestamente naufragó la IAS II. Sobre esto, la directora de la Fiscalía en la isla, Tatiana Angulo, explicó que se identificaron 30 celulares, y cinco de ellos tienen actividad en WhatsApp. Para poder rastrearlos, un juez acaba de dar la autorización de levantar la reserva de seis líneas internacionales.
Otra pista que tiene es que el celular de uno de los 42 tripulantes trazó la ruta de cómo después de la partida desde La Piscinita, a los 20 minutos hubo un regreso a San Andrés del que nadie ha hablado con certeza. Ante esto, Fabiola se pregunta si es que San Andrés es el nuevo Triángulo de las Bermudas en el que todo desaparece.
«No somos investigadores, pero tenemos lógica y dos dedos de frente». Con esas palabras, la buscadora además hizo énfasis en que espera mayores resultados para así acabar con esta pesadilla que tocó a su familia.
Las emociones
―Dos salidas en falso, iban a salir el 19 y nada, el 20 tampoco, y fue el 21. Eso era para decir ‘no me voy, coño, no me voy’.
―Clarooo.
―Qué vaina, chico, de verdad.
―Yo les dije, yo les dije.
―Cuando uno no lee los señales, no joda.
―Ellos tuvieron muchos avisos.
Quienes entablaron esa conversación sentados en un hotel de San Andrés fueron -respectivamente- Gustavo Azócar y Gustavo Morón, papá de Leomarly. Este último hombre dijo que el primer aviso de que la travesía no convenía fue que desde antes su hija estaba disgustada con el marido (Gonzalo), y que se fue a San Andrés sin muchos ánimos.
«Yo sé que mi hija no se fue gustosa, se fue muy triste, no se fue alegre», le contó Gustavo Morón a este diario, subrayando que la ida a Estados Unidos se impulsó debido a que la pareja quedó en embarazo. De esa situación se dieron cuenta de una forma tradicional: «Yo tengo un método para saber cuándo la mujer está embarazada. Le cuelgo un cordón, lo uno, y si pasa el cuello no está embarazada. Resulta que no le pasó, entonces le dije que se hiciera un examen porque estaba embarazada».
Libia añadió que de esa noticia se dieron cuenta solo cuatro días antes de que empezara el viaje a San Andrés, de ahí en parte el miedo que sentía Leomarly. Además, esta madre buscadora comentó que su yerno grababa todo movimiento en la isla: «Llevaba una visión de que aquí las cosas no iban a salir bien, grabó al tipo desde que lo sacó del aeropuerto hasta que lo montó en la lancha».
Por eso, ante la impotencia de no saber qué pasó con su hija, nieta, yerno y bebé en camino, la mujer les preguntó a las autoridades reunidas el miércoles «cómo es posible que en sus narices esté pasando todo lo que está pasando», dirigiendo su cuestionamiento especialmente al gobernador Everth Julio Hawkins, quien salió al paso respondiendo que si bien le compete este asunto, hay otras autoridades encargadas de también ayudar a resolverlo.
Quien se mantuvo en silencio y habló en pocas oportunidades fue José Luis Porras. Con un canguro cruzado en su pecho, el miércoles se paró solo frente al mar de San Andrés. No lo conocía, y limpiándose un par de lágrimas pensó en su hija, con quien había empezado a sostener una relación más cercana luego de unos años alejados.
«Llegar a esa costa y saber que en alguna orilla de esta isla esa embarcación salió. Llegue ahí y miré la orilla del mar y me pregunté: ¿estará aquí adentro o afuera? Yo la tengo a ella, y duele, ahora la señora Libia… que tiene a cuatro familiares».
Ese dolor y revoltijo de emociones compartidas lo llevó a contar que el viaje de Myleden, de 29 años, surgió luego de que hace más de un año intentó irse a Estados Unidos por México con su esposo y su hija. Todos pasaron el control en Bogotá, pero ella no. ¿Por qué? Según José Luis, porque si bien es venezolana, como ciudadana colombiana no llevaba cédula sino contraseña, y en la puerta del avión a Cancún, las autoridades la pararon para hacerle un chequeo a sus papeles. «Cada quien iba con un pasaje diferente. Obviamente cuando ellos (esposo e hija) estaban pasando, ven que a ella la retienen, y con señas de ojo les dijo que siguieran», detalló el papá, añadiendo que su nieta está deprimida y que no hace sino preguntar todos los días dónde está la mamá.
Por su parte, Yolmedi Gómez intervino poco en la reunión y tras un par de lágrimas, a su salida comentó que el último mensaje con su cuñada Dylimar fue a las 3:17 de la tarde del 21 de octubre, ocasión en la que le comentó que «la habían sacado del hotel sin sus cosas y sin saber por qué, y que el bebé de tres meses (Edwin) estaba mojado».
Desde entonces vive una incertidumbre a la que se le suma otro ingrediente: las extorsiones que le han hecho diciéndole que a sus seres queridos supuestamente los tienen secuestrados los del cartel Jalisco Nueva Generación, o un grupo de indígenas miskitos, de Nicaragua.
Con esa versión sobre la mesa, Yolmedi dijo que si la Procuraduría no ponía a correr a las otras instituciones, el caso iba a pasar desapercibido como el del año pasado, cuando se perdieron 59 personas en circunstancias similares. «Que les desaparezcan a uno de ellos a ver si van a mover hasta cielo y tierra, porque una cosa es escucharlo, otra cosa es que tú lo vivas», cerró.
Frente a esta cantidad de relatos, que son solo una parte del total de 42 perdidos, las voces de todos los familiares están unidas para lograr ser atendidos por el presidente Gustavo Petro. En especial, esa idea la mencionaron Gustavo Azócar y Fabiola Sánchez, quienes dijeron que seguirán insistiendo en poder concretar la cita, pues creen que el jefe de Estado es el único que tiene el poder para mover a otros países de Centroamérica -e incluso al mismo Venezuela- en la búsqueda, en la que Libia alcanzó a pasar el pasado miércoles en la noche por los lados de la casa en la que estuvieron hospedándose su hija, nieta y yerno antes de partir al mar.
Por ahora, ella, su esposo Gustavo, José Luis, Yolmedi y Yuthnehil Díaz aseguran que se seguirán movilizando hasta donde tengan que ir, porque tienen la esperanza de dar pronto con sus seres queridos. Y mientras no les den respuesta concreta, Libia manifestó que continuará creyendo que en este caso pasa algo raro, porque «cuando aparecieron unos pasaportes (en Costa Rica de los migrantes), dicen que aparecieron ropa y bolsos, ¿dónde están? Por más que sea el mar, expulsa todo lo que no es de él. 30 y pico de personas y no hay ni siquiera un cuerpo».