2023 no está siendo un año afortunado para el tirano del Kremlin. De hecho, desde el 24 de febrero de 2022 sus más que audaces planes de conquista y grandeza han recibido considerables reveses y contratiempos con regularidad y dureza.
Una y otra vez ha tenido que recalibrar objetivos y ajustarse a la tozuda realidad para sostener y mantener su poder y evitar el desplome de su proyecto de renacimiento de la Gran Rusia y fragmentar el orden internacional imperante desde 1945.
Vladimir Putin en sus 23 años de presidencia vive en una espléndida burbuja solitaria entre los apartamentos del Kremlin, las dachas (casas de campo rusas) a las afueras de Moscú y los palacios a orillas del mar Negro, lejos del pueblo ruso y remoto de la burocracia y servicios de seguridad sobre los que preside.
La cizaña
Esto obedece a un pilar de la cultura política ruso soviética que no se ha alterado en el último milenio. Esto es, el líder supremo, el emperador, el zar, debe estar por encima de todo el orden social del imperio y como buen dictador mantener un sutil equilibrio y hostilidad entre las familias del régimen y los cuerpos de seguridad del Estado para que se devoren entre ellas y no le devoren a él o ella.
Prioritariamente debe asegurarse de que sus rivales vivan en un estado constante de terror existencial, competición social darwinista y constantes conspiraciones brutales para poder atajar cualquier reto a su poder antes de que se materialice. El famoso divide y vencerás de cualquier manual de un político que se precie llevado a su forma más primitiva.
Hasta el 24 de febrero del año pasado su ejecución del poder político basado en los tres pilares básicos funcionaba como un reloj suizo; es decir seguridad, economía y relato nacional, le habían mantenido y consolidado como el nuevo zar de una renovada Rusia sin rival a la vista.
Seguridad
Primero, la seguridad estaba garantizada por el control de su cuadrilla de Leningrado, los Siloviki, de los servicios secretos FSB y militares GRU, además de las Fuerzas Armadas renovadas y refinanciadas desde los sustos de Chechenia 1994 y 1999.
Frente económico
Segundo, l frente económico lo consolidó mediante el sometimiento de los oligarcas de Yeltsin y la creación de su propia clase nepotista cleptocrática exclusivamente dependiente de la voluntad del zar.
El relato
Finalmente, el relato nacional de una resurgente Rusia respetada y temida por la sociedad internacional se vio subrayada por sus hazañas de reconquista en Georgia, Crimea y Novorossiya, además de éxitos en el exterior en Siria, Bielorrusia, Kazahkstan, Mali, República Centroafricana y Libia.
Para ejecutar y consolidar esos «éxitos en el exterior» a la vez que evitar una confrontación directa con las potencias occidentales y mantener una responsabilidad ambigua de las operaciones inconfesables, utilizó a un amigo de la adolescencia del hampa de Leningrado y luego oligarca favorito, el cocinero Yevgeny Prigozhin como su jefe del cuerpo pretoriano de mercenarios en una compañía llamada Wagner.
Wagner, como antaño Iván el Terrible con sus Oprishnina, Pedro el Grande con sus Streltsy, Lenin con su Regimiento de Letones y Stalin con el Directorio 10 de la NKVD, estos cuerpos o milicias pretorianas separadas de las Fuerzas Armadas, además de proteger al tirano y ejecutar encargos inconfesables, provocaban el terror y el resentimiento que mantenía a la sociedad subyugada y enfrentada entre sí para que el emperador gobernara sin obstáculos.
Desde que lanzara su «Operación Militar Especial» en Ucrania, Putin empezó a tener contratiempos en los frentes militares, económicos y diplomáticos y ver como la realidad no se ajustaba a la evolución de la guerra y los nuevos retos a los que se enfrentaba su régimen. Principalmente sobre todo desde su fracaso en la toma de Kyiv y contratiempos en las ofensivas de otoño y primavera tenía tres retos.
Tres desafíos
Primero, resolver la falta de cohesión y rivalidad endémica por recursos, material y protagonismo entre su cuerpo de mercenarios Wagner y el resto de la FF AA sobre todo entre su ministro de Defensa Shoigu y su comandante en jefe, Gerasimov, con el elocuente y ambicioso jefe Prigozhin. Todo ejército rechaza la presencia de milicias fuera de su mando y control directo y en el caso de Wagner su falta de lealtad a la causa común y su acceso directo al poder del Kremlin y a los medios de comunicación. Tras Bájmut la situación era insostenible.
Segundo, ajustar la narrativa oficial y legislativa a la realidad del país. Mantener la falacia de una «Operación Militar Especial» tras 16 meses de guerra y dos levas de «voluntarios» era un factor surrealista que empezaba a dinamitar no solo la credibilidad de las instituciones rusas, sino la del propio presidente.
Poner al país en estado de guerra legal con un Occidente en el teatro de Ucrania y crear un potencial «rival interno» o «Quinta columna» le da al zar las herramientas para consolidar no solo su relato sino también su poder absoluto como autócrata de todas la Rusias. El sueño de Putin emulando a sus héroes Pedro el Grande y Stalin.
Tercero, consolidar su control absoluto de la economía y las finanzas y disciplinar a posibles disidentes y/o cabecillas oligarcas y nomenclatura interior y exterior que podrían ser embriones de una conspiración para presentar una alternativa a su liderazgo y poder.
La combinación de esta semilla de rebeldía autóctona combinada con un apoyo exterior de las potencias Occidentales toca la fibra paranoica del Kremlin y atajarla y sofocarla es una obsesión histórica de los autócratas rusos/soviéticos.
