Hace 14 años, el 23 de agosto de 2006, Natascha Kampusch logró fugarse de la casa de su captor. La joven, que tenía solo 10 años cuando fue secuestrada por Wolfgang Priklopil, había pasado los últimos ocho años de su vida viviendo en un sótano sufriendo torturas físicas y psicológicas.
El caso ocurrió en Austria, pero recorrió el mundo entero y se convirtió en una de las historias criminales más escalofriantes de haya existido.
A pesar de haber sido víctima de un criminal, Natascha recibe comentarios de odio a través de las redes sociales. A fines del año pasado, la joven fue entrevistada por el diario Bild, donde contó que existe personas que le muestran hostilidad y la ciberacosan. «¡Simplemente muérete!» o: «¿Por qué no vuelves al sótano y te quedas ahí», son algunas de las frases que recibe la joven.
«Miro hacia atrás en mi pasado, y veo que el comportamiento hostil fue probablemente una de las peores cosas», aseguró. «Presenté muchas denuncias, pero nunca sucedió nada, porque consideran que es un área gris. Por ejemplo, si alguien me dice ‘simplemente muérete’, la policía lo ve como una especie de sugerencia, no como una amenaza aguda. Llegó a un punto en el que me cansó», confesó.
El secuestro en un sótano
Un día después de haber vuelto de vacaciones con su padre, Natascha fue secuestrada. Fue el 2 de marzo de 1998, cuando tenía solo 10 años y había salido de su casa en Viena hacia la escuela. Durante los siguientes ocho años no se supo más de ella. Algunos testigos contaron que la habían visto subir a una camioneta blanca, por lo que la policía interrogó a 700 dueños de camionetas blancas de la zona. Entre ellos, a Priklopil, un hombre de 36 años técnico en comunicación de Siemens, pero no tenía antecedentes ni había razones para dudar de él.
Priklopil mantuvo cautiva a Natascha durante ocho años en su casa de Strasshof an der Nordbahn, a media hora de la capital austríaca.
Al principio Natascha solo podía estar en el sótano, de 2,5 metros de profundidad por 2,78 metros de largo y 1,81 metros de ancho. Pero luego comenzó a concederle algunos «beneficios». La dejaba subir a la casa a bañarse y le permitía estar en el jardín. Algunas veces, Natascha dormía en la cama de su captor, atada con sogas.
Y cuando ella creció y empezó a acumular coraje, él reforzó sus métodos de acoso mediante torturas y palizas. Le retiraba la comida, la encerraba, la dejaba abandonada hasta que ella cedía presa del pánico a morir de hambre en ese agujero.
En el sótano vivió dos años enteros sin salir, encerrada. Sin ver el sol.»Solo existía una persona que podía salvarme de la agobiante soledad: la misma que me había impuesto esa soledad», llegó a contar en una entrevista.
Durante los ocho años que duró el secuestro, Priklopil le entregó a Natascha libros y manuales escolares para que ella se educara, le festejaba los cumpleaños y hasta le dio una radio para que la joven se enterara de las noticias.
La relación entre la secuestrada y su captor llevó a miles de especulaciones debido a que, según informes filtrados de la policía, Natascha admitió que «voluntariamente» tuvo relaciones sexuales con Priklopil, lo que indicaría que ella sufría síndrome de Estocolmo.
Sin embargo, Natascha dejó siempre muy en claro su opinión sobre Priklopil. «No hay duda de que era un criminal y no era buena persona», afirmó frente a periodistas.
El escape
Pero todo cambió hace exactamente 14 años, cuando la joven estaba en el jardín de la casa limpiando el auto del secuestrador. Aprovechó un momento de distracción de Priklopil para escapar.
Desorientada, Natascha logró contarle su historia a una de las vecinas, quien luego la llevó a las autoridades. «Soy Natascha Kampusch, nacida el 17 de febrero de 1988», dijo a la policía, quien logró identificarla por una cicatriz en el cuerpo y una prueba posterior de ADN. Natascha pesaba sólo 42 kilos, el mismo peso que tenía al desaparecer ocho años antes, y solo había crecido unos 15 centímetros. Al escaparse su cautiva, Priklopil se suicidó arrojándose bajo un tren.
A Natascha le ofrecieron cambiarse de identidad. Y se negó. «Me había enfrentado a toda la basura psíquica y a las oscuras fantasías de Priklopil, no me había dejado vencer. Y solo se quería ver en mí eso: una persona rota que nunca más va a levantar cabeza, que siempre va a depender de la ayuda de los demás. Cuando me negué a llevar ese estigma el resto de mi vida cambiaron las cosas», reflexionó la joven en una entrevista.
La vida después
Natascha tiene hoy 32 años y no baja los brazos. Desde que escapó intentó embarcarse en diferentes proyectos, pero siempre con dificultades. Quiso estudiar para ser joyera, y también tuvo un breve programa televisivo de entrevistas. «Me resulta difícil confiar en la gente», admitió.
Hace unos años decidió contar su cautiverio en un libro de memorias, su autobiografía titulada 3096 días, todo lo que duró su secuestro. A
demás, publicó otro libro, Diez años de libertad, donde describe, entre otras cosas, lo que sintió al visitar la tumba de Priklopil: «Durante muchos, muchos años, solo tuve a una persona cerca, y de ella dependía mi supervivencia. Es imposible borrar de tu memoria a alguien con quien has pasado ocho años y medio de tu vida».
Natascha fue diagnosticada con trastorno por estrés postraumático. «Es como una enfermedad física. Puede llegar a ser agotador -dijo en una entrevista con El Mundo-. Cuando me encuentro en casa sola y en silencio, vienen los recuerdos. Siempre tengo que estar haciendo algo. No puedo sentarme en un sitio y relajarme».