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Cientos de venezolanos se enfrentan a un sentimiento agridulce al llegar a la frontera sur de EE UU

Por AFP
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Después de semanas de recorrer peligrosas rutas, cientos de venezolanos vivieron momentos agridulces el sábado al llegar a Eagle Pass, en la frontera de Estados Unidos con México, y encontrarse con un tupido enjambre de militares armados y alambre de púas.

«¿Estamos seguros?», preguntaba la venezolana Karlen Ramírez, quien lloraba luego de haber cruzado el río Grande (o río Bravo), frontera natural que separa ambos países, y haberse abierto camino entre el alambre junto con cientos de compatriotas que huyen del país, inmerso desde hace años en una profunda crisis económica, social y política.

Eagle Pass, ciudad de Texas con casi 30.000 habitantes, se convirtió en la puerta de entrada para miles de migrantes que llegan a Estados Unidos en busca de una vida mejor.

Junto a un campo de golf que se extiende por debajo de uno de los puentes que conectan México y Estados Unidos, autoridades estadounidenses colocaron rollos de alambres de púas, el último obstáculo para los migrantes en su travesía hacia el «sueño americano».

«Todos somos venezolanos», dijo Jesús Ramírez, quien desplegó una pequeña bandera tricolor de su país. «Todos nos vamos, todos menos uno, el que tendría que irse», en referencia a Nicolás Maduro.

Venezolanos en la frontera de Estados Unidos

venezolanos

Decenas de migrantes llegaron a la frontera entre Estados Unidos y México el 22 de septiembre de 2023, con la esperanza de ser admitidos en el primer país, mientras que las fuerzas fronterizas esa nación informaron de 1,8 millones de encuentros con migrantes en los últimos 12 meses. Foto: Andrew Caballero Reynolds / AFP

La mayoría de los recién llegados viene de Venezuela. Algunos, como Luis Durán, de Maracaibo, dijo que al ver toda la frontera cubierta de alambre de púas sintió miedo.

«Pensé que nos iban a maltratar», agregó el venezolano de 37 años de edad que alternaba el llanto y la sonrisa nerviosa luego de cruzar por un hueco por el cual también entraron más de 500 migrantes a primeras horas de la mañana.

Ya en la tarde, otro grupo menos numeroso aseguró haber recibido maltratos de militares. «No nos dejaron pasar y nos hicieron caminar y caminar», dijo José Ruiz, venezolano de 29 años que dice haber recorrido junto con su esposa casi dos kilómetros a la vera del río bajo el abrasador sol de Texas con el termómetro llegando a los 40º C.

«A ellos no les importa, nos faltaron el respeto varias veces».

«Les pedimos agua, y no nos dieron, se la tomaban frente a nosotros», dijo su esposa Katiuska Rodríguez.

«Ahí estuvimos como tres horas, o cuatro horas. Allí esperando, ya el sol, y peligrando con el agua, que nos podamos ahogar», dijo Antony Quintero, de 21 años, señalando al primer punto donde les impidieron entrar.

«Lo que hemos pasado es muchísimo peor»

El personal de Aduanas y Protección Fronteriza de Estados Unidos observa mientras una persona lleva a un niño sobre  alambre de púas en Eagle Pass, Texas | Foto: Andrew Caballero Reynolds / AFP

Desde octubre del año pasado las autoridades estadounidenses interceptaron a 2,2 millones de migrantes en su frontera sur, según datos oficiales.

La cifra demuestra el desafío que enfrenta Washington en materia migratoria.

El problema divide a la sociedad estadounidense. Y lo utilizan políticamente republicanos y demócratas para atacarse mutuamente.

Con las tensiones aumentando en el estado conservador de Texas, Alejandro Mayorkas, secretario de Seguridad Nacional de Estados Unidos, se reunió el sábado con la presidenta de Honduras, Xiomara Castro, en la ciudad fronteriza de McAllen. Juntos visitaron algunos refugios de migrantes.

La administración de Joe Biden ha intentado desalentar ese flujo migratorio con programas especiales para tramitar asilo y visas en países como Venezuela.

Y en el terreno, las autoridades aplican estrategias disuasivas.

El sábado un convoy llegó para reforzar con personal y más alambre los huecos que los migrantes han hecho para entrar en Estados Unidos en los últimos días.

Retazos de ropa cuelgan de las púas, imagen que ilustra la determinación de los migrantes venezolanos. Muchos de ellos han tenido que cruzar la  peligrosa selva del Darién, en Panamá, han caminado cientos o miles de kilómetros o se han subido al techo de algún tren para llegar a Estados Unidos.

Un alambre de púas no les cortará el paso. Excavan agujeros para pasar por debajo o hacen huecos para cruzar con cuidado ante la mirada de militares.

«Esto aquí», dijo Dileidys Urdaneta, venezolana de 17 años, señalando el alambre. «No es nada, porque lo que hemos vivido, lo que hemos pasado, es muchísimo peor. Y lo que dejamos atrás, ni se diga, no hay comparación».

La adolescente llegó a Eagle Pass el sábado solo con documentos, un teléfono sin batería y la ropa que vestía, pero con la esperanza de que ahora todo «solo puede ser mejor».

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