Justo en las afueras de Etheringbang, un pequeño puesto fronterizo guyanés en medio de la selva, en la frontera venezolana, el río Cuyuní que separa a Guyana de Venezuela corre por orillas llenas de maleza. En el lado norte, me dicen los lugareños, se encuentra un campamento de guerrilleros colombianos, viviendo a unos 700 km. de su país natal, mientras otros grupos armados también operan cerca.
Desde mi posición junto al agua no puedo distinguir el campamento, pero veo a tres hombres vestidos de negro, uno con un arma de alto calibre, parado en un pequeño claro. Mantengo una distancia prudente y veo cómo al pasar un bote de pasajeros los hombres de negro le exigen al capitán que se detenga.
Es el primero de una serie de puntos de control (éste controlado por la guerrilla, otro por las fuerzas de seguridad venezolanas y un tercero por miembros de grupos criminales), donde los botes son extorsionados antes de llegar a las minas de oro a lo largo del río.
Etheringbang se encuentra en el extremo occidental de la región del Esequibo, 160.000 kilómetros cuadrados de selva tropical casi impenetrable. Junto con un campo petrolero en alta mar, Esequibo es objeto de una disputa territorial entre Venezuela y Guyana, que precede la independencia de este último de Gran Bretaña en 1966, y actualmente está en proceso ante la Corte Internacional de Justicia en La Haya. Pero para las autoridades guyanesas, esa batalla legal es una preocupación menos urgente, que sus frecuentes choques con grupos irregulares en busca de ganancias ilícitas a lo largo del Cuyuní.
El río serpentea a través de paisajes de vegetación exuberante, pero plagados de empresas criminales, dedicadas principalmente a la minería ilegal de oro y al tráfico de personas. Este último se ve impulsado por la crisis en Venezuela, donde el gobierno y la oposición continúan enfrentados en medio de una catástrofe económica, que está produciendo una emigración masiva a múltiples destinos, incluida Guyana.
Aunque Washington parece haber reducido su beligerancia hacia Caracas, altos oficiales militares en la capital de Guyana, Georgetown, se preocupan por la posibilidad de una intervención militar extranjera, para derrocar al gobierno del presidente Nicolás Maduro en Caracas. Un mayor del ejército me dice que le preocupa que una posible intervención provoque el desplazamiento hacia Guyana, de actores de varios grupos armados ilegales, que ahora se refugian en Venezuela.
Este desplazamiento, posiblemente incluiría a miembros del Ejército de Liberación Nacional de Colombia, grupo guerrillero enfrentado al gobierno colombiano, que tiene presencia hace tiempo en Venezuela, pero que en los últimos tres años se ha expandido y se ha alineado con Maduro, frente a la presión internacional para expulsarlo.
También incluiría a grupos de crimen organizado conocidos como sindicatos, que se alimentan de la boyante economía ilícita en las regiones mineras de Venezuela.
En su celular, el mayor hojea fotos tomadas de redes sociales en las que aparecen hombres armados y dice que ahora están activos en la frontera. La intervención extranjera, en palabras del mayor, podría provocar la «sincronización de todos los elementos criminales venezolanos», a medida que avanzan hacia Guyana.
Incluso sin una intervención, la compleja y violenta dinámica entre los grupos que se enfrentan por controlar la riqueza mineral de Venezuela, ya está provocando que actores armados crucen la frontera hacia este pequeño estado caribeño, que cuenta con unas fuerzas armadas de tan solo 3.500 hombres.
Calles de oro
Es difícil exagerar la lejanía de Etheringbang o lo lejos que parece estar de las autoridades de Georgetown. El poblado no aparece en muchos mapas. El pequeño avión que tomo al puesto fronterizo, lleva a otras cuatro personas: un minero guyanés y dos mujeres venezolanas, acompañadas por un hombre. Los otros siete asientos están ocupados por alimentos y equipo de minería.
Durante el vuelo de 90 minutos desde Georgetown, nuestro avión nunca supera la altura de las nubes, lo que nos da una vista inigualable de la selva tropical.
A cierta distancia a la derecha de nuestra ruta de vuelo, se encuentra el lugar donde se llevó a cabo la masacre de Jonestown, un infame suicidio masivo perpetrado por una secta fanática de Estados Unidos, que cobró más de 900 vidas en 1978.
Cada tanto, aparece una mancha café en la inmensidad verde, salpicada de pozos de agua estancada, a veces extendiéndose a lo largo de una cañada o arroyo seco. Estas son las cicatrices de la minería de oro, un importante impulsor de la degradación ambiental en la cuenca del Amazonas.