Así, pues, los primeros seis meses de 2023 no habían sido un camino de rosas para Putin, pero sorprendentemente un 24 de junio de 2023 cambió su fortuna y en una jornada vertiginosa y enigmática protagonizada por la pretendida asonada, o más bien bufonada, del jefe de Wagner, Prigozhin, pudo empezar a resolver los tres nudos gordianos descritos con anterioridad.
El día comenzó con una sorprendente declaración de Prigozhin —quizás agobiado por la presión militar de Shoigu y Gerasimov sobre la futura integración de su cuerpo en el organigrama de las FF AA rusas (Stavka) y su subordinación al mismo— de que se retiraba del frente y comenzaba una marcha hacia Moscú para forzar la dimisión de Shoigu y Gerasimov y proclamarse como comandante supremo del Ejército Ruso, un Mariscal Zhukov del siglo XXI.
Su orden comenzó a ser ejecutada y efectivos de Wagner tomaron su cuartel general de Rostov y una columna comenzó su viaje a Moscú. A las 10:30, hora local, Putin hace una declaración desautorizando la asonada y denominando «traición» la actuación de Prigozhin y se inició un proceso legal de consejo de guerra contra su persona. Las líneas estaban trazadas.
Tras varias horas unidades del FSB, GRU y una Brigada Chechena integrada en las FF AA rusas rodearon la base en Rostov y no se unieron a la asonada. Tampoco hubo adhesiones a la columna que avanzaba hacia Moscú y helicópteros de la VKS observaban la columna y unidades del Ejército colocaban obstáculos en su camino.
Nadie se sumó a Wagner
El alcalde de Moscú, Sergey Sobrianin, declaró el estado de emergencia y tomo medidas ante una posible insurrección. Pero nadie se sumó a Wagner. Solo el infeliz oligarca Khodorovsky desde el extranjero y algunas redes sociales afines a Navalny en el interior.
Lo más curioso fue la indiferencia y pasividad de los ucranianos y sus aliados Occidentales de no aprovechar la oportunidad para apoyar a Prigozhin en su presumible órdago a Moscú o lanzar una ofensiva con sus nuevos Leopard, Challenger y las Brigadas Móviles en el sector del frente abandonado por Wagner. En el frente no había nada fuera de lo común.
El zar Putin
Según fuentes, Prigozhin en Rostov, al ver que su llamamiento es ignorado por las FF AA, la pasividad de la población, opacidad desde el exterior y la amenaza de una carnicería y exterminación no solo de su compañía si no de su propia vida, comienza a negociar su rendición, recula y deja su destino en manos del zar Putin.
Astutamente la negociación es aparentemente mediada a través del líder bielorruso Lukashenko y el breve acuerdo es una salida parecida al acuerdo de la FF AA rusas con los chechenos de Kadyrov en 1999.
En suma, tres puntos. Uno, Wagner se incorpora al organigrama de las FF AA rusas bajo Shoigu y Gerasimov. Dos, sus unidades en Europa se incorporan inmediatamente y las unidades en el exterior mantendrán lazos por definir (posiblemente se incorporen al GRU) y sus empleados tienes tres opciones: a) firman un contrato con el Ejército ruso; b) consejo de guerra, o c) se suicidan.
El exilio
Y tres, Progozhin es amnistiado por el delito de rebelión y «exiliado» a Bielorrusia. Todo este «Gatillazo de Wagner» concluyó en cuestión de 12 horas. La asonada anterior contra Gorbachov en agosto de 1991 duro tres días.
Así, pues, el día deparó resultados curiosos para el tirano del Kremlin. Sus tres problemas estructurales tenían vía de solución. De una tacada y gracias al colosal error de juicio de Prigozhin (lo que hace sospechar a algunos analistas de un posible compadreo y teatro entre Putin y Prigozhin, cosa improbable pero nunca descartable en Rusia), Putin resolvió lo siguiente:
Uno, el encaje de Wagner en sus Fuerzas Armadas consolidando su lealtad y cohesión; dos, encauzar la narrativa oficial de Moscú a la realidad del campo de batalla, ajustar la política doméstica con legislación más coercitiva a los retos del país consolidando su poder absoluto y, tres, comprobar la solidez de su poder económico y financiero con la casi unánime lealtad de los oligarcas de la correlación de fuerzas en el frente diplomático y la apatía de una intervención exterior para forzar un cambio de régimen y la debilidad crónica de una posible «quinta columna».
Así, pues, Putin, como Erdogan en julio de 2016, aprovechó un inocente y casi cómico intento de golpe de Estado para consolidar su poder, aterrorizando a la élite, domesticando a la nomenclatura, amenazando a la sociedad y sobre todo apelando a los fantasmas de la historia y cultura rusas con una proposición binaria común de los autócratas rusos: «O Yo o la destrucción de la madre Rusia».
Como Corea del Norte
De esta manera da un paso más en consolidar a la Federación Rusa como una Corea del Norte de 17 millones de kilómetros cuadrados y hacer más complicada aún su futura integración en la sociedad internacional.
Ahora, para Occidente, la esperanza es una política de contención de esta mini-URSS y esperar y/o rezar para que surja un Gorbachov, un Andropov, un Witte, un Kerensky, un Yeltsin o un Stolypin que dinamite el sistema ruso desde dentro y —cuando esto ocurra— esperar que los líderes en Occidente no se queden otra vez de brazos cruzados como en 1905-1914, entre febrero y octubre de 1917 y en 1991 – 2003. Como decía el estadista y sabio chino Chu en Lai: «Mejor esperar sentado».