El rey Federico X de Dinamarca realizó este lunes una visita al Parlamento en el primer acto oficial tras su proclamación el domingo como monarca y en el que estuvo acompañado por la reina Mary y su madre, Margarita.
En el acto, que sirvió para marcar el cambio de trono, intervinieron el presidente del Parlamento, Søren Gade, y la primera ministra, Mette Frederiksen, que leyó un comunicado escrito por los nuevos reyes.
«Junto con la reina Mary serviremos con todas nuestras fuerzas al reino danés en todo el tiempo que nos sea concedido. Esperamos tener éxito, trabajar en beneficio de todo el reino y ganarnos la confianza de la gente», dijo Frederiksen al reproducir las palabras del monarca.
La primera ministra se refirió en un discurso previo a Margarita, que abdicó en su hijo mayor tras reinar 52 años, como «una de las más grandes en la historia de Dinamarca» y se mostró segura de que Federico X posee las cualidades para asumir su nueva responsabilidad.
Federico X se convirtió la víspera en nuevo rey al firmar su madre una declaración de abdicación en un Consejo de Estado celebrado en el castillo de Christiansborg en Copenhague, sede del Parlamento, y fue proclamado minutos después desde el balcón por Frederiksen ante miles de daneses.
«Mi madre ha sido, como pocos, una con su reino. Espero ser un rey unificador», dijo el domingo en un breve discurso Federico, que minutos después se vio acompañado en el balcón por su esposa, la reina Mary, de origen australiano, y sus cuatro hijos, encabezados por el ya príncipe heredero Christian, de 18 años.
El último acto del programa de la proclamación será un servicio religioso el próximo domingo en la catedral de Aarhus, segunda ciudad del país.
Margarita II, de 83 años y hasta ayer la monarca viva con más tiempo en el trono, anunció por sorpresa su abdicación en su discurso de Fin de Año, aduciendo problemas de salud y la necesidad de dar paso a la nueva generación.
En las monarquías nórdicas no hay tradición de abdicar -la última vez que ocurrió en Dinamarca fue hace casi 900 años- y la propia reina había asegurado en repetidas veces que el suyo era «un deber de por vida».
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