Después de girar bruscamente sobre Venezuela, nuestro avión se dirige a una pista de aterrizaje sin pavimentar, un rasguño ocre sobre la alfombra verde. Al lado de nuestro lugar de aterrizaje hay una oficina de la Comisión de Geología y Minas de Guyana y otra construcción compartida por la policía local y un solo oficial de migración.
Etheringbang no tiene alcalde. El pueblo no es mucho más que una calle sin pavimentar a lo largo del Cuyuní, bordeada de clubes nocturnos, burdeles y restaurantes, así como humildes tiendas de abarrotes y algunas palmeras. Alrededor de las 8:00 pm, el reguetón comienza a sonar en los parlantes de los palacios de baile de madera, ahogando los generadores que gruñen a lo largo de la orilla del río.
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La moneda principal en Etheringbang es el oro. En las tiendas de abarrotes, los precios incluso se dan en gramos de oro: 0,2 gr. por un frasco grande de Nescafé, 0,3 gr. por mantequilla de maní. El pueblo está lejos de cualquier banco que dispense dólares guyaneses; el bolívar venezolano disponible más fácilmente es casi inútil, dada la hiperinflación al otro lado del río.
Dos veces al día, en la mañana y al final de la tarde, algunos policías recorren la ciudad. Caminan por la calle principal en pantalonetas y sandalias, luciendo sus ametralladoras.
En mi segundo día en la ciudad, mientras examino el surtido de una tienda de abarrotes, conozco al jefe de policía, quien usa gafas de sol en la noche, un collar de oro grueso, reloj, pulsera, y un anillo con un gran símbolo de Mercedes-Benz. Me saluda con desconfianza y su lenguaje corporal me dice que no le interesa conversar.
Atadas fuera de la tienda, docenas de canoas motorizadas cargadas de barriles plásticos vacíos flotan en las tranquilas aguas del Cuyuní. Los hombres que operan estos improvisados carrotanques fluviales están temporalmente sin trabajo, porque los suministros de combustible de Venezuela se han paralizado.
El colapso de la industria petrolera venezolana debido a la implosión política y económica del país, exacerbada por las sanciones petroleras estadounidenses impuestas en enero, detuvo el flujo de petróleo y gasolina a través de la frontera. Privados del combustible venezolano, uno de los principales elementos de la economía local, los medios de supervivencia de los pobladores de Etheringbang se ven reducidos a la extracción de oro y trabajar en los bares o la industria del sexo.
Migración y explotación
Hay más de 36.000 venezolanos en Guyana, un país de 780.000 habitantes. Algunos son refugiados que han venido por sus propios medios; otros son víctimas de la trata de personas. El Cuyuní es una de las tres rutas principales de migración de Venezuela a Guyana.
Desde San Martín de Turumbán, la ciudad venezolana más cercana a Etheringbang, migrantes y refugiados cruzan el río que demarca la frontera por un tramo de 100 km., antes de curvar hacia el interior. Pueden llegar a ciudades de Guyana después de tres días por barco.
La segunda ruta pasa por Brasil, atraviesa el estado de Roraima y su capital, Boa Vista, y entra en Guyana a través de un pueblo llamado Lethem. Luego, un autobús lleva a los migrantes y refugiados en un viaje de dieciocho horas a través de la selva hasta Georgetown.
Los medios de comunicación de Guyana advierten de agentes de policía corruptos que extorsionan a los extranjeros en esta ruta, exigiendo pagos en efectivo u oro en los puntos de control. Le pregunto a una empleada de una ONG local que trabaja con refugiados si las extorsiones son frecuentes. «Es la norma», responde ella. Un representante de la Organización Internacional para las Migraciones confirma que la extorsión es común en los puntos de control.
El tercer medio de entrada es marítimo. En uno de los lugares a donde llegan los barcos, la ciudad de Mabaruma, cerca de la frontera, cientos de refugiados venezolanos duermen en las calles, ya que la policía guyanesa les ha impedido viajar más allá.
Desde que un ferry que transportaba a unos 140 venezolanos llegó a Georgetown en mayo de 2019, las autoridades han tratado de detener la llegada de migrantes a la capital.
En un día cualquiera, Etheringbang alberga a más de 500 personas que en su mayoría no viven en la ciudad, según el cálculo de un médico local. La mayoría provienen de Venezuela y muchas son trabajadoras sexuales. Los otros residentes temporales vienen a la ciudad para descansar, comprar suministros o buscar entretenimiento después de semanas o incluso meses de trabajo pesado en los pozos mineros dispersos alrededor.
