Entrevista por Manuel Alcántara / Latinoamérica21
A los 88 años de edad, José «Pepe» Mujica, expresidente de Uruguay (2010-2015), vive hoy retirado de la política en su famosa chacra en la periferia de Montevideo.
Manuel Alcántara, uno de los grandes expertos actuales de la política de América Latina entrevista a este político de raza y exlíder del movimiento guerrillero tupamaro, convertido en referente de la izquierda latinoamericana y figura político de escala global
—Pepe, estamos viviendo un momento histórico particular, ¿cómo lees hoy, desde el retiro, el contexto global?
—Lo que abunda en este tiempo es la incertidumbre. Andamos como pisando brasas, nada parece ser terminante, todo se tambalea. Muchas de las instituciones tácitas de nuestra humanidad se están desarticulando. Da la impresión de que no estamos en una época de cambio, sino que estamos en un cambio de época.
—En este contexto, ¿cuál es el principal problema que ves ahora mismo en Uruguay?
Es un problema que tiene todo América Latina. La política internacional no existe, es la protección de los intereses nacionales. Necesitamos acuerdos para un cúmulo de cosas, pero las decisiones se toman desde el mundo desarrollado y estas no necesariamente concuerdan con las del mundo no desarrollado. No existe una política internacional que trate de crear una armonía de carácter mundial. Este es un problema que se está transformando en un fenómeno geológico y la humanidad no tiene conciencia de que hay que tomar medidas de carácter mundial porque lo recomienda la ciencia. Además, está el tema de las materias primas. Nuestro intercambio es una permanente pérdida de valor porque no podemos vender valor agregado y vamos corriendo de atrás. Este es un escalón superior del colonialismo. Pero se nos está acabando el tiempo y la disponibilidad de recursos, y no sabemos manejarlo. Yo no creo que haya crisis ecológica, la crisis es política porque hace más de 30 años que sabemos lo que hay que hacer y no lo podemos instrumentar.
—¿Cómo se conjuga el Uruguay del pasado con el de hoy?
—En Uruguay tenemos una gran deuda con nuestros abuelos… En la década del treinta teníamos un PIB per cápita como Francia o Bélgica. El Río de la Plata estaba muy despegado de la región. Pero después de la guerra esa realidad cambió. Europa que era nuestro mercado natural se cerró, cada vez vendíamos más barato y comprábamos más caro y hacia 1960 empezamos a parecernos cada vez más a América Latina. Y a la larga también nos tambaleamos políticamente. Los pueblos cuando están bien y caen de golpe sufren mucho más que aquello emergentes. Es difícil para las masas entender y soportar las dificultades de una vida que se empobrece.
—Pero había en la sociedad uruguaya una suerte de resiliencia y en los años ochenta se logró una transición casi modélica…
—Sí, sí, volvimos. Aceptamos los defectos de la democracia y decidimos luchar dentro de ella para tratar de mejorarla sabiendo que no es perfecta. Dentro de la variable que podríamos elegir había que cuidarla y luchar por mejorarla y eso es, por ahora, un punto en común de la mayoría de los uruguayos.
—Desde fuera, sorprende el talante de la clase política uruguaya y esa falta de polarización que vemos en otros países.
Se trata de cultivar un capital común, tenemos pensamientos discordantes, pero somos conscientes que componemos un “nosotros”. Y eso hay que valorarlo mucho porque la democracia, por su naturaleza, necesita relaciones humanas y cierto nivel de respeto que se transmita hacia el resto de la sociedad. La relación de perro y gato termina afectando la convivencia. Si los dirigentes no dan el ejemplo no pueden pretender que la sociedad respete las leyes del juego, que significa tener diversidad de opiniones y poder convivir como pueblo. No quiere decir que no existan diferencia, y a veces muy graves, pero hay que tratar de sobrellevarlas.
—Tu período coincidió con el auge y descenso de cierta pulsión por un tipo de integración latinoamericana. ¿Qué recuerdos tienes?
—Chávez impulsó mucho esta idea. Y nosotros estamos trabajando en ello hoy porque es una de las maneras de defender nuestra suerte. Pero si nos seguimos viendo como países nunca lo entenderemos. Ante el Covid, cada gobierno salió a hacer lo que pudo. Si nos hubiésemos manifestado grupalmente podríamos haber tenido más suerte. Tenemos un cúmulo de cosas en común que debemos defender. Por ejemplo, hoy podría organizarse una OPEP del litio, todas las potencias están viniendo porque acá en América Latina hay tres países fuertes (Chile, Bolivia y Argentina). Pero si cada uno va por su lado van a terminar perdiendo una gran oportunidad. Lo que falta es liderazgo. Desde Bolívar siempre se ha hablado de integración, pero estas ideas fueron siempre impulsadas por pensadores, pero nunca bajaron a las corrientes populares. Estamos en un proceso de tratar que la gente entienda que no es un problema intelectual, es un problema de todos.
—¿Cuál es el rol del político?
—He sido un militante social desde los 14 años y lo sigo siendo. Para mí la política no es una profesión, es el sentido que he encontrado a la vida, y como tal me resulta imposible concebir mi vida sin ella. Esencialmente he añorando mejorar un poco la sociedad donde nací. Lo hago por la sociedad. O tal vez por mí mismo, por darle un sentido a la vida.
—¿Y entonces, qué consejo darías a alguien que quisiera dedicarse a la política?
—Que trate de conocerse a sí mismo y si le gusta mucho la plata que no se meta jamás en política. Hay que tener pasión por la política. Conjugar los inevitables egoísmos individuales y la existencia de ese todo que nos ampara que es la sociedad, es la función de la política. La política se puede aprender, pero hay una brasita que se tiene o no.
—Para terminar, de tus conocidos de la política ¿qué tres personalidades resaltarías como buenos ejemplos?
—Conocí a Fidel, estuve con el Che Guevara y por supuesto con Chávez. Pero me impresionó mucho la señora Merkel. Soy amigo íntimo de Lula, todo un personaje de la historia de nuestra América Latina y a quien le tengo mucho respeto. Y si tengo que señalar un tercero, es un hombre poco conocido que se llamaba Raúl (Raúl Sendic, padre del ex vicepresidente uruguayo), fue la única persona que conocí que diez años antes que se hiciera pedazos la Unión Soviética lo predijo. Esta es una magia en alta política.
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