Juliette (no es su nombre real) es una mujer de 22 años de Caracas, madre de dos hijos. Han pasado cinco meses desde que llegó a Etheringbang. Anteriormente, trabajó en las minas de oro ilegales del estado Bolívar en Venezuela, de las cuales salió tras contraer malaria. Luego pasó un tiempo como inmigrante en Colombia, antes de regresar a Venezuela y finalmente cruzar a Guyana.
«Sexo por supervivencia» es el término que las trabajadoras sexuales locales dan a su ocupación. Cada cliente solía pagarle aproximadamente un gramo de oro, pero debido a la escasez de combustible, los clientes ahora tienden a pagar 0,5 gr. o menos. «Escasamente alcanza para habitación y comida», se queja Juliette. Tiene tres días de atraso en su renta y es posible que no pueda enviar dinero a sus hijos.
«Esta amenaza constante»
Los orígenes de las cargas y desafíos de este puesto fronterizo (la afluencia de población, la sublimación de la moneda legal al oro, la corruptibilidad policial y la prostitución) se encuentran en los estados venezolanos del sur, Bolívar y Amazonas, que limitan con Brasil y Colombia, así como con Guyana. En 2016, el gobierno del presidente Maduro, buscando contrarrestar la severa contracción económica del país, estableció una gran área en estos estados para la extracción de oro, coltán, diamantes, tierras raras y otros minerales valiosos, designándola como el Arco Minero del Orinoco.
La mayoría de inversionistas extranjeros se han mantenido al margen de la iniciativa, pero grupos armados no estatales, a menudo en complicidad con las fuerzas de seguridad locales, han ampliado su dominio a través de estos territorios y han captado gran parte de la riqueza mineral.
Al hacerlo, han explotado el flujo de trabajadores migrantes, que huyen de la falta de oportunidades económicas en otros lugares de Venezuela.
En las minas venezolanas, la guerrilla colombiana, en especial el ELN, y, en menor medida, los disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (cuyo órgano principal se desmovilizó en 2016) se enfrentan por el control con los sindicatos venezolanos.
Sus enfrentamientos armados han desplazado a estos últimos, así como a muchos venezolanos del común que buscan ganarse la vida, hacia la disputada frontera con Guyana.
Para alejar a los intrusos, se despliegan soldados guyaneses en lo profundo de la selva, pero estos tienden a evitar acciones que puedan resultar en una escalada con cualquier enemigo potencial. «No quieren sacudir el bote», explica un empresario guyanés, propietario de una mina cerca de Venezuela.
Él cruza el Cuyuní con tanques de combustible, equipo y comida para sus trabajadores, navegando por los tres puntos de control en el camino. Todos están armados con rifles, mientras que los guerrilleros también llevan granadas, dice. «Tenemos esta amenaza constante», agrega, refiriéndose a los diversos actores armados situados a lo largo de la frontera.
La creciente violencia en el sur de Venezuela ya se ha extendido a través del río. En noviembre de 2018, un policía guyanés en un bote recibió un disparo desde la orilla venezolana del Cuyuní. Sindicatos atacaron campos mineros de Guyana en enero, y uno de sus miembros murió en el tiroteo.
Conteniendo los riesgos de la violencia
Las autoridades de Guyana tienen dificultades para contener los riesgos que acechan en la hermosa selva que rodea Etheringbang. La frontera con Venezuela está lejos de la capital y es de difícil acceso para las instituciones estatales.
Los guyaneses tienden a estar de acuerdo en que la solución para los problemas de Etheringbang no se encuentra en Georgetown sino en Caracas, y tienen la esperanza de que un acuerdo político pueda poner fin al desplome de la economía venezolana y permita que el estado le arrebate el control a los actores armados que se aprovechan de la población de la región.
En contraste, cualquier intento de poner fin al enfrentamiento político de Venezuela por la fuerza, ya sea un intento de golpe de Estado o una intervención extranjera, podría tener consecuencias desastrosas para la seguridad de Guyana. Mientras tanto, la vida a lo largo del Cuyuní fluye de acuerdo con el estado de la economía criminal.
De vuelta en Georgetown, intercambio mensajes con el propietario de una mina que conocí en Etheringbang. Sin combustible para ejecutar sus operaciones, su negocio está languideciendo. Pero unas semanas más tarde, llega la noticia de que el combustible está llegando nuevamente al puesto fronterizo.
De inmediato, aborda un avión de regreso a la selva. Las ruedas de Etheringbang vuelven a girar: las minas están en operación, el oro se mueve a lo largo del río y las fiestas continúan en las noches en la orilla sur.